Entre la belleza del paisaje sureño, se encuentra un recinto, y dentro de él un edificio llamado “El castillo”: una cárcel donde jóvenes esperan ser liberados o condenados por haber cometido fuertes crímenes. A través de sus testimonios, la película explora su realidad y vivencias entre cuatro paredes; sus penas, sus miedos y aspiraciones. Pero lo particular de la mirada de René Ballesteros es el lugar en donde se instala a contar los conflictos de sus personajes, alejándose de toda dimensión racional. Dentro de este recinto, aislado de toda vida urbana, los personajes relatan cómo, a través de pesadillas, sus pensamientos se perturban y se vuelven autodestructivos, llegando a sentir que han vivido el mismo infierno. En los sueños se aparecen imágenes violentas de crímenes, o situaciones reiterativas que no los dejan conciliar la noche. Una sombra -cuenta uno de los jóvenes- que aparenta ser su amigo y que lo invita a quedarse en el sueño para siempre, podría ser la figura del mismo diablo. Los testimonios son inquietantes, situados además en un lugar asombrosamente místico y tenebroso.
La confesiones de sus sueños abren paso a una exploración en torno a la relación con la vida, la muerte, y la reencarnación como concepciones de vida, las que se instalan y perturban la conciencia de quienes habitan el lugar, con un miedo acrecentado por una misteriosa fuerza ancestral arraigada en aquellas tierras mapuches. El documental poco a poco nos sumerge en la historia de estas tierras, de las leyendas que las cruzan, y del cementerio que se encuentra bajo suelo. La cosmovisión de pueblos que habitaron la zona se insinúa como una fuerza que gobierna de alguna forma lo que acontece actualmente en el lugar, en sombras que no existen, en espíritus reencarnados en animales, o en la figura de la Machi, como una poderosa portadora de energías transformadoras, y en quien también puede habitar el bien y el mal.
Con un registro sobrio, la cámara respetuosa del director que presencia los testimonios desemboca a una apertura hacia la intimidad de los jóvenes, lo que permite no sólo darles voz, sino que también dar a conocer un mundo terrenal y metafísico de difícil acceso, y poco reconocido dentro de Chile. Un espacio que hace referencia a una cosmovisión en que los sueños, la brujería, la magia, y energías ancestrales son parte de nuestra vida y cultura.