Las pantallas y la normalización de la inequidad de género: Las deudas del cine chileno

A pesar de los avances en términos de visibilización de la inequidad de género y sus consecuencias –como la violencia y el empobrecimiento de la población femenina a nivel mundial, por sólo nombrar un par– las cifras parecen indicar que, en términos concretos, no se ha logrado revertir el sistema de desigualdad en que vivimos a nivel global. Según datos actuales de ONU Mujeres 1 de cada 10 mujeres en el mundo vive en pobreza extrema, el número de mujeres y niñas que viven en zonas afectadas por conflictos se ha duplicado desde 2017 y ahora, más de 614 millones de mujeres y niñas viven en zonas afectadas por conflictos. Además, este mismo sistema deja fuera a las mujeres de su independencia económica ya que en términos globales, en la edad laboral óptima, sólo el 61 por ciento de las mujeres están en el mercado laboral frente al 90 por ciento de los hombres.

Esta desigualdad en el acceso a las posibilidades laborales también tiene su correlato en las áreas creativas. Desde que creamos el Festival de Cine de Mujeres, a fines del 2010, cada año he ido calculando cuanto del cine chileno ha sido dirigido por mujeres. Han pasado los años y no hay mucho que celebrar en este sentido. Las cifras en Chile son coherentes con las mundiales en donde menos del 20% de las películas son dirigidas por mujeres, y que se vuelve aún menos cuando hablamos de grandes producciones. Por ejemplo, en 2019 sólo 10% de los 100 filmes más vistos en Estados Unidos fue dirigido por una mujer y en términos de presencia en pantalla el 2023 sólo el 30% de las películas más taquilleras tuvieron niñas o mujeres en sus protagónicos, lo que además significo una importante baja respecto al año anterior donde se llegó al 44%. En el cine chileno del 2023 se estrenaron 37 largos documentales, de los cuales 13 fueron dirigidos por una mujeres y uno codirigido, 14 de 37 no suena mal, pero cuando vamos a los largos de ficción – que fueron 31- sólo 5 fueron dirigidos por mujeres. Uno podría pensar que estas cifras son coherentes con el nivel de participación de las mujeres en casi todos los ámbitos laborales, el tema es que sabemos que el cine –los relatos culturales en general– colabora de manera significativa con la construcción de nuestra visión de sociedad. Es desde estos lugares que se construyen nuestros imaginarios y en donde se forja nuestro sentido de “lo normal” y también nuestros deseos. Si más del 80% de lo que vemos en pantalla está contado desde un punto de vista masculino, ¿No resulta evidente que hay una perdida en la riqueza y diversidad de lo contado?

Por ejemplo, cuando nos preguntamos cómo ha sido la representación de las mujeres en las historias de ficción en esta primera parte del siglo XXI, veremos que –a pesar del crecimiento numérico de la producción– los personajes femeninos siguieron ocupando poco espacio en la pantalla tal como lo venían haciendo en el siglo XX en que, en términos porcentuales, también en el cine chileno muy pocos filmes estuvieron protagonizados por mujeres, y los personajes femeninos existentes todavía eran construidos en base a estereotipos patriarcales. Esto es consistente con lo que había sido el cine previo a la dictadura, incluso cuando las mujeres tenían una fuerte presencia en la lucha social y política, eran pocos los realizadores que las ponían como protagonistas de sus historias. Como señalan Ascanio Cavallo y Carolina Díaz en su libro Explotados y benditos. Mito y desmitificación del cine chileno de los años 60.

“(…) es un dato objetivo que en el cine chileno delos 60 la dignidad de la mujer —promovida como tal— está penosamente ausente. Los protagonistas de esas películas son masculinos en forma abrumadora, y las pocas mujeres que tienen relevancia en sus relatos son víctimas de un medio sociocultural y unas condiciones de vida que hacen inviable cualquier atisbo de emancipación. El cine chileno de los 60 es machista por acción y por omisión.”

Para su tesis de licenciatura el realizador Iñaki Velásquez analizó la representación femenina de las mujeres en el cine chileno reciente y concluyó –a partir de datos de CineChile.cl– que de los 243 largometrajes de ficción chilenas estrenadas entre 2011 y 2015, sólo 28 de ellas tienen protagonistas femeninas, lo que representa un 11, 5% del total. Mientras que sólo un 15 de ese total de películas habían sido dirigidas por realizadoras, es decir, que de todas las películas de ficción hechas y estrenadas en Chile durante la primera parte de esta década sólo un 6,1% estuvo dirigida por mujeres.

