Ojos chilenos miran hacia el cine
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UNA docena de películas que se han filmado o están filmando este año configuran una situación nueva, de ver­dadera ruptura con el pasado del cine chileno. Esas películas son: «Lunes 1º, domin­go 7», de Helvio Soto; «Tres Tristes Tigres», de Raúl Ruiz; «New Love», de Alvaro Covacevic; «Tierra Quemada», de Alejo Alvarez; «Ayú­deme, Ud., Compadre», de Germán Becker; «Los Testigos», de Charles Elsesser; «Eloy», de Hum­berto Ríos, coproducción chileno – argentina; «Valparaíso, mi amor», de Aldo Francia; «El Chacal de Nahueltoro», de Miguel Littin; «El Ocaso», de Hernán Takeda; «Chao, amore», co­producción chileno-argentina; «Un poco de ver­dad», de Sergio Riesenberg y «Tango del Viu­do»,  de Raúl Ruiz.

Recurriendo a la objetividad fría de los nú­meros o a las mayores sutilezas de la estética, durante largos años la gente de cine aportó ar­gumentos a favor de la idea de contar con una industria cinematográfica nacional. Pero esa in­dustria tan anunciada no llegaba nunca, y de repente casi sin darnos cuenta esta lista de pe­lículas nos dice que ya está instalada en nues­tra casa.  ¿Por dónde entró?

Podemos afirmar que este renacimiento del cine chileno se produjo gracias a la aprobación de tres disposiciones legales favorables que le crearon nuevas condiciones de rentabilidad. El espectador de cine está habituado a pensar en él como en un entretenimiento, quizás si en un arte, pero raramente entiende el prosaísmo de su sustentación industrial. Es justamente a este as­pecto del cine chileno, mal conocido aún por gente del oficio, al que queremos referirnos.

Dramática escena de "New Love"
un film con argumento, música y
dirección de Alvaro Covacevic
Dramática escena de «New Love» un film con argumento, música y dirección de Alvaro Covacevic

En la Ley de Reajuste de Remuneraciones aprobada en enero de 1967, la Ley Nº 16.617, se encuentran dos artículos que son el fulminante de esta explosión. Dice el primero de ellos, el Nº 202, que «la exhibición de películas naciona­les estará afecta a los mismos impuestos que las películas extranjeras». Con esto se pone fin a la discriminación tributaria que existía antes entre películas nacionales y extranjeras, ya que mientras las extranjeras pagaban un impuesto que en total llegaba al 46% del valor de la en­trada, las chilenas solamente pagaban un 20%. El beneficio para el productor de películas chi­lenas creado por esta ley consiste en que mien­tras el impuesto que pagan las películas extran­jeras ingresa a arcas fiscales, el impuesto de las nacionales: «Será depositado por la Tesore­ría  General  de la  República en  una cuenta  especial en el Banco del Estado de Chile, a nom­bre del productor de cada película, sin deduc­ciones de ninguna especie, para ser devuelto a dicho productor dentro de un plazo no mayor de 30 días«.

El segundo de esos artículos, el Nº 252, li­bera a las películas chilenas de un impuesto de 15%, llamado de cifra de negocios, que se pa­gaba varias veces durante los diversos procesos por los que pasa desde su filmación a exhibi­ción.

FACILIDADES  PARA EL PRODUCTOR

DE este modo el productor que invierte su dinero en una película chilena que­da, después de la dictación de esta ley, notablemente favorecido: por una parte se le exime de pagar un impuesto bastante alto, y por la otra se le devuelven otros impuestos, también bastante altos, que debe pagar el espec­tador de su película. Su mayor ingreso puede es­timarse en un 321%. (El detalle de estas opera­ciones que hemos estado bosquejando puede ver­se en el gráfico que ilustra estas notas).

Con el estreno de cinco películas, el año pa­sado ya fue un año excepcional para el cine chi­leno, ya que salvo la década del 40, en que en­traron en funcionamiento los Estudios Chile Films, por entonces los más modernos de la América latina, las películas chilenas que se estrenaban no pasaban de una o dos por año. (Ellas fueron: «Regreso al Silencio», de Naum Kramarenco; «El ABC del Amor», de Helvio Soto; «Morir un Poco», de Alvaro Covacevic; «Largo Viaje», de Patricio Kaulen, y «Erase un Niño, un Guerrillero y un Caballo», de Helvio Soto). De entre esas películas, «Morir un Poco», de Alvaro Covacevic resultó el mayor éxito co­mercial del cine chileno de todos los tiempos, y «Largo Viaje», de Patricio Kaulen, ha ganado este año un Premio Extraordinario en el Festival de Cine de Karlovy Vary, en Checoslovaquia, que es la mayor recompensa obtenida por película chilena en el extranjero. La seguridad que aho­ra tienen los productores de que hacer cine en Chile, comercialmente ya no es un acto suicida, ha hecho subir esa única película de los años 50, a cinco en 1967 y a más de una docena en 1968. Si tomamos en cuenta que una película de ingreso normal produce unos E° 350.000 y que la película más barata cuesta sobre E°  200.000,  comprenderemos lo que pasaba con el cine chileno antes de la Ley 16.617, y lo te­rriblemente ingenuas que resultaban esas bucó­licas conversaciones de sobremesa en que se aseguraba que en Chile no se hacía cine porque no se quería, ya que había «de todo», como «buen clima y bellos paisajes».

