Pablo Perelman: «Los cineastas somos considerados una tropa de niños en el quehacer artístico chileno»
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El estreno de Imagen Latente fue doblemente significativo para el cine chileno: por el levantamiento de una censura injustificada, y por lo que significa esta obra en un año excepcional para nuestra cinematografía. En torno a todo esto, Enfoque quiso conversar con Perelman sobre sus experiencias, sus proyectos y su visión del futuro del cine nacional.

¿Qué significó para tí que la película fuese censurada y que pasados dos años se pudiera exhibir?

Es un desastre porque transforma la película en algo que nunca ha sido. La obra deja de ser un filme para convertirse en una especie de bandera de lucha, en una reivindicación de las libertades de expresión; y después, bastante más atrás, en una película. Uno mismo se ve atrapado en esa mecánica, y es muy desagradable. Las películas están hechas para exhibirse apenas están terminadas. No se puede pretender que la película tenga el mismo sentido dos o tres años después, sobre todo con una película coyuntural, de comentario sobre una realidad. Ahora, igual creo que visto desde afuera de pronto fue mejor en términos de recepción del público. Porque en el momento en que se hizo, no había -supuestamente- un interés tan grande como hay ahora por el tema de los desaparecidos. En ese sentido, la medida se da vuelta contra quienes la hicieron, y resulta que la película tiene más impacto que el que pudo tener antes.

Y ese rótulo de «película prohibida», ¿crees tú que provoca falsas expectativas en el público?

No, yo creo que realmente es un aspecto más que se agrega a la parte polémica de la película. De hecho nosotros nos subimos a esa condición para publicitaria. A mí me parece válido, en la medida que es como una sacada de lengua a los que la prohibieron. Es bien difícil llevar al público a las salas, el cine nacional no tiene buena publicidad, no tiene buena prensa…

enfoque162_091990.jpgNo fue así en el caso de Justiniano, por ejemplo, con Sussi

Lo que pasa es que lo de Gonzalo es una película popular. El podía decir: aquí hay comedia, aquí hay chistes, aquí está la Marcela Osorio. Yo no podía decir esas cosas. ¿Qué puedo decir yo? Puedo decir que hay actores macanudos porque son muy dramáticos. Bueno, eso es lo que digo. Que es polémica. Yo creo que la gente puede ir masivamente a ver cine chileno en la medida en que el cine le comente algo que está dentro de sus preocupaciones. Ese es como la ventaja comparativa que puede tener lo nuestro. Las películas se le meten al público ahí donde están sus preocupaciones, sus intereses más inmediatos. Lo que no sucede con los filmes extranjeros.

Cuéntanos como ha sido la recepción de tu película en otros países.

En general bastante buena. En el Festival de La Habana, que fue donde se estrenó prácticamente, tuvo el premio de la crítica. Un premio con mucho prestigio. Luego participó en varios festivales. Fue seleccionado para participar en uno chiquito que se realiza en un lugar llamado Salsomaggiore en Italia. Ahí tuvo un primer premio junto a una película china, El viejo pozo. Y luego tuvo un premio especial del jurado en Nantes, que es un festival relativamente importante en Francia de cine del Tercer Mundo. Además de eso se pasó por la televisión en Inglaterra, en España, en Alemania. En salas, en México, en Cuba, Canadá y ahora en EE.UU. en un ciclo itinerante. Ha tenido una cierta salida.

A LA SOMBRA DEL SOL

Tú te iniciaste con un largo co-dirigido junto a Silvio Caiozzi, A la sombra del sol. ¿Qué importancia le das a ese trabajo?

Bueno eso fue algo muy bonito, pero sin embargo muy poco explotado en términos tanto de experiencia como de carrera. Surgió muy sorpresivamente sin ninguna preparación de nuestra parte, un proyecto en que yo me metí -noviembre de 1973-, dos meses después del golpe. Culminó un año después con varios hechos simultáneos: el estreno de la película y la detención y posterior desaparición del director de fotografía Jorge Guiler y de la script Carmen Bueno.

Está como en el límite de lo que fue el cine chileno antes y después…

Un poco, claro. Yo siento que pertenece al período anterior. Todavía dentro de lo que se llamó «nuevo cine latinoamericano».

