Las mujeres del pasajero, de Patricia Correa y Valentina Mac-Pherson
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Las Mujeres del Pasajero, mediometraje documental co-dirigido por las jóvenes realizadoras Patricia Correa y Valentina Mac-Pherson, ha participado cadenciosamente durantes los últimos meses en ventanas nacionales tales como Fedoc (Coquimbo), Valdivia, Cine//B y –también en el extranjero– en los reputados Dok Leipzig e IDFA. La eventual –a primera vista– sencillez y parquedad del retrato está construida a partir de la observación meticulosa y, por ello, altamente consciente de una intimidad hecha a hurtadillas, a veces derechamente clandestina, cuyas características indican la dinámica en un motel. Esto encabezado por los testimonios a cámara de cuatro mucamas, de diversas edades, mientras hacen las labores higiénicas de rigor. El ánimo que conduce los acotados 45 minutos de la película está nutrido por una ternura (casi) completamente cándida, una espontaneidad familiar y un desafectado sentido del humor que torna al documental un artefacto poseedor de cierto cariz atemporal y, de a momentos, cargado de una sutil pesadumbre que opta a la vez por sonreírle a sus pasajes más nostálgicos y frustrantes. Luego, y no solo por situar la acción exclusivamente dentro de las dependencias del lugar, también se gesta, hasta cierto punto, una sudorosa sensación de claustrofobia potenciada por la penumbra que cubre algunas reflexiones terminales sobre algunos amores ya idos y otros rememorados en torno a los innumerables efectos materiales (explícitamente fisiológicos) de los encuentros pasajeros que les toca abordar periódicamente al clan.

Aunque la película tiene una apariencia que se podría asociar a un esquema básico y sobrio basado en la mencionada estrategia de expresar reflexiones a cámara, sazonadas con situaciones observacionales pulcras y sugerentes, la sonoridad adquiere una presencia narrativa de una calidad y complejidad tal que hasta se invisibiliza, como una mucama ideal. Posteriormente, todo esto se complementa con el desarrollo de los intrincados secretillos que minuto a minuto evocan las mucamas donde además se permiten añadir los juicios que éstas han ido elaborando respecto su experiencia, viendo -y siendo- mujeres de pasajeros. Incluso las seguras concepciones sobre la masculinidad son diseccionadas hasta quedar mas bien evidenciadas las opciones que desatan aquellas cuatro paredes donde nada entra ni sale igual. Sin necesariamente hacer una caricatura de un tipo de virilidad, con no poco mordaz cuestionamiento, las arrancadas más rebuscadas de los clientes –otrora padres de familia, terneados funcionarios–, son objeto de burla e incluso de un cierto ajuste de cuentas a falta de otra instancia con más garantías (instancia que en gran parte del público produce un perverso regocijo o una incomoda identificación, según el caso).

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 «Los matrimonios no van a moteles», cita una mucama a su marido, sin dejar demasiado resuelta su opinión al terminar toda su reflexión. Convicciones ajenas y otras propias, como éstas, son las que trazan las mujeres de todos esos pasajeros que llevan tipas no muy bien catalogadas por las testigos-jueces que cada día se vuelven más duchas en las propiedades cualitativas de las concubinas de turno. Un cierto poder, una consciencia de cierto poder latente, pulula en el ambiente y la personalidad en desarrollo, de las domésticas, adquiere matices menos ortodoxos en función a la misma condición femenina.

Las protagonistas, conforme avanza su historia personal, sin –necesariamente– una dirección articulada progresivamente en torno a una dramaturgia vertiginosa, apuntan a evacuar en determinado momento lo que han visto, oído y sentido desde su rol estacionario, pero también vuelven a lo que vivieron, lo que perdieron y lo que viven –y hasta padecen– respecto las partes menos simpáticas de las relaciones de pareja. En definitiva, y curiosamente, el documental hasta cierto punto logra un efecto inverso del que uno cree que se propuso. Es decir, el amor a secas, aquella abstracción idílica, aquella consideración supuestamente seria, madura y adulta que se construye. Aquella que constituye a una familia respetable y con proyección, se confronta finalmente en un contexto donde aquel instante de liberación química, vapuleado y estigmatizado (asociado a prostitutas, gañanes y hedores nauseabundos), con todo eso, incluso, aquel encuentro rabiosamente puro, primitivo, sale mucho más triunfante como válvula altamente eficiente y bastante menos trágica que el presente estanco, rutinario y limitado de las -ya no tan jocosas y si muy deterioradas– protagonistas, finalmente relegadas a servir, mirar y recordar por el documental.

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¿Hay amor en la representación de los personajes? Sin duda, un amor lúdico y amable, asexuado y receptivo, entre sobrina y tía tal vez, notablemente cómplice, pero que también hace hincapié en lo genuinamente triste, torpe, cruel y efímero de toda relación interpersonal donde exista una potencial o patente confrontación genital a resolver. Sí, las protagonistas parecen mujeres económicamente autovalentes, emocionalmente no desequilibradas, sentimentalmente poco más que adolescentes y sexualmente hasta emancipadas. Aunque por otro lado se cuela que Las mujeres del pasajero es un título perturbador y complejo, por un lado establece a través de la organización de las propias palabras al cuerpo protagónico (las mujeres) y, por otro lado, se define la relación vertical entre ese pasajero y ellas, sobretodo cuando se alude que éstas «son» de él. Pues de otra manera, para destensionar la relación –y manteniendo el protagonismo deseado por las realizadoras–, el título sería: Las mujeres y el pasajero. Pero no, ellas son en definitiva “de él”, todas y cada una; las que le sirven, las que satisfacen, las que limpian y las que viven de eso. Lo quieran o no.