Mandrill, de Ernesto Díaz
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Es una particularidad del actual panorama del cine chileno el que una película derechamente hecha para una audiencia amplia sea una rareza entre tantas cintas pequeñas, contemplativas y cuyos enfoques parecen estar más en el público de festivales europeos que en el de las salas comerciales. Pero así están las cosas, y las consecuencias de este desinterés de muchos cineastas en el gran público han quedado en evidencia con la disminución de las audiencias para el cine chileno en contradicción al significativo aumento del número de estrenos. En este contexto, el cine producido por la dupla de Ernesto Diaz y Marko Zaror puede ser un buen recurso para re encantar al esquivo público nacional.

Desde su primera película Kiltro, Ernesto Díaz demostró estar bien alimentado de cine. Y si en su opera prima el efecto fue de sorpresa, al enfrentarse a la primera película de artes marciales made in Sudamérica, en su segunda cinta Mirageman el aporte fue mezclar las particularidades de ese género con una aguda y cómica mirada a la idiosincrasia nacional.

Con su tercer filme Díaz demuestra un crecimiento notable en su manejo de la narrativa fílmica y un cariño culto por el cine de género. Esta es, hasta ahora, su película más cinematográfica, en donde el deleite del espectador aumenta en la medida que puede reconocer los referentes de tal o cual escena. Mandrill está llena de citas no sólo las evidentes a clásicos del género de espías, sino también –por ejemplo- una secuencia completa filmada citando Vértigo de Hitchcock. Díaz filma con habilidad las secuencias de persecución y peleas y –aunque, obviamente, no se pueden comparar con el despliegue de recursos de las grandes producciones Hollywoodenses- son esas mismas limitantes, bien resueltas, las que le agregan originalidad y frescura a esta película.

Un bien producido Marko Zaror interpreta aquí a Antonio, un eficaz y estiloso sicario que busca vengarse del asesino de sus padres. En el camino encontrará no sólo a varios notables luchadores como él, sino también a una hermosa y misteriosa mujer (Celine Raymond) que, como no, complicará las cosas. La trama es sencilla, la puesta en escena muy eficiente. La manera en que está presentada la relación entre los protagonistas es encantadora (destáquese la notable selección de la banda sonora), lo que produce que el quiebre que –inevitablemente- se viene provoque un mayor impacto en el espectador. Quizá acá está una de las mayores fortalezas del filme ya que Zaror, logra construir un personaje que es, al mismo tiempo, un frío asesino y un joven que, al enamorarse, expresa muchísima dulzura, lo que rápidamente crea la simpatía del espectador.

Mandrill es una película de entretención en todo su sentido. Una película que es consciente de sus límites, de sus orígenes y que, en vez de avergonzarse de ellos, los  expone y celebra. Nosotros celebramos a Mandrill.