Sexo con Amor, de Boris Quercia
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Una antigua norma crítica induce a ver con desconfianza a cualquier película demasiado exitosa. Esta ha sido un caso histórico: la mayor taquilla en la historia de nuestro cine. Proporcionalmente la desconfianza debiera ser monumental.

Desde el título queda claro cual es el tema, que nunca se intenta disimular y cuya explícita exposición debe todo a la fuente de la que viene su inspiración creativa: la televisión.

Empujando hasta el límite tolerable el detalle procaz, la película muestra más de lo que la pantalla chica podría admitir, pero no estimula la imaginación de sus espectadores ni un milímetro más de lo que un programa informativo sobre el mismo tema.

Planteada como comedia popular de fácil consumo hay que reconocerle que cumple a cabalidad con ello. Repleta de escenas chistosas, con algunas más melancólicas y otras grotescamente aceleradas, la película no permite aflojar el interés del espectador, lo que no está mal como logro local. Después de todo viene a confirmar que el cine  de género y especialmente la comedia, puede ser una rica veta a la que el cine chileno podría recurrir con mayor frecuencia para obtener aun mayores logros.

La historia cruzada de tres parejas de clase más o menos media, está bien urdida y posee suficientes posibilidades de desarrollo como para impedir el agotamiento de sus posibilidades. Obviamente no todas las historias poseen igual interés, ni tampoco el mismo nivel de convencimiento en sus personajes. Mientras la pareja de Boris Quercia y María Izquierdo funciona realmente bien, (especialmente por ella, que logra hacer divertida la escena, algo ordinaria, de los pepinos), la de la profesora Sigrid Alegría resulta dispareja porque nunca entendemos que ella se enrede con un intelectual tan aburrido como Patricio Contreras, mientras es la pareja de un enamorado pintor más joven y simpático. La última historia incluye a un incontinente sexual de nivel acomodado, cuya esposa embarazada parece ignorar que el marido la engaña con cualquier falda que se mueva. En parte por pertenecer a un mundo social no bien explorado y en parte por la intrínseca antipatía del personaje, interpretado por Álvaro Rudolphy especializado en roles similares, la culminación de la historia no alcanza el punto de la irreverencia que anda buscando, por lo que su destino nos termina importando muy poco.

Respetando cuidadosamente las convenciones del género, la película pierde oportunidades sabrosas de jugar sobre sus propios presupuestos. Que el cura venga a hablar sobre educación sexual a los padres pudo ser un gran momento, pero se escamotea. ¡Lo que habrían hecho los italianos con una situación semejante! La visita al hotel Valdivia o el encuentro del homosexual con el marido celoso son otras tantas posibilidades desaprovechadas de un guión a menudo eficaz y ameno. Y es que el humor se reserva más a la contundencia obvia del chiste vulgar que a la más sutil alusión erótica, de la que no hay trazas por parte alguna. Todo en Sexo con amor tiene más que ver con la genitalidad que con la imaginación, el deseo o las auténticas emociones.

Pero como el cine requiere algo más que mostrar, la sensación final es que la película se queda muy corta en lo que a erotismo se refiere. Chapotear en garabatos, desnudos y chistes gruesos, basta para hacer acabar la película mucho antes que termine su proyección, al contrario de lo que dice su slogan publicitario.

Queda el reconocimiento de su efectividad como relato de género, sus apuntes realistas, especialmente del mundo del carnicero, y algunas buenas actuaciones, especialmente las femeninas. Nada de esto tendrá gran importancia para el futuro, que es la cancha en que se miden las buenas películas. Tal vez la cercanía de géneros y de temática con El chacotero sentimental obligue a una comparación inevitable, en la que la película de Galaz quedaría fácilmente muy adelante. Pero la película de Quercia resulta más equilibrada en sus partes y con un guión mejor urdido. Ambas contienen elementos de novedad limitada, pero que indican que con prudencia creativa y cariño por los personajes que filman, los cineastas chilenos podrían enfrentar el reto constante que significa la ausencia del público chileno.

Ya llegarán momentos en que además sabremos incluir cuotas de identidad cultural, (aquí rigurosamente ausente), de observación sociológica, (aquí apenas insinuada), y especialmente la exploración de esa gran zona virgen de nuestro imaginario cinematográfico y fuente fértil de toda creatividad que es el erotismo.