Los videos clips que más recordamos son aquellos que no sólo llevan una buena canción a la pantalla, sino que además logran establecer un sincretismo que lo eleve a un nuevo nivel. A un nivel en que la imagen y la música logren juntos un nuevo escalafón poético o artístico. Por esto mismo, no es muy abundante encontrar videoclips de tal calaña, sobretodo en una industria (como la de la música popular) en donde los factores comerciales pesan demasiado.
Las horas del día, el primer trabajo como director del crítico de cine Christian Ramírez, busca tal escalafón en nada menos que un documental musical, centrado en las canciones de Manuel García. Todo dentro de un mismo escenario: el parque Juan XXIII de Ñuñoa.
Con todas las canciones captadas en vivo -en un principio García sólo con su guitarra y hacia el final con una banda y con instrumentos electrónicos- la película va estableciendo con delicadeza extrema la contemplación de la brillantez de un parque soleado, sonidos de niños jugando y riendo, de pájaros revoloteando, de pasos de transeúntes y de pacíficos perros callejeros, todo ello junto a la música inspirada de un artista en plena madurez como lo es Manuel García. Elementos que conforman así una bocanada de armonía citadina que parece sacada de un rincón casi irreal, por no decir paradisíaco, de ese Santiago que para todos es la epítome de la velocidad y el ruido.
El resultado entonces es bastante entrañable como fantástico en cuanto a que instala aquel sentimiento con una calma y naturalidad digna de un buen video clip, con una estrategia centrada en la sencillez del “en vivo” y en el artista enfrentando desvalido de todo efectismo a una cámara testigo de un talento al desnudo inmerso en esa porción citadina rescatada del caos. Apuesta audiovisual que se ha desarrollado bastante dentro del circuito más alternativo (el sitio La Blogoteque es bastante destacable en este sentido). Pero en el caso de Las horas del día, aquello es más valorable pues busca mantener tal equilibrio en poco más de una hora.
Y la sensación final que deja la película es que logra con creces mantener tal equilibrio. Todo esto con las cámaras siempre atentas al instrumento como buscando retratar el origen mismo del sonido o de lo que lo inspira, sin voces más que las del canto, con un montaje que siempre busca con exquisitez no tanto las expresiones y la figura de García (la cual casi nunca se ve bien definida, ni perfectamente encuadrada, evitando así instalar alguna pretensión icónica del artista) sino de llevar la mirada hacia esos recovecos de una naturaleza y de un andar urbano que es acompañada de una música que no los aplasta, sino que busca engrandecerlos. Y engrandecerlos con la sencillez de una guitarra y una voz en medio de una plaza de barrio, re-situando así el concepto del parque como el lugar para el encuentro, el esparcimiento y la contemplación necesaria para encontrar una armonía que aquí se da como musical y a la vez humana gracias a la poesía de las letras y de las imágenes del entorno.
Haber entendido, extraído y construido todo aquello junto a la sólida música de Manuel García es sin duda notable, siendo este primer largometraje de Christian Ramírez, además de original en cuanto al cine documental centrado en un músico. Un tema que se está haciendo bastante recurrente, por lo demás, pero que a veces peca bastante de simplista y hasta de imperiosamente discursivo.
Sin duda, uno de los buenos documentales del año.