Esta entrevista se hizo cuando Los sueños del castillo recién iba a comenzar su recorrido por festivales, es decir, a inicios de 2018, pre estallido social, pre pandemia mundial. Era otro país, otro contexto, otros aires. Si bien parece ser que toda una década completa ha pasado desde entonces, este documental de René Ballesteros sigue fresco y poderoso al adentrarse en los claroscuros de la mente de jóvenes recluidos en un centro de detención en el sur de Chile. Es una realidad que sigue ahí, cada cierto tiempo golpeando fuertemente con ciertas macabras noticias de abusos que ocurren en otros centros. Es una realidad de la cual muchos plantean soluciones, pero parece ser una fortaleza (como la del castillo en el cual viven los jóvenes de la película) ante la cual nadie se atreve a penetrar con la sinceridad y fuerza necesaria. La oscuridad es demasiado grande y los involucrados y responsables, al parecer, muy poderosos.
Volviendo a la película, la exploración que hace Ballesteros no es para nada convencional y lejanísimo de cualquier intento reporteril. Asume el riesgo (del que sale completamente airoso) de intentar ingresar en la mente de ellos, de lo que sueñan por las noches, en medio de medicamentos, historias de maltratos y de familias quebradas. Así, levanta una película donde, primero, el trabajo ambiental es fundamental y a ratos la película coquetea con el género de terror, pero sin remarcar mucho esa relación igual. Segundo, el filme está consciente de la delicadeza de lo que encara y guarda la distancia justa para no intervenir o corromper la realidad en la que se adentra, también evita todo efectismo. Esto último algo más que valorable cuando hoy parecen medirse muy seguidamente las películas por si genera o no una explosión emotiva («lloré mucho», es la frase recurrente). Hay un respeto, pero también la urgencia de dar cuenta lo que hay ahí adentro, tanto del recinto como de los jóvenes. Hay, en resumen, una idea cinematográfica que se trabaja integralmente, y no impositivamente hacia a los jóvenes, y al mismo tiempo, con el espectador.
En esta entrevista se intentó hablar un poco de esta valiosa propuesta.
¿Cómo presentarías Los sueños del castillo?
En el sur de Chile, en medio del campo mapuche, hay un centro de detención juvenil donde los detenidos sufren de pesadillas recurrentes. La película es una exploración de sus terrores nocturnos, de la relación entre sus vidas y sus sueños, pesadillas y delitos. También explora la influencia que tiene el lugar, el territorio, sobre ellos.
¿Cuándo y cómo llegaste a pensar esta película?
Fue cerca del 2011. Estaba escribiendo un largometraje de ficción de terror/thriller en una residencia de escritura cuando una ex-colega psicóloga me habló de este centro de detención en Cholchol, de las pesadillas recurrentes y de los rumores de un cementerio mapuche. Me di cuenta que ahí estaban todos los elementos de una película de terror. Entonces, me propuse abordar el tema pero desde el documental, trabajando con elementos reales. El terror es mi género favorito y, aunque Los sueños del castillo no sea una película de terror, aborda los terrores de los jóvenes, a través de su vida mental nocturna, su subjetividad.
¿Cómo accediste y cuáles fueron las complicaciones?
La obtención de permisos fue larga, pero ayudó el hecho de que, antes de hacer cine, trabajé como psicólogo con jóvenes en cárceles y con niños de la calle. Muchos de los profesionales de esas área me conocían de esos años. Eso me permitió también adaptarme y entender lo que necesitaba la institución para poder entrar. Una vez dentro, las cosas se fueron dando de manera rápida. Desde el primer día en que pudimos entrar con la cámara, empezamos a rodar; el rodaje duró 6 semanas.
¿Cómo se dio esa relación con los personajes? Porque llama la atención la confianza que tienen de hablar con la cámara al frente.
Las cárceles son extremadamente codificadas, con sus leyes internas y una jerarquía interna que se puede ver en los patios. En las celdas, esto desaparece, las celdas son el único espacio de intimidad de los detenidos, en contraposición con el espacio del patio, que es el lugar en que las posiciones dentro de esta sociedad no pueden moverse. Creo que para muchos les ayudó a liberarse, al menos por un rato, el poder hablar de sus sueños. Además, mi posición era rara para ellos. No creían que alguien pudiera interesarse en lo que soñaran. Conmigo no tenían nada que ganar aparte de matar el tiempo; no obtenían ningún beneficio, hubo una especie de gratuidad en nuestra relación, por así decirlo. Además, la mayoría de los jóvenes están obsesionados con sus sueños. Para las visitas, los jóvenes le piden a sus familias ropa, cigarros o otras cosas que no se pueden ingresar tal vez, pero también piden libros de interpretación de sueños. Eso es sorprendente. Se juntan y leen para interpretar lo que sueñan. Les preguntan a los educadores por el significado de sus sueños, se los cuentan entre ellos.
¿Cómo los abordabas? ¿Tú no conocías a nadie de antes?
A algunos los conocí cinco minutos antes de entrevistarlos. David Belmar (Director de Fotografía) y yo nos parábamos en el patio del centro, los jóvenes veían la cámara y se acercaban. La única condición para ser entrevistados, les decía, era que se acordaran de sus sueños. Íbamos a sus celdas, instalábamos los equipos y ya estaban hablando.
¿Te quedabas ahí?
Un par de noches nos quedamos. En general llegábamos al atardecer, a las cuatro o cinco de la tarde, cuando los profesionales (psicólogos, asistentes sociales) se van. A veces llegábamos a las tres de la mañana, cuando se levantaba la neblina. Seis días por semana, durante seis semanas.
