Una golondrina no hace verano
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  • En lo técnico es una de las mejores –si no la mejor- películas chilenas realizadas hasta la fecha.
  • Su temática, sin embargo, se desarrolla en el terreno de cierto criollismo, en el fondo bastante superficial.

Director: Silvio Caiozzi

Con: Juan Cristóbal Meza, Felipe Rabat y Shlomit Baytelman.

Chile, 1979. Mayores de 18.

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Mil novecientos diecisiete, la abuela agoniza, rodeada día y noche por los cuidados y las oraciones de cuatro monjas. Incluso se encierra ante la posibilidad de una operación, pues quiere ofrendar su sufrimiento a dios. Su hijo, don Julio, también es muy católico, pero eso no le impide correr las cercas de su fundo, usurpando los terrenos de un convento franciscano, porque estos le hacen falta para el pastoreo de sus animales.

Desde su señorial mansión, don Julio domina la comarca, en lo político y en su vida social, Julio comienza en julio es la historia de cómo va moldeando a su hijo según su propia imagen. O, en las propias palabras del personaje, cómo “un García Castaño no nace sino se hace”.

Cuando este hijo, también llamado Julio, cumple 15 años, su padre no sólo invita a algunos parientes y amigos, sino también a las niñas del prostíbulo lugareño. Es hora de que Julito se haga hombre; pero cuando su relación con María adquiere ribetes emocionales, las cosas se ponen en su lugar de forma durísima, incluso brutal.

Este primer largometraje chileno en cinco años deja bien en claro que hay un equipo capaz de hacer cine. Sin embargo, una golondrina no hace verano, y Julio, por el momento, es un fenómeno netamente aislado, un llamado de atención, pues con un poco de apoyo podríamos tener buen cine.

Las dificultades para lograrlo son económicas y no técnicas. Dado el alto costo de filmar es muy difícil, aun con exención de impuestos, recuperar la inversión mediante la exhibición en el país mismo. Penetrar en el mercado internacional no es nada fácil. No puede pretenderse el acceso a los grandes circuitos comerciales. Pero si las películas chilenas logran y reflejan una realidad individual y propia, lograrán el acceso a la Tv europea y la venta en diferentes países.

En este sentido, al explorar una temática nacional, el filme de Caiozzi va bien encaminado. En materia de nivel y pulimento técnico, es una de las mejores –quizá la mejor- películas chilenas realizadas hasta la fecha, hecho que seguramente le valdrá la entusiasta adhesión del sector de la crítica de tendencia más bien formalista.

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FORMA Y CONTENIDO

La alegría de contar, tras largo tiempo, con una película nuestra, no puede sin embargo cegarnos ante sus limitaciones. La calidad de la fotografía (Nelson Fuentes), la compaginación (Luis Acevedo), la música (Luis Advis) y el trabajo de la mayoría de los intérpretes, unidos por el oficio del director, constituyen la faceta positiva. Pero al mismo tiempo, en el plano narrativo hay marcadas fallas.

Es difícil determinar si la causa es el guión o la dirección, pero hay diversos momentos en que el eje central de la historia se diluye. Hay numerosos tipos en el filme, pero ni siquiera personaje propiamente tal. Eso a su vez conduce hacia un relato horizontal, sin aristas verticales que profundicen en uno u otro aspecto de la trama y sus protagonistas. En el fondo se trata de un retorno al criosllismo con sus toques costumbristas, seria limitante que se disimula mediante un lenguaje cinematográfico más moderno que en otras oportunidades y la interpretación misma. Este tratamiento se traduce en una excesiva superficialidad.

Felipe Rabat (don Julio), frente a sus hijos, los inquilinos, incluso los amigos, sabe desplegar la tácita autoridad de quien se sabe el patrón de la comarca. Juan C. Meza, como su adolescente hijo, enfrenta la dificultad de un papel en gran parte pasivo. No hay en él la típica rebeldía del adolescente: es un ser eminentemente dócil, cuyo único choque con el padre surge cuando se prenda de la prostituta (Shlomit Baytelman). Por eso – y la responsabilidad probablemente es tanto de la dirección como del intérprete- el personaje resulta demasiado deslavado.

La fuerza la película surge sobre todo del grupo de buenos actores de teatro que dieron cuerpo a los papeles menores, incluso en exigentes y bien utilizados primeros planos. Son los casos entre otros, de Delfina Guzmán, Magdalena Aguirre, Ana González, Vadell Santamaría, Alarcón, Yáñez, Benavante y Ferrada. Ellos muchas veces por simple presencia generan el clima y ambiente del filme. Sin el apoyo de estos papeles de carácter, la película probablemente se habría desmoronado.

José Manuel Salcedo, como Maturana, el profesor de Julio, es divertidísimo, pero no supo desarrollar paralelamente las otras facetas de un mismo papel. De esta manera se desperdició, en su caso, la posibilidad de transformar un tipo en personaje hecho y derecho.

En resumen: con bien nivel técnico e interpretación en general idónea se rompe el silencio de cinco años del cine chileno. Recomendable.

Hans Ehrmann

 


El libro de la película

Novela amibiciosa que peca de abigarramiento

Chile se incorpora al uso internacional que combina la aparición del filme y su novela, con la edición –simultánea al estreno- del libro de Gustavo Frías, Julio comienza en julio.

Frías escribe en primera persona del singular. Ese “yo” será el protagonista, actor y narrador de sus experiencias y de los escenarios en los cuales éstas se desarrollan. Allí comienza cierto desface, pues el personaje, un adolescente quinceañero, describe, reflexiona y analiza como un adulto que se hubiera leído completa la obra de Proust. No encaja tanta sabiduría literaria con lo que es el adolescente que el autor quiere pintar.

El escenario es el campesino y patriarcal de comienzos de siglo. Un fondo agreste y pulido que evoca el neocriollismo estilizado de Eduardo Barrios. La casona ancestral, que se levanta como un personaje más en la trama, evoca las mansiones sombrías y decadentes de la novela gótica. Las decadencias familiares con personajes desencajados y esperpénticos, siguen con extraordinaria similitud las caracterizaciones que dieran sus sello particular a las obras de José Donoso.

De vez en cuando, parrafadas retóricas de engolosinamiento verbal de la más pura estirpe modernista.

El reparo que puede hacers es que todos estos elementos permanecen como tales, sin integrarse a un cuadro o atmósfera mayor. En ese sentido, existe un abigarramiento que no se integra a la línea argumental básica, y ésta es la iniciación sexual insólita del protagonista.

Esta falta de cohesión interna y demasiada visibilidad de un montaje que quiere ser “literario” a toda costa, inhibe y malogra una novela que –con mayor sencillez o sabiduría escritural- podría haber sido una obra neocriollista estimable, si bien no demasiado original.

Es de todas maneras, prueba valedera que los temas nacionales pueden ser cartera fértil para nuestros escritores.

Guillermo Ferrada