Filmación de «El Chacal de Nahueltoro», en el interior de Chilian; el Director, Miguel Littin, camarógrafo Hector Ríos y Ayudante de Dirección Pedro Chaskel, este último Director de Cine Experimental de Universidad de Chile

Desde hace mucho tiempo la gente preocu­pada por el cine chileno, especialmente la Aso­ciación de Directores y Productores de Cine, DIPROCINE, y CHILE FILMS, se habían pues­to de acuerdo en que eran tres los puntos bá­sicos para el desarrollo de esta actividad; los dos que aprobó la Ley de Reajustes y otro que permitiera abaratar los altos costos del material virgen y de los implementos cinematográficos, que eran considerados como artículos suntuarios para los efectos del pago de derechos. Una dis­posición agregada a la Ley Nº 16.773, que en marzo del presente año aprobó el Impuesto a la Renta Mínima Presunta, vino a dar amplia satisfacción a los cinematografistas, al autorizar al Presidente de la República para que mediante un decreto liberara de derechos de internación que se perciban por Aduanas a la importación de película virgen de uso profesio­nal y a las maquinarias, implementos, acceso­rios y productos químicos necesarios para la producción de películas nacionales.

Se le agregaba así la pata que le faltaba a este trípode sobre el que descansa el actual cine nacional. Aunque dispersas en sus textos legales de origen, las tres disposiciones forman una unidad y son la Ley de Cine Chileno tantos años  esperada.

CERTIFICADO PARA LAS PELÍCULAS NACIONALES

DE estas franquicias dice la ley que pueden gozar los «productores cinematográficos nacionales» y las «películas nacionales», pero determinar a quienes se puede considerar como tales no siempre es fácil. Por eso la misma ley que liberó de derechos de internación se encargó de solucionar el problema de quienes son productores nacionales, creando en la Subsecretaría de Economía un Registro de Productores Cinematográficos. Tampoco es siempre fácil determinar cuál es la nacionalidad de una película, piénsese, por ejemplo, en el «Dr. Zhivago», que tiene un director inglés, capitales de producción norteamericanos, un tema ruso y que fue filmada en España. Era necesario que alguien resolviera el asunto para evitar abusos en el otorgamiento de estas ventajas, al mismo tiempo que sirviese de asesor y contralor a los distintos mecanismos y organismos que intervienen en esta actividad cinematográfica, de funcionamiento cada vez más intenso. Con este objeto se constituyó a mediados de mayo del año pasado el Consejo de Fomento de la Industria Cinematográfica, con un secretario ejecutivo, que es Ricardo Moreno y formado por representantes de Chile Films, Ministerio de Relaciones Exteriores, de Economía, del Banco del Estado y de los productores cinematográficos. Este Consejo tiene entre sus atribuciones la de certificar la calidad de película nacional, además debe pro­poner un plan orgánico de fomento al cine na­cional y asesorar al Gobierno para la firma de acuerdos con otros países o con organismos internacionales de cine.

Otra escena de «New Love» el film de Alvaro Covacevic

Es posible ver otros hechos favorables en esta reorganización de las bases materiales de la actividad cinematográfica. Los Estudios Chile Films están al servicio de los productores de cine y con el aporte de la Corfo levantan un estudio de sonido de primera categoría, mientras reacondicionan otras instalaciones; se creó una distribuidora, Continental Films, que dará trato preferente a las películas chilenas y productores particulares están importando equipos cinematográficos que antes no existían en el país o  eran insuficientes.

Por primera vez en muchos años se dan estas bases para la existencia de una industria cinematográfica nacional y esto importa no sólo porque significa una nueva «fuente de trabajo y de divisas para el país», porque la importancia del cine no se agota en lo puramente comercial. Es sorprendente comprobar como la gente cuando hace recuerdos del pasado encuentra que muchos de ellos están unidos al cine. Es ante todo el cine de Hollywood, algo menos el europeo y quizás si hasta un poco el argentino y mejicano el que los ha moldeado con sus temas, estilos y estrellas. Es algo más que una simple penetración comercial e industrial. Y el cine chileno todavía nos debe materiales para esa mitología personal que todos cultivamos. La mayoría de las películas de este «año primero del nuevo cine chileno» quieren escapar a la inofensividad del cine del pasado, a su folklorismo fácil y comicidad primitiva y algunas hasta tienen la pretensión de ingresar en una es­cala  de valoración  estética.

Basados en todo esto podemos empezar a desarrollar nuevas esperanzas en el futuro de nuestro cine.