Petit Frère: La mirada del otro
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Petit-Frère (2018)

Una de las maravillas de la experiencia cinematográfica es que le puede regalar al espectador la posibilidad de encontrarse con mundos ajenos y empatizar desde lo humano con otredades que parecen inicialmente muy distantes de nuestra propia manera de ser o habitar. Para quien no ha vivido la experiencia de la inmigración, acercarse a esa realidad puede sentirse como algo tan lejano como un viaje a Marte y con esa idea juegan los realizadores Roberto Collío y Rodrigo Robledo en Petit Frère, un documental que se centra en la vida de Wilner Petit-Frère, un haitiano que vive hace varios años en Santiago.

La realidad de Chile respecto a la inmigración ha cambiado radicalmente en la última década. Hoy la diversidad de orígenes y razas aparece como algo más cotidiano en nuestras calles lo que desde los medios de comunicación ha tendido a ser representado desde dos lugares: la criminalización o el paternalismo. El relato de Petit Frère se aleja radicalmente de cualquiera de esas dos miradas situando el discurso de toda la narración en el relato de su protagonista y de su mirada del mundo. Porque si bien el documental es dirigido por dos chilenos es evidente el esfuerzo de los realizadores por contar de la manera más respetuosa y honesta posible la realidad de este otro que viene de una cultura ajena a la nuestra y que se esfuerza por crearse hogar y comunidad en este nuevo territorio.

La película está narrada con la voz de su protagonista y en creole. Y a pesar de que gran parte de la acción transcurre en Santiago, es el Santiago de Petit el que vemos en el documental. Son sus espacios, su trabajo, su iglesia, su comunidad. Estas escenas cotidianas se van cruzando en el documental con otros, más poéticos, filmados en el desierto de Atacama y que van jugando con la idea de que cruzar fronteras, incluso en un mismo continente, puede ser tan desafiante como llegar a otro planeta.

En el documental vemos los esfuerzos que hace el protagonista por editar un boletín para comunicarse con su comunidad y darles cierta perspectiva sobre la realidad chilena y el tipo de cultura con el que se encontrarán acá. Este ejercicio de comunicación como manera de hacer comunidad es algo que cruza toda la película tanto entre los haitianos como desde los realizadores hacia su protagonista, quizá desde la mirada de que hoy los inmigrantes también son parte de nuestra comunidad, complejizándola y enriqueciéndola.

En un momento en que necesitamos como nunca activar nuestra capacidad de empatizar, de ponernos en el lugar del otro y de comprender que tenemos mucho más en común que diferencias, este documental aparece como un amable puente para acercarnos. Desde lo metafórico y lo cotidiano nos permite comprender que la experiencia de la migración es siempre un desafío, pero que puede ser una gran oportunidad de abrir el mundo y el corazón, tanto para el que viaja como para el que recibe.