Maite Alberdi es una realizadora especialmente matea. Ha dicho en numerosas entrevistas que la realidad puede ser más interesante que la ficción, y ha invertido años de dedicación a hacer aparecer ese interés en sus películas. Para su anterior filme El salvavidas (2013), entrevistó a ciento ochenta personas hasta dar con el personaje preciso y estuvo tres años investigando la playa para poder registrar las situaciones que le interesaba mostrar. El resultado es uno de los mejores documentales de los últimos años, un retrato al mismo tiempo gracioso y agudo de algunas de nuestras más propias características nacionales.
Con La Once el tema estaba más accesible pero no por eso era menos exigente. Dice la directora que desde niña vió como religiosamente, una vez al mes, su abuela se reunía con sus amigas del colegio a tomar once. Así, cuando ya llevaban sesenta años de estas citas, la realizadora decidió comenzar a filmar estos encuentros y fueron cinco años de registro hasta tener el material que necesitaba para la película.
La realización de La Once es tremendamente meritoria, tanto en la filmación misma como en el proceso de edición. Captar el nivel de intimidad de este grupo de amigas significaba un desafío mayor, ya que la sola presencia de las cámaras obviamente cambiaba el ambiente. Así la directora y su pequeño equipo supieron ocupar un lugar no invasivo y lograr que las protagonistas se acostumbraran a su presencia, hasta olvidarla. Esto produce que las imágenes de la película estén lejos de ser perfectas, pero es esa misma imperfección la que genera el sentido de cercanía tan potente en el filme.
Luego la selección de las escenas y conversaciones es brillante. Cinco años de material para revisar seguramente fue un proceso abrumador. Pero se nota la elaboración de líneas de narración a partir de lo recogido. La introducción nos permite acercarnos a los personajes de manera de entender desde donde hablan y luego, al observarlas, podemos reconocer ese origen y los procesos que este grupo de mujeres ha tenido que vivir. La fotografía de Pablo Valdés, la música de los talentosos Miranda y Tobar y la exquisita dirección de arte, abren el apetito a confesiones y risas.
Como se ha dicho en Chile y el extranjero, La Once es una película deliciosa. No sólo por permitirnos sentarnos a la mesa con este grupo de mujeres mayores vitalistas, coquetas, exigentes y graciosas. Sino porque nos permite mirar el paso del tiempo a través de ellas, reconocer como les ha tocado ver el mundo cambiar, lo que han ganado y lo que han perdido. Como las buenas amistades, La Once tiene muchas risas y también algunas lágrimas. Una película que grafica espléndidamente porque nos hace bien ver cine chileno: porque allí estamos nosotros –nuestras madres, nuestras abuelas- con nuestros temores y alegrías; porque nos permite reconocernos, pensarnos y compartir más de alguna reflexión.