«Mejor estar solo», de Rodrigo González
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Es francamente impresionante lo que ha logrado esta película. Y esto es: el haber convencido a que no solo actores de alto calibre –y demanda, se supone– como Julio Jung, Alejandro Trejo y Claudia Celedón hayan creído en un proyecto independiente como este (opera prima además) sino además a los inversionistas privados que aportaron recursos (vaya uno a saber con qué filantrópico objeto). Es increíble y hasta cierto punto inverosímil, como muchos de los descabellados pasajes de Mejor estar solo. ¿Acaso el triunvirato mencionado tenía problemas de caja? Da igual, al menos sostienen la película y le dan la dosis de cafeína mínima. En este sentido, no cabe duda que los productores de este proyecto son maestros de la seducción y esto hay que reconocerlo y –por qué no– hasta valorarlo, e incluso estudiarlo en profundidad.

Mejor estar solo es una especie de comedia romántica con escasos toques de humor negro. Ciertamente su humor parece mas bien gris. Gris neutro sabor a cemento como su personaje principal, Hugo, un sujeto treintón que es plantado en el altar y sistemáticamente ninguneado/zamarreado –con razón– por todos los que le rodean. Y esto no es de extrañar, al poco andar uno se va dando cuenta que, con singular saña o ímpetu autoflagelante, el personaje es perfilado con todos los elementos que ayudan a que uno sienta no solo lástima por él, sino incluso cierta rabia (por no decir desprecio): no tiene nervio ni pasión por nada; su hablar es monótono, cansino a más no poder; el más triste de los individuos mofletudos que uno alguna vez se ha topado y que rápidamente intenta evitar para no contagiarse. Por las venas de éste individuo no corre sangre sino dióxido de carbono. Un perfecto consumidor cuya existencia o inexistencia nadie extrañaría. La verdad es que ni para odiarlo da, simplemente vegeta y malgasta oxígeno.

Ahora, el personaje está construido así con clara consciencia del riesgo, con cierta desfachatez temeraria incluso, como si se purgara una experiencia personal sin pudor ni temor, tal vez esperando generar algún tipo de piedad. O, finalmente, como si dicho calvario personificado conectara con alguien y expresara alguna problemática asible al margen de lo que provoca su perfecta nimiedad. En este sentido, la fuerza de Mejor estar solo recae en los mencionados Jung, Trejo y Celedón (abuelo, padre e hipotética suegra del protagonista, respectivamente), que justifican o remecen el atrofiado semblante del personaje. El padre es, necesariamente, la versión envejecida de Hugo, un sujeto pusilánime, perturbado –se supone– por su prematura viudez; la suegra, una arribista insoportable pero con huevos, con vocación de dominatrix y cuya única motivación es aparentar a como dé lugar cierto estatus. El abuelo vendría siendo la conciencia lúcida que tarde o temprano ofrecerá algo de su experiencia de vida a Hugo.

Haciendo caso omiso del hecho que los invitados a la fiesta de matrimonio se quedan esperando a la novia durante todo un fin de semana, el metraje desarrolla, como avalancha de manjar, cierto retorno a la cordura del protagonista: su prometida “tal vez” no volverá. Hugo comienza a recordar momentos, cada uno más lamentable y humillante que el anterior, donde la novia -hoy ausente- lo trataba como estiércol, aprovechándose de él quien, en efecto, siempre permitió todo sin mediar reacción. Mejor estar solo apunta con brocha gorda el tipo de relación que evidentemente no tendrá futuro, y en ese sentido su móvil y fuerza se funda en una loable vocación profiláctica.

En este constante recordar de momentos pasados, que eventualmente en algún momento le harán darse cuenta de su absurda y estéril vigilia, Hugo se encuentra con una antigua amiga (Nathalia Galgani) en una playa cercana al recinto donde se desarrolla la fiesta de matrimonio. Con esta joven, que, se supone, vacaciona en el lugar y deambula sin mayor sentido ni objetivo propio, el protagonista re-establece cierta conexión no sin antes intentar joteársela con vergonzantes resultados. Uno a estas alturas ya casi cree que el protagonista tiene algún tipo de deficiencia mental y que la prisión preventiva seria lo mínimo para este espécimen (cuando no retornar directamente al jardín infantil).

Entonces, de aquí en adelante, la película incorpora a su derrotero a esta amiga que, como otro mentor más, le ilustra con manzanitas el camino a Hugo, que aún no reacciona ni demuestra poseer alma. Adelantándose a la castración química que merece, y que salvaría al mundo de la descendencia que este tipo traería, cuando ya se pensaría que el personaje no tiene vuelta éste –al fin– toma una decisión, que es, básicamente, ni más ni menos la que da título a la película.

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Fotograma de «Mejor estar solo».

Vale la pena mencionar que Danielle Fillios, la experimentada montajista, figura en los créditos iniciales como asesora o consultadora de montaje y, a raíz de esto, uno se pregunta: ¿dónde estuvo Fillios?, qué permitió tantos groseros problemas de raccord, los que a la larga por añadidura casi que se asumen como parte del ecléctico estilo del largometraje.

Contra lo que se piense, la película puede lograr, curiosamente, conectar con el espectador, casi por agotamiento. Al pasar los minutos, ahí sentado, padeciendo, uno se cuestiona muy seria y profundamente, casi existencialmente: ¿pero por qué a mí, que he hecho yo? Si no robo, no miento, no cometo delitos, no evado impuestos. ¿Es acaso esto una señal, un mensaje codificado? Cómo interpretar la experiencia si no como un castigo. Tal vez como un desafío, una prueba de carácter, de paciencia, de tolerancia. Pues, mal que mal, no es descabellado asumir que uno pudo haber sido en algún momento de la vida como Hugo; uno pudo haber dejado que las cosas pasaran por el frente y haber permitido demasiadas estupideces sin tomar el control de la propia vida. Y como espejo distorsionado –o exagerado– de lo que uno podría llegar a ser, sin duda que Mejor estar solo ofrece una posibilidad reveladora, una alerta atendible, que no espantando del todo provoca nerviosa gracia por la brutal autoconsciencia que carga y que presenta como quien ofrece a un hijo en sacrificio.