Chile aportó sus paisajes cercanos a Santiago, los segundos roles, los extras, el Coro Universitario, la escenografía de Carlos Godefroy (con bocetos de Gori Muñoz), su sonidista Andersen, y sus estudios cinematográficos en la Avenida Manquehue. Argentina aportó a su director, Hugo del Carril, los primeros roles, y el money. México contribuyó con 15 años de atraso con Esther Fernández, la “Crucita”, de “Allá en el Rancho Grande”. España aportó al productor Celestino Anzuola. Alemania contribuyó con el autor Hermann Suderman, quien se trajo como convidado al siglo pasado, donde podía transcurrir el drama.
Con esta NU en pequeño, Del Carril hizo este film cuyo principal mérito es transportar a un pueblo argentino un asunto muy alemán y del pasado. El presidente Perón facilitó esta adaptación. El espectador cree ver en el padre Hugo del Carril, que se convierte en dictador de la familia, una alusión al mandatario argentino, donde no falta ni “La Prensa” caracterizada en esta alegoría por un peón que protesta del dominio del amo. Este sólo tiene ojos para sus hijos que viven en la ciudad y hace que el mayor se dedique a la tierra y permita que sus hermanos prosperen y se enriquezcan en la ciudad. La cinta se hace amena y ésa es otra virtud que revela a Del Carril como buen director. La segunda parte, donde los actores hacen competencia piromaníaca, es más endeble por su fidelidad al texto y resulta algo ingenua. Murúa, en un breve rol (es chileno), se muestra como un galán desenvuelto.
Resumen: Pese a su internacionalidad y a lo añejo de su argumento, tiene interés y amenidad. Más que regular.