La última vedette: La resistencia de Maggie Lay
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Existió un tiempo en que Santiago tuvo bohemia. En que todos los días había espectáculos de humor y música en el centro de la capital. Fueron los años de gloria del Bim Bam Bum, y entre sus múltiples estrellas había una que –hasta el día de hoy- se ha negado a dejar de brillar: Maggie Lay. En La última vedette, el realizador Wincy Oyarce sigue por varios años la actual vida de la que fue una de las más rutilantes artistas de los shows de revistas y el resultado es un documental entretenido y conmovedor.

Maggie Lay tiene una presencia potente tanto en el escenario como fuera de él. Luego de unos créditos que, en fotografías de archivo, van contando la carrera de la vedette para situar al personaje, el documental parte con escenas matutinas y de gran intimidad. Vemos a una mujer preparándose para partir a trabajar, tomando desayuno y conversando con sus gatos. Este contraste inicial es una buena introducción a lo que va a ser el resto del documental: veremos a Maggie Lay aun resistiendo en los escenarios con un talento, una energía y un despliegue envidiable para cualquier artista de cualquier edad y, paralelamente, su vida cotidiana limpiando su casa y manejando un colectivo en San Bernardo.

Sin quererlo –o quizá si- el documental también nos habla de esa bohemia santiaguina que se niega a morir, que hoy no tiene el glamour que tuvo en otros tiempos, pero que sigue encontrando presencia en parrilladas temáticas o en eventos alternativos. En estos lugares aparecen públicos duales. Por un lado, el nostálgico de la antigua revista chilena y, por otro, las nuevas generaciones que se acercan desde la admiración por la performance, por lo queer y por la relación de la vedette con el mundo artificioso y seductor de las Drag Queens. Y es que Maggie Lay puede moverse cómodamente en ambos lugares y quizá ahí el enganche con el director Wincy Oyarce, conocido por su trabajo junto a la performatica y transgresora Hija de Perra y sus películas Empaná de Pino (muy inspirada en John Waters y el primer Almodóvar) y Otra película de amor.

Probablemente lo más conmovedor de La última vedette es esta dualidad entre las luces y las sombras, en donde ya nada es tan brillante ni tan trágico. Porque pareciera que Maggie Lay se ha construido a pura resiliencia, sosteniendo con humor y paciencia las dificultades que se le han presentado en su carrera de más de cuarenta años. Los momentos más lindos del documental son aquellos en donde, sin maquillaje y con un vaso de piscola en la mano, cuenta sus verdades y sus dolores sin pudor. El nivel de intimidad que se produce entre ella y su interlocutor –su amigo Wincy, inicialmente, pero luego la cámara y nosotros, espectadores- es desarmante. Allí es cuando realmente vemos brillar a la última vedette y caemos rendidos ante su humanidad y resistencia.

Maggie Lay es, sin duda, un gran personaje. Es entretenida de ver y escuchar. Tiene un tremendo carisma y una seguridad hipnótica, pero también un lado melancólico que habita en la soledad y la fragilidad. La mirada sobre ella que nos propone Wincy Oyarce está llena de admiración y cariño, y no por eso cae en el embellecimiento de una persona que es compleja. El espectador se encontrará con un documental dinámico que sigue a un personaje en constante movimiento, físico y emocional. Desde ese lugar puede regalarnos no sólo el homenaje a una mujer admirable, sino también la reflexión sobre lo artificial y lo verdadero, sobre el brillo y la sombra, finalmente, sobre lo humano.