Nuevamente el alma de Chile se transparentará en el filme: “Dos corazones y una tonada”, producción que veremos pronto
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Más que nunca ahora se puede decir de las películas chilenas aquello de que “una golondrina no hace el invierno”, en el sentido de que una sola producción, aislada, deba asumir la responsabilidad hasta cierto punto histórica del resto de la cinematografía nacional.

Comentar lo hecho ya, en otras épocas, ante lo que se está haciendo, suele ser en otro orden de cosas artísticas una norma tradicional muy útil, porque hace tangible una tabla de valores que guíe hacia la apreciación justa de los quilates de la cosa nueva que se presenta; pero en la cinematografía chilena, arte incipiente e industria estancada, por otro lado, no cabe tal sistema crítico, pues muchos casos la mediocridad de lo ejemplarizado suele ser factor de desprecio de lo que se está comentando.

Sin embargo, en este caso, una simple crónica sobre una nueva película que se filma en Santiago no debe rozar ino superficialmente lo “sucedido” en películas anteriores hechas en el país.

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Teresa León en una escena de la película

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Ha habido un abismo de diez años de paralogización fílmica en nuestro país, desde el último metro de celuloide mudo que hizo Eric Page, en 1930 (“La patrulla de avanzada”), al primer carrete sonoro (“Norte y Sur”, de Jorge Délano, 1934), y, en seguida, hubo otra absurda paradilla desde ésta a “El hechizo del trigal” (de Liguoro, Valparaíso, 1939). ¿Por qué? Las razones las conoce todo el mundo, pero son pocos los que las remedian.

Pero ahora, con mayores y laudables bríos, una de esas pocas personas para quienes valen hechos y no palabras, realizaciones y no pesimismos, reanuda el cortado hilo, reeslabona la cadena honrosa que nos conducirá al magno instante en que se pueda decir ante el mundo, sin reparos: “¡Ya hay en Chile una auténtica cinematografía nuestra!” Según todas las probabilidades, eso ocurrirá en 1943. Pues, por mucho tiempo más, nuestros cinematografistas, para cohonestar sus errores, argüirán que solamente son “ensayos” lo que hacen. Está bien. La historia llamará a esto “Epoca de los ensayos”.

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La persona a que nos referimos, que por cuarta vez sale al palanque a quebrar lanzas en pro del buen nombre de nuestra cinematografía, es el señor Carlos García Huidobro. Director novicio como el que más, ha demostrado no obstante haber acertado en lo que ya lleva filmado de su primera producción, “Dos corazones y una tonada”, de argumento concebido por él mismo.

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Ha escogido este director para su estreno un título simple y fragante, a pesar de su esquematismo aritmético. No es que haya caído de plano en la moda de “Cuatro hermanitas” (yanqui), o “Cuatro corazones” (de Discépolo, argentino), etc. Sobre todo que, al parecer, el argumento responde al título.

En esta película nueva se ha desarrollado un tema muy chileno y al mismo tiempo universal. Un actor de grande experiencia teatral y cinematográfica, lo que cual es diferente, dado que en Buenos Aires intervino en la filmación de dos o tres cintas, nos referimos a Rafael Frontaura, y una mujer artista, en otra forma, aunque no le sean extrañas las tablas, porque es una excelente escultora, Teresa León, forman la pareja que asume mayor responsabilidad fotogénica en “Dos corazones y una tonada”, a estrenarse en octubre.

De paso se debe también saludar en Frontaura a uno de los actores “pioneros” de nuestra cinematografía. En 1919, junto a la extinta actriz Ana Novella, actuó en la filmación de una película muda con argumento de Víctor D. Silva, “Un idilio en la montaña”. Pensar que, de haber tenido nosotros una cinematografía continuada, de entonces a ahora Rafael tendría a su haber ya unos veinte años de éxito. Sería tan famoso como Wallace Beery, Clive Brook, Lewis Stone, Gary Copper, etc.

Por su parte, Teresa León, mujer de una simpatía extraordinaria, ha logrado salvar las dificultades primerizas. El resto de su lucimiento estriba en la acertada dirección final de García Huidobro, asociado al señor Selman.

Otra pareja novicia, que empieza su historia con ellos mismos, la forman Ester Soré, la magnífica y joven cantante de los micrófonos, “Miss Radio” de 1939, y Enrique Olavarría, nombre que por primera vez suena en el mundo artístico. Saludemos en ellos a dos nuevos factores que surgen al plano fílmico nacional, nada más. Ya llegará el momento en que indiquemos sus aciertos y su envergadura fotogénica. Es prematuro lanzar a las “estrellas” y los “astros” sobre una malla de conjeturas antes del estreno. A veces caen bien, pero otras no. Es como en los circos durante el ensayo de los saltos peligrosos con malla. Pero la calidad vocal y física de Ester Soré, ese algo de “vamp” que tiene, así cómo la capacidad histriónica que sospechamos en Olavarría, nos hacen esperar que salvarán honrosamente sus papeles respectivos.

Otros dos actores nuevos se presentan esta vez: N. Molinare y Peter Van Yurick. Ya nos dirán por sí mismos lo que valen.

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Dos corazones y una tonada” desde el título anuncia ya que se trata de una producción “cantada”, estilo en cierto modo a “Allá en el Rancho Grande”. Es un género que gusta fácilmente a la multitud, aunque se cae muchas veces en una especie de “bataclán cinematografiado”. Ojalá que aquí no suceda eso. Por ahora, vengan canciones. En esta cinta nos darán siete, algunas de Luis Valdés. Dirigió la impresión Donato Román H. Títulos como “Ramita de toronjil”, “Ay, agüita de mi tierra”, tienen fragancia campera chilena. Las cantan el famoso cuarteto de “Los cuatro huasos” (Donoso, Mondaca, Bernales y Ortúzar), que tan notablemente han levantado el nombre de Chile en tierra norteamericana. En la parte cómica se ha encargado papeles de responsabilidad a dos conocidos actores: Elena Puelma y Romilio Romo. La Puelma también intervino en otros años en películas mudas, y lo hizo muy bien. Ahora está mejor. A cargo de la cámara ha estado el fotógrafo Egidio Heiss, excelente “cameraman” que desde largo tiempo viene realizando nítidas tomas de vistas, con gusto muy personal, tanto de cintas con argumento como actualidades.