Santo Tomás, entre los pacos y la iglesia, de Juan Carreño y Cristóbal Donoso
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Tres niños de no más de 14 años, compran unos sándwiches en un negocio de barrio totalmente enrejado, en donde incluso para jugar en un tragamonedas hay que hacerlo a través de una reja. Luego, corren a la esquina, toman piedras y se las tiran a unos imaginarios carabineros.

Esos son los primeros segundos de Santo Tomás, entre los pacos y la iglesia, documental dirigido por Juan Carreño y Cristóbal Donoso. Dos realizadores debutantes que trabajaron esta película dentro de la Escuela Popular de Cine, iniciativa creada por el Colectivo FECISO el año 2010. Habitantes de la población Santo Tomás, el documental refleja tal conocimiento del sector por la distribución de las temáticas: la soledad de niños que vagan por las calles y trabajan por unas cuantas monedas, la violencia (social, física, sicológica) que los rodea (todas derivadas del dejo social en que está la población),  el caos de la noche del 11 de septiembre, la negligencia policial, etc.

A ello, se suma un montaje que mantiene a los niños como guías del relato, con encuadres bastante cercanos, en una complicidad que incluso lleva a que por unos minutos sean ellos quienes tomen la cámara y graben su entorno. De ahí deriva una de las partes más interesantes, cuando entrevistan a un carabinero y le preguntan qué significa para ellos la noche del 11 de septiembre: “un día de trabajo como cualquiera”, asegura el cabo. Luego, un corte, es noche y los balazos y bombas lacrimógenos salen sin criterio desde el retén situado en una esquina de la población…

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El documental, de esta manera, se guía por la sinceridad del seguimiento y no por establecer un discurso que podría haberse centrado fácilmente (y de manera lastimera) en el trabajo infantil, en la pobreza, en la orfandad, en la violencia intrafamiliar, etc. Los directores optan por mostrar el vagar de los niños, de casi ser la cámara uno más del grupo,  y desde ahí hacer que surjan los cuestionamientos, pero desde el mismo espectador. La imagen y el montaje es acá detonante, colocando siempre delante lo cinematográfico, es decir, la imagen por sobre la palabra.

Santo Tomás, entre los pacos y la iglesia se proyecta así como un documental fuertemente valioso. Se muestra sin efectismo un lugar (una población santiaguina) que estamos acostumbrados a ver a través del sensacionalismo del noticiario que convierte la pobreza en anécdota y barre por debajo de la alfombre el fondo del problema. Es también, una realidad muy poco capturada por el cine chileno reciente que incluso se está esforzando en mostrar Santiago como una ciudad luminosa, ordenada y de una clase media dominante. Confrontado con toda esa omisión visual, ver Santo Tomás, entre los pacos y la iglesia resulta impactante y sorprendente, sobretodo para quienes están enceguecidos por los espejismos que generan las redes sociales.

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En la Santo Tomás, estos niños que juntan monedas para el pan con chancho que será su cena, 140 caracteres, los hashtag, los “me gusta”, o decenas de filmes que buscan reescribir hitos históricos, bien poco les sirve, de hecho, todo eso ni siquiera les llega. Porque para el mercado, al no ser consumidores, estos niños no existen.

Ante esa soledad social, solo les queda responder a piedrazos. Algo que parte como juego, pero que pronto se torna real cuando terminan ayudando a formar barricadas en la noche del 11, entre lacrimógenas y balazos. Esa noche, en donde aparece alguien derrotado por la vida que llora por la educación en frente de la cámara, también en donde alguien cuenta de la muerte de un bebé por negligencia del hospital.

El cine como shock para la conciencia, decía Glauber Rocha. Santo Tomás, entre los pacos y la iglesia busca eso. Además, es un excelente documental.

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