«Las Analfabetas»: Herederas del abandono

Las Analfabetas es una película compleja, algo desoladora además, pero no por lo que narra –con ayuda una sutil secreción jovial– sino por las oscuras raíces que subyacen a la relación entre sus dos protagonistas, personas dañadas y, por lo tanto, potencialmente dañinas. Pero esto ellas no lo saben, no lo pueden “leer” aún. Está codificado en una lengua casi muerta: el lenguaje del sentido. El encuentro desarrollado en este largometraje (adaptación de una obra teatral) posibilitará aquello. Esa catarsis necesaria para que estas mujeres reconozcan –purguen, den sentido– gracias o a pesar la una de la otra sus propias limitaciones y posibilidades.

La oscura casa donde Ximena mora –como una especie de gollum, cuyo tesoro es una enigmática carta que de hecho la vuelve no invisible, pero sí transparente– es el escenario de un implícito conturbenio lleno de tiras y aflojas, de deseo, por saber. Un día cualquiera llega una invitada de piedra, Jackeline, la hija de una (ex)amiga de Ximena, la persona que previamente le leía el diario (y tal vez algo más) a la enclaustrada mujer sin hijos ni proyecto personal. No sabemos cómo acabó ese vínculo, pero lo importante es que ahora la posta pasa a Jackeline, una egresada de pedagogía más llena de ganas que de competencias, y cuyo cartón poco vale por ahora.

A pesar de que el desarrollo de Las Analfabetas está circunscrito a esta casa que todo lo tiene y todo lo oculta, el desafío, y el peso de la prueba, está en manos de este simulacro de profesora que se ofrece a enseñarle a leer para saber qué contiene esa carta que Ximena guarda con celo. El desafío reside en cómo esta novata debe aprender a lidiar con su precaria formación y con la alumna más difícil: la que cree que saber tanto tal vez no vale la pena. El rol de Jackeline es mostrarle a la indócil educando que aprender es algo integral, político incluso, pero de esto la docente no tiene conciencia plena, lo que vuelve su labor una faena atropellada. Entonces surjen los cuestionamientos de por qué está ahí haciendo eso. La película es entonces el servicio militar de Jackeline, su ritual de iniciación, su bautizo de fuego.

Y este será el derrotero, donde la tensión por tener control de las situaciones marcará la pauta. Pienso en cómo se desenvuelve la relación de un experimentado, pero igualmente abrumado educador en El niño salvaje, de Truffaut, y encuentro mil y un poderosas conexiones con esta propuesta. Ximena no solo es salvaje sino que –a diferencia del niño– tiene la capacidad de mandar todo al carajo y de paso vengar sus frustraciones ante la más silvestre actitud de Jackeline. Al igual que el científico, la joven ve este asunto como un desafío profesional y se siente impotente al no saber avanzar. Ximena acepta aprender pero a su modo, como todo estudiante curtido por las experiencias extracurriculares que hasta la hacen ser y parecer una carreteada maestra heterodoxa.

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Fotograma de Las Analfabetas (2013)

Siendo la adaptación de una obra teatral, esta película aprovecha con solvencia muchas de las propiedades del cine. Al instalarse en esta húmeda casa-caverna se vale de la luz y su ausencia para revelar el hervidero de rabias y anhelos encapsulados. El trabajo de cámara, además de lograr lo anterior, llega a desaparecer al aplicarse de forma precisa durante todo el metraje. Por ejemplo, el cómo se abordan los pocos exteriores, en pleno sector de Independencia, cuando Ximena interactúa con transeúntes al momento de necesitar ayuda para leer o experimentar en público que lo está logrando. O cuando ciertos primeros planos, bañados por halos de luces huérfanas, vuelven desgarrador lo que algún personaje ansía evacuar.

Aun cuando las palabras, o la palabrería –a veces cruel–, con que se desenvuelven los personajes conducen el drama, es sobre todo el trabajo de montaje y algunas gruesas elipsis lo que propicia y construye la delicada intensidad ofreciendo la oportunidad de rellenar los espacios dramáticos, como quien completa vacíos lógicos en un texto de ejercicios escolares. En este sentido la película no es para analfabetos de la imagen y el sonido, exige atención y paciencia para que todo lo que falta se sume tal como está dispuesto por capas. Sin duda que uno debe poner de su parte pues no estamos frente a una película de trepidantes giros o revelaciones truculentas. Aquí no hay edificios desplomándose u homicidios, ni mucho menos «mounstrismo». Y esto es justamente lo que se criticó con ignominiosa pereza mental hace poco, que toda esta depurada y hábil construcción dramática era “Demasiado pedir” [1]. Complacerse con eso sería caer en el concepto “nivelar hacia abajo”, que es justamente lo que añoran y fomentan los mismos sinvergüenzas que prometieron educación y desarrollo a Jackeline, vendiéndole un porvenir estéril y encalillándola de por vida.

 

[1] http://www.elmercurio.com/blogs/2014/05/16/21887/Las-analfabetas-Demasiado-pedir.aspx