Antofagasta, Chile
Santiago, Chile
Director de fotografía y documentalista del cine chileno, especialmente del período mudo. Hijo de un fotógrafo profesional de cierto renombre, su infancia transcurre en Antofagasta. La familia se traslada a Santiago, completa sus estudios secundarios en el Seminario Conciliar, e ingresa luego a la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. La carrera le atrae, pero su fascinación va por el lado del cine. Pasa tardes enteras viendo los programas dobles de películas en la sala de su barrio, y es allí comienza a forjarse su vocación por la fotografía y la cámara. Se compra una vieja cámara Pathé, aprende a revelar, y fabrica en forma artesanal una máquina de copiado. Su entusiasmo sigue creciendo, al punto que decide abandonar sus estudios de medicina a pesar de la fuerte oposición familiar. Se contacta con el director Carlos Borcosque,quien lo anima y estimula, confiándole la fotografía y cámara de sus primeras películas, Hombres de esta tierra, (1923) y Traición (1923),que tienen gran acogida del público. No es raro entonces que el debutante Carlos Pellegrin lo escoja para que asuma la fotografía de Los desherados de la suerte, (1924), película de acción pero con cierto énfasis en la crítica social. Si bien el éxito del filme es discreto, la prensa elogia el trabajo técnico de Pardo, destacando “la nitidez de la fotografía y ciertas escenas de gran dramatismo filmadas en la Penitenciaría de Santiago”.Ese mismo año, el dramaturgo Antonio Acevedo Hernández incursiona nuevamente en el cine, y le encarga la fotografía y cámara de Agua vertiente (1924), y Pardo introduce ciertas innovaciones técnicas, especialmente en la filmación de una escena de una carrera de caballos. La prensa de la época, elogia nuevamente su labor y su nombre se consolida como uno de los buenos técnicos del periodo mudo. Participa también en Malditas sean las mujeres, de Rosario Rodriguez de la Serna, cuyos deseos de dirigir una película no van a parejas con su falta de talento.
Cuando la productora Andes Film se instala en Santiago, Pardo se incorpora al equipo técnico, convirtiéndose en asistente de Gustavo Bussenius. Poco tiempo después, asume la dirección de varios documentales institucionales producidos por la Andes Film, entre ellos el viaje de la corbeta Baquedano a Isla de Pascua (1926). El campo del documental muestra una vitalidad supeior al de la ficción, que presenta claras muestras de estancamiento, agravado por la reacción del público, que da evidencias de cansancio alejándose de las salas. En un momento en que el cine mundial ha alcanzado un gran desarrollo, ofreciendo incluso algunas obras maestras, el cine chileno que vive entre 1924 y 1926 lo que se considera la “época oro” del mudo nacional, no ha logrado asentarse y superar su carácter de cine de aprendizaje. No faltan, sin embargo, los osados que continúan dirigiendo pese a los dificultades, como Hernán Astorga, quien dirige la película de acción, El crisol de los titanes (1927), en la que Pardo se encarga de la fotografía. Pero el cine sonoro está llegando y la decadencia de la producción local es ya una realidad sin remedio. Pardo participa en una de las última películas mudas, Canción de amor (1930), dirigida por Juan Pérez Berrocal, que aunque se presenta como “la primera película sonora y cantada filmada en Chile”, se trata en verdad de una cinta con acompañamiento musical y sonoro. En los años siguientes, Pardo tratará, no siempre con éxito, de adaptarse a las nuevas condiciones técnicas. Revive con Víctor Álvarez la antigua Andes Film, que produce Las apariencias engañan (1940), dirigida por éste, mientras Pardo se encarga de la fotografía. Posteriormente organiza su propia empresa, los Estudios Cinematográficos Pardo. En 1941 se hace cargo de la fotografía y el montaje de Amanecer de esperanzas, dirigida por Miguel Frank, con quien colabora además en la escritura del guión. Una tarea similar cumple después en Barrio azul, de René Olivares, película tratada por la prensa con las peores críticas, que no excluyen el trabajo del propio Pardo, quien no se amilana y se asocia enseguida con el técnico René Berthelon para sonorizar El Húsar de la muerte (1925), clásico el cine mudo chileno. Entusiasmado por el éxito, se une a Orlando Arancibia para emprender un ambicioso proyecto de reconstrucción histórica y de argumento de corte patriótico titulado Los setenta jinetes (1943), cuyo estreno, a pesar de reiterados anuncios, es constantemente postergado. Finalmente se estrena en algunas ciudades de provincias, pero el hecho pasa casi completamente inadvertido. En los años siguientes, Pardo va derivando su trabajo a la implementación técnica en los cines, (proyección y sonido). Una de sus últimas actividades públicas es el montaje en septiembre de 1963 ,en los salones del Palacio de la Alhambra de Santiago de una exposición de fotografías y retratos de los pioneros del cine chileno.
(Eliana Jara, extraído del "Diccionario del Cine Iberoamericano"; SGAE, 2011)