Skarmeta y su Ardiente Paciencia
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Antonio Skarmeta aún era desconocido como escritor cuando hizo noticia como director de teatro, al montar una obra norteamericana de vanguardia con Cadip, el conjunto teatral del entonces Instituto Pedagógico. No perseveró en este terreno y, durante los años sesenta, dividió su tiempo, entre la docencia universitaria, el periodismo y su labor creativa como cuentista. Con la publicación de “El Entusiasmo” (Zigzag, 1967) y el Premio Casa de las Américas (1968) por otra colección de cuentos, “Desnudo en el Tejado”, Skarmeta estableció su reputación como escritor, pero, afortunadamente no se convirtió en un literato encerrado en la literatura.

La pasión por Elvis Presley y luego por los Beatles, por el cine de la época, por lo que se hacia en teatro y, aunque no debiera figurar en último lugar, por el amor, marcaron al Skarmeta de fines de los cincuenta y de los sesenta. Era (y es) un enamorado crónico. Lo que, entre otras, podrán atestiguar Cecilia, Loreto, Marcela y Nora. Al mismo tiempo, sus inquietudes sociales lo llevaban a participar en la efervescencia política de la época.

Entonces dividía a los seres humanos entre los menores de treinta anos, que eran los que contaban, y los demás. El nombre de su primer libro, “El Entusiasmo”, también podía definir a su autor. Su característica fundamental, como ser humano y como creador, era una gran vitalidad.

Este año cumple los 44 y, con su cabellera en el cuarto menguante evita clasificaciones cronológicas tan tajantes; pero, en lo demás, sigue siendo el mismo de siempre.

Desde fines de 1973 vive en Berlín Occidental y publicó (en varios idiomas) la novela “Soñé que la nieve ardía”, un cuento largo llamado “No pasó nada” sobre la vida de una familia de exiliados en Berlín y otra novela, “La Insurrección”, que transcurre en Nicaragua. El año pasado sorprendió en otro campo cuando su primera película, Ardiente Paciencia, ganó el gran premio de los festivales ibero-americanos de Huelva y Biarritz, en los que además ganó La distinción a la película más popular, conocida por votación del público. Además, en Huelva, Roberto Parada ganó el premio a la mejor interpretación masculina.

Esta noticia sorprendió en Chile, pero no podía asombrar a quienes le hayan seguido la pista a Skarmeta durante los últimos once años, durante los cuales el cine fue una de las constantes de su labor.

Todo comenzó en Chile, cuando en 1972, llegó el director alemán Peter Lilienthal. La familia del cineasta emigró a Uruguay en época del nazismo y allí pasó buena parte de su infancia y adolescencia, lo que le dio un bueno dominio del castellano. Posteriormente retornó a Alemania y vino a Chile, con el fin de explorar la posibilidad de filmar un largometraje. Aunque nunca se estrenara aquí, la película se hizo y su guionista fue Skarmenta. Su nombre: La Victoria.

En 1976 tuvo lugar la segunda colaboración de Lilienthal con Skarmeta y Hay tranquilidad en el país, ganó el Premio Federal de Cine de Alemania. Fue filmada en Portugal y, como Missing de Costa Gavras, trasncurre en Chile sin que el país mismo se nombre. En 1980, La Insurrección, rodada en Nicaragua, fue el tercer trabajo de Lilienthal con su guionista chileno.

Skarmeta también adaptó al cine su nouvelle, la que fue dirigida por Christian Ziewer. “No pasó nada” llevó en el cine el nombre Desde la lejanía veo este páis (1978) y uno de sus intérpretes fue Aníbal Reyna.

Durante varios años Skarmeta también hizo clases de guión cinematográfico en una escuela de cine berlinesa, escribió dramas de radioteatro e incluso debutó como lo que podría llamarse imagen en la pantalla. Hablar de un debut como actor en relación con la breve escena en que aparece picando verduras en Malou (1981) de Jeanine Meerapfel (que se vio el año pasado en el Instituto Goethe) sería una exageración.

La trayectoria como libretista también estuvo acompañada por frustraciones que no son precisamente nuevas en la historia del cine. En otras palabras, las películas mismas diferían bastante de aquellas que soñara el guionista. Sobre todo en los filmes de Lilienthal, realizador que suele elegir temas vitales, incluso recios, y luego los desarrolla de una manera que podría describirse como formal y conceptualmente blanda, con lo cual el mundo y sello personal del guión en gran parte se esfumaban.

Sólo era entonces cuestión de tiempo que Skarmeta se decidiera a dirigir él mismo, prescindiendo de intermediarios. Realizó una especie de ensayo general mediante un programa de televisión que tuvo forma de diario de vida de un latinoamericano trasplantado a Alemania. Acto seguido obtuvo, con la segunda cadena de TV alemana, un financiamiento de 200 mil dólares para filmar Ardiente Paciencia.

Sin embargo, el asunto no fue tan simple como podría desprenderse de lo anterior. Skarmeta no es ni pretende ser un cineasta puro, sino un creador que se vale de diferentes medios para expresarse: desde el cuento, la novela y aún la crónica periodística, hasta la radio, el teatro, y ahora el cine.

En este caso, primero escribió una obra de teatro que ya se presentó en la República Democrática Alemana y debe estrenarse en estos días en Caracas. Luego surgió la película, pero el tema le seguía dando vueltas y entonces Ardiente Paciencia tuvo su tercera encarnación en una novela que terminó a fines del año pasado y que debe publicarse en 1984. Es la primera vez que realiza tres versiones de un mismo asunto y, frente a la novela, asevera: “Creo que es lo mejor que he hecho”.