Bueno, y ahí aparecen los relatos de los sueños, que sorprenden por sus complejidades, por lo que proyectan.
El soñar en las cárceles es muy importante. Hay un informe que señala que los presos en Chile pasan hasta 15 horas encerrados, entonces mucha parte del tiempo ellos duermen, están tirados, entre dormidos. Separados de su familia, sin actividad física, el soñar se vuelve una extensión de sus vidas. Algunos jóvenes me decían que afuera no se acordaban de sus sueños, pero ahí dentro todos se acuerdan, muchos los anotan, se obsesionan con ellos. En sueños ven a sus familias, a sus víctimas, se sueñan en libertad y luego despiertan en sus celdas, es decir, los sueños que parecen bonitos se convierten al final en una pesadilla. Además, en Cholchol el fenómeno es particular, hay mucho consumo de pastillas (neurolépticos) de manera indiscriminada, lo que altera sus ritmos de sueño, y el hecho de que los mismos jóvenes rumorean acerca de la existencia de un cementerio mapuche bajo sus propias camas.
Y el dispositivo de los sueños los humaniza. Tienen sueños tan complejos como cualquier otra persona.
Me propuse poner al espectador en posición de escucha, que no vieran a los personajes como delincuentes o “niños del Sename”. Eso no me interesaba. Muchos de ellos tienen mentes brillantes, oscuras, pero brillantes. El pie forzado de la película es que todo lo que apareciera de ellos, de sus vidas, viniera desde sus relatos de sueños. No les pregunté por sus causas, el por qué estaban allí. Cuando ello aparece es porque viene en sus sueños.
Respecto a la estructura y al montaje de la película, cómo la fuiste armando, cómo lograste que los relatos, además, se fueran imbricando con ese exterior misterioso, con ese castillo nebuloso.
La voz, las voces de los jóvenes, son la clave para la estructura. Hay muchos personajes y sus innumerables voces se van entretejiendo a medida que la película avanza. Ese tejido fue el trabajo de Johanne Schatz, la montajista. Johanne trabajo y probó distintas formas hasta encontrar la estructura final, una dramaturgia que no es regida por un personaje principal, sino por un enjambre de personajes y voces, espacios internos y externos. Además, el diseño de sonido y la música fueron muy importantes para componer la estructura de la película. El compositor Alexandre del Torchio creó la música y me encanta su trabajo, ayuda a reforzar el carácter del lugar y los relatos, siendo al mismo tiempo discreto. También hay música de un grupo noise rock, The Hair and Skin Trading Company. Por el diseño de sonido, tengo que citar también a Simon Apostolou, el talentoso ingeniero de sonido francés, que ha editado y mezclado mis dos largos, quien posee una oreja muy sutil y un sentido de composición musical, lo que ayuda a crear, a consolidar, a darle más profundidad al cuadro completo de la película. Es increíble, pero una película no es la misma antes de ser (bien) mezclada. Creo que no es lo mismo con la corrección de colores; uno se acostumbra a la imagen, el ojo se engaña más fácilmente, se adapta. Con el sonido es distinto, el oído es más fino, capta inconscientemente. Entonces, esa sensación de extrañeza viene tanto de lo que va pasando en la imagen tanto como en el sonido.
Hay también una propuesta visual, que tiene que ver con una cámara fija, que observa detenida, que parece estar detrás de una cuarta pared. ¿Por qué llegaste a eso?
Cuando junto a David nos plantábamos en el patio con la cámara había que estar firme, fijo. Cuando escuchábamos el relato de los jóvenes había que mantenerse estáticos. Tiene que ver con encontrar una estabilidad. Pero también era lo poco o lo único que podíamos hacer, las limitaciones del rodaje; no podíamos mover mucho la cámara en las minúsculas celdas tampoco. Y una vez que encontrábamos un espacio en el patio nos quedábamos ahí.
¿Qué crees tú que va a pasar con la película, en un contexto donde se han destapado cruentas cifras en torno a jóvenes que han muerto en estos centros?
Mi ambición es que el/la espectador/a se deje arrastrar de a poco hacia el mundo de las pesadillas, sin detenerse a juzgar a quienes ve y escucha, adentrándose en la interioridad de los personajes, en su noche mental. Tal vez haya curiosidad por ver lo que pasa en estos centros. Porque en la realidad nadie los quiere ver. Hay una fosa entre el resto de la sociedad y ellos y la gente prefiere no pensar en lo que pasa con los niños y niñas que crecen en situaciones extremas, dentro de un país donde el estado no cumple su rol con quienes más lo necesitan. Muchos de los que hoy se encuentran presos pasaron por centros de protección cuando niños. La gente común prefiere no pensar en ello, a menos que alguno de ellos los asalte o, en este caso, se revele una cifra de más de mil niños y niñas muertos. Hay una brutal desigualdad en Chile, que se cristaliza en estos centros. Entonces quizá haya curiosidad, morbo, sobre el documental, para ver qué pasa, pero espero que el público se conecte con la interioridad de los personajes. Los jóvenes tienen una vida interna muy rica, aunque atormentada.
¿Proyectos futuros?
En estos momentos estoy en pre-producción de mi siguiente documental, Los niños sin tierra, que aborda las adopciones de niños y niñas mapuche, enviados al extranjero, entre los años 70 y 80, desde el punto de vista de la construcción de identidad y su subjetividad.Además estoy desarrollando las ficciones de thriller/terror que dejé en pausa mientras estaba trabajando en Los sueños del castillo. Mientras rodaba en el centro, muchos educadores me hablaron de sus experiencias de trabajo en estos centros de detención. A partir de esta investigación paralela, estoy desarrollando una ficción llamada Llamar al Diablo por su nombre.