Director y Guionista. En 1988 se licencia en economía en la Universidad Católica de Chile y entre 1990 y 1991 estudia Cine en la Universidad de Nueva York. Dirige dos cortometrajes, el segundo de los cuales, Reunión de familia, es el primer cortometraje chileno en participar en el Festival de Clermont Ferrand, Francia. En 1997, a los  31 años, presenta su primer largometraje: Historias de fútbol, que no pasa inadvertido por el público local ni por el reconocimiento internacional. La cinta obtiene en 1997 el premio al Mejor director en el Festival de cine de Huelva y al año siguiente, al Mejor director novel en el Festival de San Sebastián, fuera de otros galardones en Colombia, Brasil, Taipei, Trieste, Bruselas y en su propio país. Wood ha sido llamado director “costumbrista” de Chile, por el hecho de rescatar tradiciones que son reconocidas por el público masivo. El fútbol es en verdad sólo un pretexto para abordar temáticas del mundo popular. Los protagonistas son seres marginales, excluidos de la sociedad y... del fútbol profesional. La contrastada geografía de Chile está presente en las tres historias: el norte, con la ciudad de Calama y su dureza de su realidad geográfica; Santiago, la capital, y, finalmente, la isla de Chiloé en el sur, con todo el aislamiento de aquel territorio. El fútbol, pasión confesada del director, hace de hilo conductor de los tres relatos, que están basados, dos de ellos en cuentos latinoamericanos y un tercero es original del propio Wood en colaboración con el escritor René Arcos. La película fue originalmente concebida como una miniserie de televisión, cuyos doce capítulos fueron reducidos a tres episodios en su versión cinematográfica. Posteriormente, es también una serie de televisión El desquite, que se convierte luego en un film propiamente para salas de cine. La cinta rescata el mundo del campo chileno a partir de una obra de Roberto Parra –el más marginal de los hermanos de Violeta y Nicanor Parra--; aborda el tema de las relaciones de poder entre patrones y sirvientes en el latifundio, en la primera mitad del siglo XX. Este cine, calificado por algunos como “neocriollista”, está inscrito en una línea que, de algún modo, continúa después en La fiebre del loco. Con El desquite, Wood manifiesta de nuevo su interés por el mundo rural, aunque aquí, como señala un crítico, el relato se carga de “una conciencia crítica en que se someten a sospecha” realidades como el machismo, la dominación patronal y las particulares conductas de los habitantes del campo chileno; una línea manifiestamente ajena a las tentaciones folklorisantes. Vuelve a mostrar en esta película que es de aquellos cineastas capaces de filmar con bajos presupuestos, apelando a la sencillez de sus historias y a su falta de grandilocuencia. En La fiebre del loco vuelve a los alejados parajes australes, para desarrollar la historia de un par de estafadores que aparecen en un puerto de pescadores con la finalidad aparente de comprarles su producción de locos (molusco muy apreciado de los mares chilenos), cuya extracción está en veda legal en ese momento. Wood cuenta en una entrevista que a diferencia de sus producciones anteriores, es la primera vez que rueda un film “con la seguridad de que va a estar en una pantalla grande”. “En ese sentido –agrega—es como si fuera mi primera película”. Es también la primera vez en que recurre a la fórmula de la coproducción internacional, en este caso con las productoras mexicanas El Deseo-Tequila Gang y Altavista.  Con anterioridad, su punto de apoyo principal fueron las ayudas públicas, tanto del Consejo Nacional de Televisión como del Fondo de Desarrollo de la Cultura y las Artes. El año 2004 se estrena lo que es hasta ahora su película más importante, Machuca. Con ella, Wood logró lo que cineastas de mucho mayor trayectoria habían intentado sin éxito en ocasiones anteriores: hacer una película sobre el mayor trauma histórico vivido por Chile, el golpe de Estado de septiembre de 1973, y producir, más allá de las diferencias ideológicas, un impacto emocional similar entre los más diversos segmentos de la población. Una de las claves fue el eje narrativo: la amistad entre dos niños de clases sociales radicalmente diferentes, que conviven en el mismo colegio y cuyas manifiestas contradicciones tienen como telón de fondo los días finales de la Unidad Popular. No hay teorizaciones ni una retórica discursiva, sino el desarrollo de esa relación infantil, suficiente para mostrar que el drama de la sociedad chilena es la desigualdad social, caldo de cultivo de la peor violencia.  Con un guión muy sólido, personajes creíbles, una ambientación de aquellos años cuidada hasta en sus menores detalles, y una notable actuación, es una de las mejores películas que se hayan hecho en Chile. Su éxito de público fue arrollador, es uno de los films nacionales más vistos; y el buen eco crítico local tuvo también su correspondencia en el extranjero, tras su estreno en el Festival de Cannes de 2004. Ha obtenido más de veinte premios, entre  ellos once internacionales. Esta acogida le da la razón a Wood, cuando sostiene su convicción de que contar historias en que se reafirman elementos de la identidad nacional no está en contradicción con sus posibilidades de ser universales. Insiste en su línea en su film más reciente La buena vida, elegida por la crítica local como la mejor película chilena de 2008 y galardonado ese mismo año con el Premio Goya a la mejor producción latinoamericana del certamen. Ese mismo año comienza a producir la exitosa serie televisiva "Los Ochenta". El 2011 dirige Violeta se fue a los cielos, centrado en la vida de Violeta Parra, la que es premiada en el Festival de Sundance, La Habana y Toulouse.

(Mónica Villarroel, extraído del "Diccionario del Cine Iberoamericano"; SGAE, 2011)