Luciano (63) se crió en la calle. No tuvo hijos y nunca sacó carnet. Desde hace 43 años trabaja en un pequeño taller como zapatero, oficio que aprendió luego de bajar de la cordillera donde tuvo que cumplir una misión mortal. No puede recordar con claridad a cuantas personas tuvo que matar. Y es que debía hacerlo, era una “guerra”, y para eso lo entrenaron. Hoy -reflexionando- dice que fue un mercenario al servicio de una causa, o así lo recuerda mientras continúa remendando calzados sin entender aún por qué la gente por la cual luchó le hizo la desconocida.