One Color Self-Portrait, de Vicente de Solminihac
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El Berlín donde transcurre esta película es siempre gris y fría, tremendamente fría. Eso va en coherencia con el personaje principal: un joven que trabaja lavando platos en un restaurante y que vive en un viejo edificio, lleno de inmigrantes jóvenes que buscan hacerse una vida en la capital alemana. Él también es uno, es chileno (dato que a la larga no importa mucho) y apenas habla, apenas se relaciona con el mundo. Siempre está cabizbajo, siempre vestido igual.

One Color Self-Portrait, en este sentido, le hace mucho honor a su título, que se podría traducir com “Autorretrato de un color”. Esto porque el filme busca posicionar más un estado de ánimo que una historia, sin matices ni intenciones más que dejar en claro que estamos ante un personaje quebrado, totalmente desconectado de su entorno y que de ahí no saldrá.

Esto, finalmente, genera un riesgo extremo en el interés que pueda generar como largometraje. Al tocar solo una tecla el relato, a la larga, se hace denso y con poca intención en generar una conexión o un entendimiento más cabal del estado de ánimo del personaje. Una monotonía e insistencia por remarcar su actitud que, a veces, logra ciertos quiebres, sobre todo gracias a dos personajes secundarios que le dan frescura a ratos: dos mujeres que intentan establecer alguna relación con el pusilánime protagonista.

¿Es clínicamente depresivo, su pasado esconde algo que explica todo, arranca del mundo, todas las anteriores? La película tiene pequeños atisbos de respuestas a estas incógnitas, muy pequeñas sugerencias que cuando parece que pueden llegar a concretarse en algo más claro, se difuminan y mantienen al personaje lleno de secretos, demasiado hermético, demasiado unidimensional.

La película se contenta así con obtener y fraguar un ambiente de paisajes nublados y gélidos, que quizás podrían haber obtenido mejor resultado en un metraje más reducido. Con ello, también, hace recordar peligrosamente muchas películas de la década pasada que pecaban de ombliguistas, donde el contexto escasamente tiene cabida, dejando al espectador un poco fuera de todo lo que se quiere contar y lejano a las motivaciones de un protagonista armado entre sugerencias. Esas películas cargadísimas de un sentimiento en particular, generalmente de una pesadumbrez, pero escasas de profundidad de campo que redondeen el concepto y que las vuelva más accesibles.