Nuevo filme de Miguel Littin. La Tierra Prometida
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♦      Dilema de la película: reformismo o revolución.

♦      Indagación sobre un pasado actualizado.

♦      En escena de represión, «La Abuela» llora resigna­da.

♦      Son campesinos, como seres de otro mundo.

OPINAN EL DIRECTOR Y SUS CAMPESINOS-ACTORES

EN la provincia de Colchagua, a 43 kilómetros de San Fernando, y a 6 kilómetros del pueblo de Santa Cruz, está el fundo La Selva. Sus tierras, pródigas en manzanas, de extensos viñedos, fueron expropiadas el año pasado. En la casa patronal, construida en la década del 30, es donde están acuartelados en sus espaciosas habitaciones los artistas y técnicos del filme La tierra prometida, dirigido por Miguel Littin, que pronto concluirán un ambicioso proyecto. En síntesis, la idea seria reflejar en esta película los problemas políticos de un grupo de explotados que intenta formar, influido por el socialismo utópico vigente entonces, una comunidad económica y social como culminación de una larga marcha que viene del norte, a cuya suerte se han ido sumando lingueros, afuerinos, cesantes, putas, impulsados por los años de hambre de 1930. Se establecerán en El Valle, levantando sus chozas, y comenzarán a trabajar la tierra. De este modo la película quiere ser la indagación sobre un pasado actualizado, en el cual personajes claves como José Duran (Nelson Villagra), Traje Cruzado (Marcelo Gaete), El Maquinista (Aníbal Reyna), entre otros, constituirán las líneas ideológicas que surgieron en el éxodo, tironeando a la gente hacia distintas alternativas posibles.

CIUDAD LIBRE, CAMPO LIBRE

Rodado en Palmilla, Nancahua, Huique, Santa Cruz, etc., el filme de Miguel Littin busca, más allá de las precisiones localistas, totalizar en un solo movimiento el tema agrario aunque expresado a distintos niveles —políticos (lucha de clases), mitológicos (héroes tradicionales de la patria, personajes de estampa de la religión católica), económicos (descubrimiento de la plusvalía)—, pero reduciendo todas las connotaciones a una idea central en torno a la cual gira la narración. Así, de acuerdo con el desenlace dialéctico de la película, se plantea que el campo sólo será libre cuando la ciudad también lo sea. Esta tesis la hace válida la historia misma que se relata, en donde los comunitarios conocerán los límites de su acción política al no existir una liberación global en la sociedad a la cual de una manera u otra pertenecen.

CRITICA DEL PRESENTE

—De El Chacal de Nahueltoro a esta película, ¿qué progresión encontrarías?

Littin: «Ambas películas son diversas, pero en verdad existe muy poca objetividad para analizar una obra. Yo, por ejemplo, no puedo hablar con propiedad acerca de El Chacal cuando, en verdad, no me pertenece. Por eso no puedo señalar esa progresión. Tampoco me lo he planteado al hacer esta película. El problema, desde un punto de vista real, es que en ese momento me pareció urgente realizarla, así como ahora me parece también urgente esta película. Por otro lado, claro está, ha habido un vuelco en la realidad nacional, de tal manera que lo que era urgente ayer ha cambiado. Sería extemporáneo discutir ahora el problema de la pena de muerte o de la tenencia de la tierra. Ya está superado, pero discutir hoy qué es el reformismo, qué es la revolución, es lo vigente en estos días. Así es, y el dilema que planteamos en la película es éste: el reformismo o la revolución».