No es la única obra teatral de los últimos años con Neruda por protagonista. También existe “Desde la sangre yla esperanza” de Jorge Díaz, premiada en España y con una reciente premiere mundial en la RDA, bajo el nombre de “Fulgor y Muerte de Pablo Neruda”. Donde Díaz escribió una obra englobadora que recorre gran parte de la trayectoria del poeta, Skarmeta se concentra en un pequeño e imaginado episodio en la vida del Neruda ya maduro.

En Isla Negra, transformado en una modesta caleta de pescadores, el mejor cliente del joven cartero Mario Jiménez (Oscar Castro, ex integrante del conjunto teatral “Aleph”) es el poeta (interpretado por Roberto Parada). Mario es una especie de diamante en bruto: tiene imaginación y, en el uso del lenguaje, una chispa netamente popular. Frente a este cartero, Neruda es toda una imagen de padre y de maestro.

A Mario no suelen faltarle las palabras, pero súbitamente se le entra el habla: se ha enamorado de Beatriz (Marcela Osorio), hija de doña Rosa, la dueña de la hostería (Naldy Hernández) y, en presencia de la bienamada, no se le ocurre palabra alguna lo que, más adelante, soluciona susurrándole palabras de amor tomados de los versos del poeta.

Aquel es un pecado venial en que ha incurrido más de un joven chileno y el propio Skarmeta, en su adolescencia, más de alguna vez utilizó el arma secreta de los “Veinte Poemas de Amor”, sin contarle a la muchacha que tan hermosas palabras no eran suyas. En el recuerdo de aquellas vivencias está una de las raíces de Ardiente Paciencia.

Quien no queda nada de conforme con los amores del cartero es la madre de Beatriz. Interroga a su hija (ver escena adjunta) y parte donde el poeta para reclamarle de que están robando sus versos para seducir a su pequeña.

La crisis se supera, los dos jóvenes se casan y vivirán felices, aunque no por siempre jamás.

Aquella historia da una dimensión de la película. La otra, casi siempre en el trasfondo, tiene por marco los acontecimientos chilenos de 1969 al 73: la candidatura presidencial de Neruda, las elecciones, el nombramiento del poeta como embajador en Paris, el Premio Nobel, los acontecimientos de septiembre de 1973, el poeta moribundo.

De esta manera, la pequeña fábula del cartero y del poeta queda inserta en la realidad de su tiempo. La película termina con la llegada de agentes de civil a la hostería. Vienen a detener al cartero y “hacerle algunas preguntas”. Uno de aquellos agentes es interpretado por el propio Skarmeta, no porque sintiera una especial vocación por ese rol, sino debido a la inasistencia del extra que debía interpretarlo.

Es una película donde conviven el humor, la ternura, la poesía. Esta última está muy bien dada en la secuencia donde Mario graba los sonidos de Isla Negra para enviárselos a Paris al nostálgico poeta. Dura 79 minutos y se filmó en 16 mm, en Portugal y con técnicos portugueses. Aunque los costos son allí menores que en otros países europeos, el modesto presupuesto del filme no permitía grandes despliegues de producción como, por ejemplo, una meticulosa reproducción de la casa de Neruda en Isla Negra.

La fuerza de la película está en la calidad del guión y en la interpretación, concentrada en los cuatro personajes nombrados, todos ellos a cargo de actores chilenos.

Dentro del buen nivel general que se alcanzó en este plano, el trabajo de Roberto Parada merece una mención especial. Le favorecía un aire físico que lo asemeja al poeta, pero como actor tiene una tendencia algo histriónica; en el teatro, a menos que cuente con un director firme, corre cierto peligro de sobreactuar lo que, en el cine, suele ser fatal. Tanto que, al comienzo de la filmación, la técnica que Parada daba a su personaje tuvo hondamente preocupado a Skarmeta. Fue a estas alturas que el azar contribuyó con su valiosa ayuda.

Una tarde, mientras se preparaba la filmación del plano siguiente, Parada y Oscar Castro estaban sentados en la playa, conversando en forma bastante íntima. Por accidente quedó abierto un micrófono y Skarmeta, sin quererlo, se imponía de los asuntos personales de sus actores. Más aún, le indicó al sonidista que registrara aquella charla.

Acto seguido llamó a Parada y le hizo escuchar la grabación, indicándole que aquel tono personal era lo que se requería para el filme. El actor lo captó de inmediato, con lo que se solucionó un problema que pudo haber sido grave.

La buena acogida de la película en su transmisión por la TV alemana, más los posteriores premios internacionales, aseguran la continuidad de Skarmeta en lo cinematográfico y la ZDF (Segunda Cadena Alemana de Televisión) ya se manifestó dispuesta a financiar su próximo largometraje. Por otra parte, este mes debe quedar lista la ampliación a 35 mm de Ardiente Paciencia, lo que permitirá explotarla a nivel internacional. Seguramente llegará a Chile en el curso del año.

Hasta aquí Skarmeta sin duda es autor, en el sentido de recrear en la pantalla un mundo personal y propio. No pueda pretenderse aún que su estilo y escritura tengan la misma madurez en el cine que en su obra literaria, pero sin duda es un debut fuera de lo común, a nivel chileno e igualmente a nivel internacional.

En casos como éste, la prueba de fuego es la segunda película, difícil por cuanto las expectativas del público y la crítica pueden ser excesivas. En principio, sin embargo, no hay que preocuparse demasiado. Una barrera similar ya la superó Skarmeta hace años, en el terreno de la literatura.