“Luz y Sombra”. El triunfo de la cinematografía chilena
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No hace todavía cuatro años, había majaderos que consideraban una derogación de la dignidad de la crítica en ocuparse en las películas del cinematógrafo. Esa estrechez de criterio ha pasado. El cine se ha impuesto porque es el espectáculo del gran número, , porque más barato que el teatro hablado y porque está siendo convertido rápidamente en un arte nuevo y muy interesante, con sus cánones y sus principios distintos del otro.

Hasta este momento los esfuerzos de personas bien intencionadas para desarrollar en Chile la cinematografía habían sido poco fructíferos e impuesto grandes sacrificios a sus valientes y abnegados empresarios.

La lucha con la película americana es muy desigual. La industria de Hollywod ha acumulado capitales fantásticos y por lo mismo dispone de medios gigantescos para el desarrollo material de sus proyectos.

La última adquisición del arte cinematográfico nacional, “Luz y Sombra” dirigida por el hábil y popular artista don Jorge Délano (Coke) que se estrena hoy en El Imperio, ha encontrado el camino para llegar a competir con los americanos en el favor del público.

La película americana dispone de medios mecánicos formidables, pero fuera de alguna de Chaplin, como Gold Rush, es de ordinario vulgar, pesada, con poco gasto de inteligencia e imaginación. Las admirables maquinarias adquiridas a mucho precio pueden hacer cosas sorprendentes; pero con talento se puede hacer mucho más que eso a menos precio.

El señor Délano y sus compañeros han aplicado a la producción cinematográfica que hoy estrenan mucho talento en todos los órdenes: en la creación de argumento lleno de interés dramático y con grandes oportunidades cinematográficas; en la dirección absolutamente perfecta del desarrollo que es superior al término medio de las películas extranjeras; en la selección de los artistas y en su educación para el cine; en la fotografía misma y en los menores detalles.

Por primera vez la competencia se plantea en un terreno nuevo: arte y buen gusto, talento e imaginación, contra dinero y máquina, contra rutina y adocenamiento comercial.

Luz y Sombra” es una obra admirable en su desarrollo, cuyo interés no decae ni un instante, en que los actores son realmente intérpretes de cine, de arte mudo, con poderosa flexibilidad de expresión en el rostro y en los movimientos en que se han cuidado los detalles para eliminar todo lo que sea de perfecto buen gusto.

El mismo señor Délano trabaja su papel de obrero con talento inimitable. La señorita Amenábar es una heroína bella, simpática, extraordinariamente dotada para expresar sus pasiones. El señor Huneeus Salas es una revelación maravillosa y en las escenas dramáticas del final de la obra impresiona como raras veces lo habíamos sentido en el cine. Y todos los que los rodean están dentro de sus personajes con soltura, con distinción, con arte.

La obra no es sólo dramática, sino que además salva con delicadeza situaciones escabrosas. Hay una gran huelga, atentados anarquistas, y sin embargo hay imparcialidad, no hay tendencia, no se ha caído en la vulgaridad de predicar en un sentido o en otro.

Lo único que no nos convence es la introducción de un episodio en que se rememora el incendio de la iglesia de la Compañía. No había para qué dar tal desarrollo a un simple recuerdo de un personaje secundario, recuerdo bastante remoto y que deja al personaje en los ochenta y tantos años de edad. Y sobre todo, no hay en Chile elementos mecánicos para impresionar con la reproducción de una catástrofe como ésa. Debemos dejarles a los americanos el privilegio de los incendios, de los naufragios, de los hundimientos, de las explosiones, de todo lo que necesita mucha máquina. Quédese nuestra cinematografía en la inteligencia, en el arte, en los relatos emocionantes y en la buena interpretación.

Luz y Sombra” será una época en la cinematografía chilena destinada a un enorme porvenir como arte y como industria.