La historia es simple y atractiva. Dos mujeres de distintas edades, con diferentes experiencias de vida y dispares caracteres se encuentran en una situación de particular aprendizaje para ambas. Ximena (Paulina García) una solitaria y enérgica mujer de unos cincuenta años que -se nota- ha sobrevivido haciéndose más dura que su entorno y distanciándose de la gente para no mostrar su fragilidad, que incluye el no saber leer, recibe en su vida -y para leerle el diario- a Jackeline (Valentina Muhr). Joven y entusiasta profesora que se encuentra cesante y que se pone como meta enseñar a leer a la huraña Ximena. En el proceso ambas aprenderán algo más que letras y palabras.
Una de las gracias de Las Analfabetas es que la presentación de personajes está bastante bien lograda. Casi toda la acción se desarrolla en la casa de Ximena, lo que permite entrar rápidamente a su mundo, entender cómo funciona, que la motiva y conectar con ella. Cuando aparece Jackeline es tan evidente el contraste entre ambos personajes que es relativamente fácil sospechar los caminos posibles que va a tomar esta historia.
Tratándose de las mismas actrices que –desde el 2010- protagonizaron la obra teatral, es evidente la reflexión, profundidad y el conocimiento que tienen sobre sus personajes. Cada gesto, cada inflexión de voz es coherente con la historia, pero quizá ahí también radica la debilidad de la película. Para muchos de nosotros es evidente que Paulina García es una de las mejores actrices de su generación y que verla en cine siempre es un deleite, pero –como suele suceder en casos similares- un talento de este nivel necesita una dirección de actores firme que permita mantener la cohesión de la obra y no distanciarla del resto del reparto.
Las Analfabetas está filmada con delicadeza y elegancia. Se reconoce el cuidado trabajo de arte y fotografía que permiten, sin sobrecargar, acceder al hogar de Ximena y volverlo un espacio real para el espectador. La cámara se mueve por los interiores de esta casa, silenciosamente, captando cada acción de los personajes como si estuviésemos mirando desde un lugar oculto y privilegiado el desarrollo de esta relación.
A pesar de que es evidente el esfuerzo por transformar esta historia en cine, hay algunos momentos en que el gesto teatral se impone. Mientras la cámara está cerrada sobre los rostros y los detalles se mantiene con habilidad la tensión cinematográfica, pero en el momento en que la cámara se aleja y da más espacio, existe una tendencia a caer en el tono teatral, tanto en la corporalidad como en la voz de las actrices.
A pesar de estos desajustes, Las Analfabetas es una película bella con una puesta en escena interesante, que permite acceder a un par de personajes complejos en pleno proceso de aprendizaje, y que seguramente también puede enseñar más de alguna cosa al espectador.