«Todos somos justos»: Límites, horrores y subjetividades
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Película parte de la Competencia Oficial de Largometrajes del Festival de Cine Nacional de Ñuble 2025.

Hay un concepto que nuestro país ha desarrollado de manera tan pregnante como fascinante. Se habla del “delincuente” como si fuese una especie distinta a la humana. Por otro lado, ese tipo específico de malhechor tiene características que se separan del llamado “delincuente de cuello y corbata”. Con todo, dentro de estos eufemismos sigue presente uno de los terrores atávicos más recurrentes en nuestras sociedades: El miedo al otro, ese que “no se parece a mí” y que no solo es digno de temor hacia él, sino que también de su despersonalización. De esta forma, nuestra civilización avanza y establece límites para su separar lo “bueno” de lo “malo”, o como dirían algunas escrituras fundantes “separar la paja del trigo” (una interpretación bastante antojadiza del mensaje original, pero este no es el momento en donde hablaremos de aquello).

Con todo ello en mente, Todos somos justos (Carlos Leiva, 2025) nos lleva por un camino sin vuelta. Un joven profesor particular, Luis, llega a una casa del barrio alto chileno para asistir a una comida en honor al adolescente – tardío – de la familia, que está a punto de rendir su prueba de ingreso a la universidad. La familia, compuesta por su madre médico, su hermana y un abuelo retirado de las fuerzas armadas que ya se encuentra convenientemente senil, conviven en un hogar con un padre ausente, en donde las relaciones entre ellos se establecen desde el querer aquello que llamamos “normal”. En medio de conversaciones con distintas posturas desde lo social, un grupo de personas encapuchadas entran a la casa, secuestran a la familia y desde ahí, comienza el verdadero enfrentamiento entre segmentos sociales y culturales.

Lo que en un principio de la película solo se plantea desde un discurso – la hermana defiende los hechos ocurridos durante la revuelta social chilena de 2019, mientras su abuelo rememora su rango y lugar durante la dictadura de 1973 – se ve obligado a hacerse carne frente a la irrupción de estos extraños en la casa. Encapuchados y enmascarados, los nuevos personajes ponen en cuestión las diferencias entre la familia del barrio alto y sus propias experiencias. Cosas que ya sabemos, pero de las que no hablamos, surgen en medio de interacciones violentas entre uno y otro grupo. No hay víctimas ni victimarios: Unos y otros comparten una diferencia cultural, económica y social, que los lleva a un desprecio mutuo. Por lo mismo, los espectadores también nos involucramos en esta forma de conexión. ¿Dónde estamos situados? ¿Qué elementos nos impiden – o nos permiten – ponernos en los zapatos del otro?

Las similitudes acerca de estos conflictos con filmes de otras regiones del mundo no son algo que deba asombrarnos. En Parasite (Bong Joon – Ho, 2019) nos enfrentamos a ideas similares, con mínimas diferencias respecto a la violencia que implica un acto tan simple – convertido en meme, pero no por eso menos cierto – como valorar un día de lluvia desde un automóvil, mientras el chofer de éste acaba de perderlo todo por una inundación, producto de la misma lluvia. Podemos pensar en que no existe la mala intención, así como en Todos somos justos tampoco hay una mala disposición de parte de la madre de la familia al ofrecerle a una de las intrusas su ayuda para practicarle un aborto. Sin embargo, la complacencia y paternalismo de esta familia frente a su contraparte duele. Duele muchísimo.

Las vueltas de tuerca nos llevan a entender la relación entre Luis, la familia secuestrada y los encapuchados, pero también los actos de violencia que se generan al enfrentar la trágica desigualdad entre los distintos estamentos sociales. Violencias que remiten nuevamente a preguntas que nos hicimos hace años atrás, porque hasta ahora, seguimos teniendo una pugna entre lo ético y lo moral. ¿Qué es más violento, vivir sin el derecho a salud, educación, vivienda? ¿Irrumpir en una casa a medianoche, poner en peligro la vida de alguien?

Tengo la sensación de que Todos somos justos no tiene un interés real en responder esas preguntas, porque en estricto rigor, no son posibles de contestar en estos días. Nuestro país ha sido históricamente desigual, lo que ha mantenido un orden que para algunos parece ser vital. Lo que la película si es capaz de hacer es poner sobre la mesa la discusión sobre lo que significa encontrarnos en un momento de choque con una realidad revelada, que hasta ese momento no ha existido en nuestro imaginario. Convocar a una reflexión en donde la posibilidad de, como dice su título, creer que se es justo en un mundo que todos los días nos demuestra que se puede ser un poco más turbio, es algo que es necesario examinar.