“¿Qué vas a hacer antes de irte a Marte?” Pregunta un joven a sus compañeros, profesoras y manipuladoras de alimentos de su liceo. “¿Qué vas a hacer?”. La “tía del casino” responde con cariño “Yo vivo no más”. La vida es ahora, no puedo pensar en este momento en lo que haré cuando nos vayamos a otro planeta.
El híbrido documental-ficción, algo que el colectivo Mafi – Mapa Fílmico de un País – viene haciendo desde hace algunos años, le ha valido ser una presencia recurrente en la producción cinematográfica chilena. Su forma de mostrar la realidad – al menos, a la que podemos acceder – poniendo en relevancia los pequeños actos habituales de los habitantes de nuestro país, permite que nos podamos acercar y cuestionar esos lugares, develarlos, volver a pensarlos y encontrarnos a nosotros mismos en ellos. Sin tener un interés patriótico ni mucho menos (algo que se agradece), se dedican a buscar y mostrar los resquicios que aparecen dentro de nuestros lugares de acceso.
Por lo mismo, el hecho de grabar y desarrollar Pampas marcianas, su más reciente película, en conjunto con la comunidad de María Elena, no hace más que afianzar la idea de que la mirada sobre el país no puede ser realizada desde solo un punto de vista, y en este caso, instalarse junto con los habitantes de María Elena nos lleva a entender ese lugar – una antigua salitrera a punto de cerrarse – desde la perspectiva de quienes deben tomar una opción: quedarse en la localidad o irse de ahí.
La ficción extrema las posibilidades al dar a conocer el contexto de esta decisión. La comunidad ha decidido trasladarse y colonizar el planeta Marte. De manera inédita, el pueblo es sometido a un plebiscito, en donde gana la opción de colonización. La puesta en escena parece ser una broma. Sin embargo, a partir de esa idea, podemos adentrarnos en ideas sobre el arraigo, el abandono y las posibilidades de acceder a otras formas de vivir, ya no atados a la comunidad a la que pertenecen, sino en otros lugares, que como dicen las personas mayores que se enfocan, “pueden darles un mejor futuro”.
Con todo, hay decisiones que nos obligan como espectadores a incorporarnos en el juego que nos proponen quienes protagonizan la película. La pampa, que desde otros lugares de Chile nos parece un espacio lejano y de hecho, extraterrestre, es capturada desde el baldío, apenas interrumpida por algunas presencias humanas y los vestigios de ello – maquinarias, casas, automóviles – que nos llevan también a cuestionar las condiciones en las que los primeros habitantes de estos lugares fueron capaces de construir una vida, y una idiosincrasia que se permea en los más jóvenes, pero que a la vez, se niega en quienes ya se sienten uno con el paisaje. Podemos pensar, con las pequeñas pistas que nos va dejando el metraje, que en algún momento este lugar también fue una tierra de otro mundo, uno que había que conquistar fuese como fuese.
El juego se incrementa a medida que avanzamos en la película. Los jóvenes y algunos adultos que vimos al inicio, deambulan por la pampa, vestidos con trajes blancos que responden a nuestro imaginario de los viajes espaciales. Se enfrentan, entonces, al último vistazo del lugar en el que han desarrollado su vida. No hay miedo, solo la idea de que todo lo que venga es aún desconocido.
Viviendo en país con una geografía tan compleja y eventualmente, imposible de comprender, la película nos obliga a salir de nuestro centro para dar espacio y tiempo a otros lugares. Lo que hace Mafi y toda la comunidad involucrada en esta obra, es alejarse, con grandes resultados, de la noción paternalista acerca de lo que no conocemos, y la necesidad de algunos sectores por uniformar esos misterios. María Elena, una salitrera que tal vez muchos no conocerán hasta ver este filme, está preparando su viaje al Planeta Marte. Que no seamos capaces de verlo, no es problema de ellos. Es, a todas luces, un problema nuestro.