Sapo, de Juan Pablo Ternicier
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El noveno de los círculos en el orden general del infierno de Dante pertenece a los traidores. El traidor, dice Alighieri, siempre es aquel que, a ojos de los otros, está con uno. Y que debido a su deslealtad es, y será para siempre, brutalmente castigado en el Infierno. No deja de ser curioso y espeluznante que, para algunos, los sujetos torturados en dictadura sean entendidos como traidores: en este caso, de la idea de Patria que unos definieron para el resto.

Una historia alternativa de la dictadura podría organizarse a partir de sus deserciones, algunas de ellas históricas y aun controversiales. Pero también podría contarse desde el relato de ciertos sujetos anónimos que no fueron apremiados y que, simultáneamente, adquirieron la capacidad de poder flotar en la superficie y arrastrarse por la alcantarilla. Sapo, en este sentido, decide orientarse por estos intersticios: su interés está por aproximarse hacia quiénes son los traidores, cómo es su castigo y fundamentalmente, quién decide denominarlos como tal. Con una estética de época que complementa con el carácter carcelario y sofocante que adquieren algunas de sus locaciones y atmósferas, una cámara descentrada de su eje y una narración reminiscente y fragmentaria, Sapo es el relato de un sujeto que sólo puede articular un relato cuando este no tiene que ver con él,  sino que con lo que los otros dicen o dijeron. O con lo que los otros le dicen –o sugieren– que diga.

Jeremías Gallardo (Fernando Gómez-Rovira) tiene nombre de profeta. Un profeta, profetiza: expone predicciones por mandato divino. Jeremías, al contrario, dice poco. Es periodista y al inicio del metraje lo vemos hacer una nota en directo: cuando más habla es cuando está despachando vivo y en directo. Quizá ser periodista sea una forma rara del sapeo. Trabaja en un canal de televisión y tiene colegas que le hablan con una liviandad que lo incomoda y amenaza.

La película lo sigue camino hacia lo que viene a ser el nacimiento de su hijo. A través de flashbacks, podemos reconstruir, en base a los fragmentos desperdigados que nos proporciona el realizador, la biografía y las razones que nos llevan hacia su presente. Mientras maneja titubeante hacia el hospital, se alternan piezas aleatorias de sus momentos en una fiesta entre compañeros de trabajo de toque a toque, la cobertura periodística de la crónica roja y los vínculos construidos dentro de la estación televisiva en la que entró a trabajar. Muchos de estos recuerdos ocurren en espacios en donde siempre hay alguien mirando: tanto el crucifijo apoltronado en el centro de una pared como el retrato del Jefe Supremo de la Nación son siempre testigos obligados, omniscientes de lo que sucede. Afortunadamente, ambos, al parecer, no pueden hablar de lo que ven.

Podríamos encontrar dos antecedentes directos de la propuesta de Ternicier, uno temático y otro estilístico. El primero es Carne de perro (2012) largometraje de Fernando Guzzoni que aborda, con una propuesta seca, tajante y sucia, la perspectiva de un ex torturador lidiando con un pasado que le pesa en exceso. En el trayecto de Jeremías hacia el hospital, en las atmósferas que le toca recorrer, o en los momentos cuando debe relacionarse, hay ecos de la parquedad del personaje de Guzzoni. El otro, evidentemente, es su primer largo: 03:34 terremoto en Chile (2011). En los momentos en los cuales el terremoto sacude y deja en evidencia el modo como se comporta la tragedia, hay un estilo que aparece mucho más depurado y orgánico. Lo que antes es sutileza, aquí sí es capaz de sostenerse. Sapo podría ser un filme demasiado prosaico, con un par de diálogos un tanto genéricos y hasta cierto punto confusos, pero también es una propuesta precisa y que logra lo que se propone, que muestra más de lo que dice, y que se acerca en su estilo a un periodo histórico que interpela y cuya presunta oquedad subterránea es meramente una ficción: porque, al parecer, hay cierta verdad ahí escondida que en ocasiones quiere filtrarse a borbotones.

 

 


* Crítico y fundador del sitio Abreaccion.com.