En 2018 la investigadora Eileen Hudson presentó un estudio sobre la representación de género en el cine chileno, usando como objeto de estudio las 34 películas que lograron más de cien mil espectadores entre los años 2000 y 2016. En esta investigación se analizó la incidencia de la variable sexo en la construcción del objetivo dramático de los hombres y las mujeres presentes en el relato de la ficción audiovisual chilena. Además de comprobar que ninguna de estas 34 películas tuvo mujeres en el rol de dirección, el estudio se enfoca en el análisis de todos los personajes que tuviesen al menos una línea de diálogo en las películas (N=684). En este caso se contabilizó la presencia de 263 mujeres y 421 hombres (un 38,5% y un 61,5% respectivamente). Esto implica una ratio de 1.6 personajes masculinos por cada personaje femenino. Una proporción muy similar se observa en el género de los personajes protagonistas: 21 mujeres y 35 hombres. En el estudio aparecen otros datos que nos parecen son relevantes de considerar por la manera en que reproducen los mandatos y estereotipos de género que vimos en el capítulo 2. Por ejemplo, de este grupo de personajes se reconoció que 133 del total (19,4%) buscan lograr una meta en la esfera pública, espacio vinculado al trabajo, al mercado, la educación, el Estado, la política o lo asociativo. De ese total, sólo un 18,8% son mujeres.  En cuanto a cuáles son las circunstancias en que hombres y mujeres ejercen la maternidad o la paternidad, 11 personajes femeninos aparecen como madres solteras. Ninguno de los hombres se encuentra en una situación similar. Se cuantificó la ocupación laboral de todos los personajes y se observó que el 69,65% de los profesionales que aparecen son varones. De los 41, 66% de los personajes que ejercen una posición de liderazgo hay tres varones por cada mujer. Por último, el estudio analizó la hipersexualización, que tienen que ver con la vestimenta y con el manejo del desnudo o semidesnudo. Para determinar que un personaje aparece como hipersexualizado debía, al menos, clasificar en alguna de esas categorías. Y fue el caso de 85 personajes femeninos (67,46%) y 41 masculinos (32,54%). Es importante señalar también que 52 personajes clasificaron en dos o más variables. De ese total, 94,23% fueron mujeres.

Estos datos nos invitan a reflexionar sobre las posibilidades del cine como un espacio que alimenta y se alimenta de los imaginarios culturales, que replica, instala y perpetúa las lógicas de la ideología de género, de ahí la importancia de que entendamos su relevancia e influencia en la manera en que define nuestras prácticas sociales. Creemos firmemente que el cine también puede potenciar la discusión de esas lógicas, que puede proponer nuevos imaginarios y generar nuevas maneras de mirar.

Si entendemos el feminismo como la lucha profunda porque los seres humanos podamos desarrollarnos como los seres complejos que somos: fuertes y frágiles, duros y tiernos, activos y pasivos y que estas características no están definidas por nuestro sexo, sino por nuestro entrenamiento cultural, podremos ver que es allí –en el terreno de la formación de imaginarios– en donde está hoy el principal campo de batalla, y allí el cine es una herramienta fundamental. Visto así, el cine feminista –ese que desafía los estándares hegemónicos de género– no sería un hacer exclusivo de las mujeres, sino de todas aquellas personas que –con consciencia y empatía– quieran crear personajes que dobleguen los discursos históricos y que presenten posibilidades abiertas y diversas en términos de la construcción de su destino.

En un contexto de profunda transformación social es fundamental entender la potencia del cine para generar diálogo. Una película puede transformar nuestra mirada, puede abrir nuestra experiencia a mundos que, hasta entonces, nos parecían desconocidos; puede transformarnos. Por eso no da lo mismo quien escriba y dirija una película, mientras más personas con diversas experiencias puedan contar sus historias, más posibilidades de ver la complejidad del mundo tendremos como sociedad, y en eso la presencia de cada vez más y diversas mujeres sigue siendo un imperativo.