Opina Sergio Zamudio: Un mal experimento del cine chileno, hecho a la buena de Dios
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Yo no sé por qué la gente de cine me tiene miedo. Tiembla cuando sospecha que el director me va a encargar la crítica de una nueva película nacional. Y es que yo no sirvo para andar con santos tapados. Digo lo que siento y nada más. Si es bueno, bueno. Y si es malo, es malo. Debo confesar que no nací para hipócrita. Fui, sin que nadie me invitara, a ver la privada de “Cita con el destino”, con el ánimo predispuesto a ver una película buena o regular. Pero -tengo que confesarlo- salí defraudado. “Cita con el destino”, pertenece a ese tipo de películas que nada aportan y que nada dicen en el progreso de la industria cinematográfica nacional. Queda, desgraciadamente, en ese grupo de películas destinadas algún día a servir de pira fantástica para algún ejercicio de bombas, como “Amanecer de Esperanzas”, “Las apariencias engañan”, “Hombres del Sur”, “Nada más que amor” y muchas otras que por el momento olvido. “Cita con el destino”, es un experimento más en el gran laboratorio en que han convertido nuestro cine. Pero un mal experimento, con materias primas de mala calidad, manejadas por manos inexpertas que no tienen más experiencia en cine que haber leído muchas revistas cinematográficas, haber asistido mucho al cine, andar del brazo con las estrellas o tener mucha plata dispuesta a malgastarla en unos cuantos metros de celuloide. Y esto hay que gritarlo muy fuerte. Pueda ser que alguien nos oiga.

EN RESUMEN.- “Cita con el destino” está basada en tres cuentos de Joaquín Díaz Garcés, mal adaptados al cine, por Gloria Moreno. El primero de ellos narra una aventura desafortunada de un agente de investigaciones que aprende a un famoso estafador, que se escapa de las garras de la justicia, frente a unas botellas de vino. El segundo de ellos, la historia de un dueño de paquetería pueblerina que le prende fuego a su negocio para salvarse de la total bancarrota. Y, el tercero, un tema campero, infantil si se quiere, que confirma aquél dicho popular: “los niños vienen al mundo con una marraqueta bajo el brazo”. Estos tres cuentos están malamente ligados por un organillero italiano que pasa a ser un personaje simbólico que desaparece en el segundo y tercer cuento, para poner punto final al film en una escena que le vimos muchas veces a Carlitos Chaplin.

Eso es todo y nada más.