UNA CAMARA ABIERTA

Por otra parte, dado el carácter de obra abierta de La tierra prometida, conseguido gracias a la participación polÍtica de los extras y actores profesionales, la línea de este filme ha resultado conjetural. De ahí que la intención de Miguel Littin, como realizador, haya sufrido en el curso mismo de la filmación diversos cambios, debido a la presión, a nivel de base social, de los distintos participantes, al punto que, en más de una oportunidad, su única intervención ha sido fijar una cámara abierta y dejar en libre movimiento la espontaneidad de los extras, campesinos en su mayoría. Ellos, potenciados por el tema de la película, en un mecanismo casi pirandelliano, han desbordado los limites de la ficción, puntualizando en su magra vida cotidiana, hoy, en 1972, las luchas políticas que a nivel imaginario estaban desarrollando. Se llaman El Coyunta, La Milica, El Rucio Chico, La Abuela, El Capitán, entre otros. En su mayoría son cesantes crónicos, jubilados algunos, quienes al correr de los días postulaban que El Valle, tierra fiscal donde se ha establecido la comunidad de la narración, no sería entregada al término del rodaje de la película, pues ellos habrían ganado El Valle en la lucha. Lamentablemente, claro está, a nivel de ficción dentro del filme, pero ellos, en fin. ya han aprendido a atreverse.

A LA BÚSQUEDA DE UN ADAGIO

—¿Qué podría usted decirnos?

El Coyunta: «Yo soy, como muchos, de los que andan vagando por el mundo en busca de un adagio. Tengo muchos años. El Coyunta es un botado a vago, pero cuando llega a su casa es otro hombre. Soy un vago, un atorrante: hago lo que quiero. Pero cuando llego a mi casa soy diferente, paso a ser rico un momento. Esta es la leyenda de un hombre de por aquí. Yo vivo siempre en la misma historia, soy muy pobre. Acaso eso es el adagio. Este es un mundo indiferente, pero yo a veces me enamoro».

LA VIDA COTIDIANA

Hombres como «El Coyunta», como Adelio Díaz, llamado «El Capitán», son quienes habitan las tierras aledañas al fundo La Selva. Parecen seres de otro mundo, absortos frente al paisaje, olvidados por la historia. Por ejemplo, Andonila Molina, bautizada «La Milica», casada con «El Capitán», creía hasta hace poco que Eduardo Frei era todavía presidente de Chile. Estos son algunos de los extras que están trabajando en la película, hombres y mujeres que al principio fueron buscados, pero que después llegaron tímidamente, las manos en los bolsillos, vacilantes, a presenciar los primeros trabajos de filmación. Está «La Abuela», también, quien en algunas escenas de represión en el filme creía que estaba ocurriendo de verdad y lloraba resignada «porque estaba sucediendo lo mismo de siempre». En esta zona de Colchagua es donde la burguesía terrateniente chilena, para mayor gloria de la familia Errázuriz, levantó en la hacienda San José de Huique, hoy Asentamiento Los Cañones, la suntuosa Casa de los Presidentes para que se trasladara a ella el Palacio de La Moneda, posibilidad que estuvo a punto de lograrse y que hoy pertenece a la mitología popular de la reglón, que, en forma fascinada o perpleja, se relata al visitante.

CULTURA DESDE LAS BASES

—¿Como ves el sistema cinematográfico imperante?

Littin: «Bajo este sistema estamos obligados a hacer una producción en términos privados. Repito: estamos obligados. En verdad, tendríamos que estar produciendo en términos estatales. Incluso es una situación inconfortable ser un productor privado: mantiene ciertos términos capitalistas que no guardan relación con la verdad. Esperamos que los compañeros que dirigen Chile Films tengan alguna línea respecto a los realizadores independientes. Es de esperar que así sea, siempre que se mantenga una apertura tanto ideológica como estética. Esto es fundamental. Nadie puede erigirse como poseedor de la verdad absoluta, ni con el derecho a controlar los medios de producción cinematográficos en ese sentido porque, además de constituir un acto de ceguera política, obligaría a combatir tales tendencias sectarias. Si hablamos de política cultural, lo fundamental es que aparezca fundamentada desde las bases mismas, y no de los dirigentes políticos, por más iluminados y bien intencionados que sean, ya que ella se convertiría, entonces, en un paternalismo político. La política cultural no debe dictarse, debe hacerse desde abajo, desde nosotros mismos. ¿No es asi?»