Texto contra la Censura a Imagen Latente, 1988
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Desde hace mucho tiempo, 1930, existe en Chile un organismo encargado de la censura cinematográfica. Hoy se llama Consejo de Calificación Cinematográfica y su función: censurar el cine. Está explícitamente consagrada en la Constitución política del Estado. Componen este consejo representantes del Ministerio de Educación, de las universidades hasta hoy intervenidas por el gobierno, del poder judicial cuya independencia es unánimemente cuestionada y, por supuesto, de las tres ramas de las Fuerzas Armadas y la policía… Hasta hace un año, también formaba parte de él, asegurándole un mínimo criterio profesional a sus juicios, tres críticos de cine en representación del Colegio de Periodistas. Al producirse la prohibición de Imagen Latente, la organización gremial los retiró negándose a avalar, con su presencia, este “flagrante atentado a la libertad de expresión”.

La censura de Imagen Latente se explica, evidentemente, por la existencia de la dictadura pinochetista. Pero no es menos evidente que ésta se produce porque el cine “goza” de un estatuto muy especial en relación con los demás medios de expresión. En Chile, pero no solo en Chile, se sigue considerando el cine como un instrumento especialmente perturbador de la conciencia pública, como el arma poderosa que hablaba Lenin. Se le atribuye, en exclusividad, el poder de generar conductas inmorales, subversivas o criminales. Se piensa, entonces, que es necesario proteger a la sociedad de este peligro mediante una guardia de soldados, policías, educadores y jueces nombrados a dedo que decidirá, sin rendirle cuentas a nadie, lo que los ciudadanos adultos, los jóvenes y los niños pueden o no pueden ver en las pantallas.

Los temas que trata Imagen Latente están a diario en la prensa chilena. Desde hace muchos años se los ve en el teatro, en afiches, exposiciones de pintura, fotos, etc… ¿Es que su presencia en mi película constituía un peligro mayor para la tranquilidad pública? Lo dudo, aunque la posibilidad no deja de halagarme. Se me ocurre, más bien, que la única razón por la cual los miembros de la censura prohibieron mi película es porque tenían permiso para hacerlo. Una ley que viene de los tiempos en que la imagen de una locomotora acercándose a cámara hacía huir a los espectadores despavoridos, le entrega a un grupo de burgueses de evidente militancia gobiernista el poder de dar o de quitar la vida a una película…

Pero, en realidad, lo único que consiguieron fue darle a Imagen Latente un carácter de “bandera de lucha” que no era necesariamente el suyo. Para mí  la película es una reflexión sobre la condición de “víctimas indirectas” de la represión, una condición de “víctimas indirectas” de la represión, una condición bastante universal entre nosotros. Nunca pretendí competir con los rayados murales que denuncian, a cada paso, la tortura y el terrorismo de estado ni introducir, en “lenguaje artístico”, contenidos de agit-prop. Mi única intención “oculta”, secreta, fue la de invocar a mi propio hermano desaparecido.

Ahora la película circula por las redes de organizaciones de base de país, de grupo en grupo, de copia en copia de video pirata. Es apreciada unánimemente en tanto desafío al régimen pero pocos se detienen en su condición de obra cinematográfica ni menos en su carácter autocrítico o en su intención polémica. Estos aspectos nos interesan mucho a los cineastas chilenos. Formamos parte del enorme movimiento testimonial que la vida en dictadura ha generado en Chile. Tal como las bordadoras de las poblaciones (bidonvilles) o los poetas más sofisticados, los cineastas contamos lo que nos ha pasado, lo que nos han hecho. Nos contamos nosotros mismos y eso implica la mayor exigencia formal que existe… Se acabó el tiempo del “cine al servicio de…”. El cine sirve al cine, tal como la literatura o la pintura se sirven, y de ahí extrae su dignidad. La censura desordena los papeles, enreda los lazos entre la obra y su público. La censura prolonga el efecto profundamente perturbador de la represión sobre el tejido social.