Muy como cinema novo, muy antropológica. Parece como que parte de un estudio del lugar primero y que de ahí se hubiera armado la historia…

La historia de esa película es para morirse de la risa. Una película que no existía hasta un mes antes. Nos contrataron, a Silvio, a mí y a todo el equipo, para trabajar con un señor que era distribuidor acá y que quería hacer una película medio picante en Viña. Una historia de lesbianas, crímenes, accidentes y cosas así. Este señor tuvo la mala idea de mandar el guión al Gobierno, y se lo devolvieron diciéndole que ni se le ocurriera hacer esta cochinada en el nuevo Chile. El tipo se quedó con un equipo contratado, materiales comprados y sin película. El que iba a dirigir renunció. Se llamaba Rodríguez Johnson, y había sido director de cine por allá por los años 40 en Chile Films. Ahora, Pedro de la Barra me había contado varios años antes esta historia de un pueblo en la precordillera de Antofagasta donde llegaban dos hombres, etc. Le propusimos al productor hacer esta película. Así partimos con Silvio y con Waldo Rojas como guionista a buscar este pueblo y a inventar una historia. Encontramos el pueblo, el mismo del caso real y, en una semana, construimos la historia sobre la base de lo que nos pasó a nosotros y los que nos contó la gente. Una historia muy bonita, pero tuvimos 20 días de trabajo de guión más la semana en el pueblo, y nos fuimos a filmar. Eso se nota en que no hay guión, pero también en la autenticidad. Hay una cosa noble en ella que yo quiero mucho, pero claro que es insuficiente como película.

¿Cómo te mantuviste en el ambiente cinematográfico, ya que pasaron 15 años hasta una nueva película?

Yo siempre he trabajado como montajista. En 1975 me fui a México, donde viví cuatro años, y ahí seguí trabajando como tal. También hice documentales y guiones, trabajé como corrector y lector de guiones para productoras mexicanas. Cuando volví a Chile me metí en el mundo de la publicidad y todavía sigo. Como montajista y, eventualmente, como director.

Destaca en tu película la búsqueda de soluciones cinematográficas, por sobre las literarias o descriptivas. Por lo general las películas chilenas buscan sustentarse en el guión y en la actuación. Y por eso fallan muchas, porque lograr un buen guión y buenas actuaciones cuesta.

Yo no vengo ni de la literatura ni nada. Llevo muchos años en esto y, te voy a decir una obviedad, el cine es una forma distinta de narrar. Y cuando hablo de deficiencias del guión, no te estoy hablando de literatura. Esa cosa tan inasible que es un guión cinematográfico, que no sólo tiene que ver con algo escrito, sino con cómo cuentas en imágenes.

 

MAS ALLÁ DE IMAGEN LATENTE

¿Qué de autobiográfico tiene tu película Imagen latente?

El punto de partida es totalmente autobiográfico. O sea, la desaparición de mi hermano. Cuando para mí se configuró ese cuadro que se llama «desaparición», cuando me di cuenta de la magnitud de lo que había pasado, cuando lo asumí, decidí que iba a hacer una película sobre eso. Pasó mucho tiempo en que no tenía la menor idea de cómo abordarla. No tenía ningún interés de hacer de mi hermano un héroe. Tampoco tenía interés en hacer un panfleto denunciando las atrocidades de la dictadura, me parecía que no se compensaba con la densidad de mis sentimientos. Finalmente salió esto que vieron, que es una forma de expresar lo que yo sentía.

¿Qué piensas que pudiera ser más adelante el cine chileno?

Mira, yo creo que habrá harto cine chileno para empezar. Y creo que habrá también mucha diversidad, aceptar cualquier forma de expresión. Hace algunos años había una actitud dogmática en el medio cinematográfico nacional, en que existían cosas que había que hacer y otras que no había que hacer. Yo viví mucho tiempo en ese clima: hay que hacer cine político, no hay que hacer cine de hueveo. Había mucho de eso, pero yo creo que ya se superó y todos tenemos super claro que hay que hacer de todo. El cine es un espectáculo y la gente va al cine -enhorabuena- también a pasarlo bien, así como a reflexionar. El cine llena, o debería llenar, muchas necesidades diversas del público e incluso del que se expresa. Pasamos por un buen momento en que hay mucho interés por el cine chileno. Espero sí, que las buenas cintas brillen y se genere un clima de interés, de discusión con respecto al cine chileno. Y en eso, la crítica tiene un papel importante. Y además de las películas mismas, debe haber un esfuerzo de parte del Estado y de todo el mundo para echar para arriba el fenómeno de la cultura cinematográfica en este país. Reformular la censura me parece fundamental, por un lado; y por otro, debería haber cátedras, ramos en los colegios de apreciación cinematográfica, así como hay en artes plásticas o música.

Cuéntanos algo de tus proyectos.

Pretendo filmar antes de fin de año, y pretendo dedicarme a los largometrajes. Por ahora tengo un guión completo semifinanciado y en etapa de pre-producción, haciendo casting, dentro de poco vamos a buscar locaciones, en fin, la cosa está andando.

¿Un guión tuyo?

Sí, a mí me gusta mucho el guión, me interesa esa etapa. Aunque me cuesta mucho también encontrar con quien colaborar. Hay desconfianza y resquemores entre miembros de distintas disciplinas artísticas. Una cosa que sí se está dando entre cineastas y plásticos. Palta eso mismo con los escritores. El cine es considerado, y no es falso, como una tropa de niños dentro del quehacer artístico chileno. Yo creo que estamos madurando como cineastas, y ya está bueno que los demás lo reconozcan.

(Entrevistaron: Constanza Johnson y Daniel Olave)