La historia del matrimonio de Jorge di Lauro y Nieves Yankovic corre a la par de una madurez del cine chileno, o al menos, de unas ansias de llegar a un mayor nivel de calidad o de establecer líneas identitarias propias dentro de la cinematografía nacional, allá hacia fines de los años ‘50. Obviamente, ellos son uno de los pilares de esta mirada histórica, con sus documentales que mostraron realidades con el afán casi antropológico de explorar manifestaciones populares o culturales como un develador de identidad o, directamente, de una realidad latente. Críticos de cualquier maniqueo, para ellos realizar documentales era eso, entregarse a la realidad de manera incondicional, buscar, como dijo Nieves Yankovic, “la santidad del oficio”.
Un amor de película
Argentino él, chilena de formación europea ella, el cine los unió por los años en que el cine chileno, a través del mismo Estado, buscaba ponerse pantalones largos. La concreción de tales ansias era Chile Films, que se crea en 1944 a partir de la CORFO y con el fin de darle un impulso nada menos que industrial a una cinematografía que sobrevivía por entonces gracias a cineastas y productoras que le ponían más entusiasmo que talento en sus películas. Ahí, en esos estudios se flecharon di Lauro y Yankovic.
Nacido en Buenos Aires en 1910, Jorge (Giorgio) di Lauro se titula como Ingeniero Civil en la Universidad de Buenos Aires en 1936. Pero era el cine el que concentraba su real atención por lo que ambiciosamente viaja a Estados Unidos para ingresar en la Escuela de Cine de la Southern University en California, para luego pasar a la Escuela de Ingeniería eléctrica. Ahí se especializa en ingeniería en sonido, lo que posibilita que pueda ingresar a los Estudios de Grabación RCA del mismísimo Hollywood.
A su regreso a Buenos Aires en 1939 es contratado en los estudios San Miguel, pero 5 años después recibiría una oferta para hacerse cargo del departamento de sonido de Chile Films, el gran proyecto que buscaba elevar al cine chileno a un nivel industrial.
Así es como el primer filme que produciría Chile Films estaría formado en su mayoría por técnicos argentinos como di Lauro, incluyendo el director Luis Maglia Barth. Romance de medio siglo, buscaba emparentarse con las películas melodramáticas que tanto pegaban viniendo de Argentina y México, pero terminó siendo una película de bajo vuelo, con malas críticas y un público esquivo. Contó con un elenco encabezado por Francisco Flores del Campo, incluyendo la participación de una joven actriz nacional que debutaba en la pantalla grande con el nombre de Nieves Yanko (para hacer más accesible su apellido) en los créditos y que hace poco había llegado a Chile tras vivir desde niña en Inglaterra. El flechazo con el sonidista di Lauro, habría sido durante este rodaje y se habría provocado por la curiosidades artísticas y técnicas de una Nieves Yankovic que terminaba trabajando en la asistencia técnica de las películas en las que trabajaba.
Nacida en Antofagasta en 1916, Nieves Yankovic partió de niña a Europa donde estudió Bellas Artes en Brigton, Inglaterra y luego sociología y psicología en Zagreb, Yugoslavia. Con tal bagaje intelectual, volvió a Chile en 1943 en donde se inserta de inmediato en la vanguardia artística de la época participando en la fundación del Teatro Experimental de la Universidad de Chile.
Fueron esos antecedentes los que la hicieron perfecta para la primera película de Chile Films, la cual intentaba componer un elenco experimentado y sólido. Y como ya se dijo, en donde conoce a Jorge di Lauro, con quien trabajaría también (ella como actriz y él como sonidista) en Amarga Verdad, otra película que seguía la línea de Romance de medio siglo, pero con mejores críticas.
El matrimonio llegaría en 1946 mismo año en que trabajan nuevamente juntos en el filme El Padre Pitillo. Tres años después Chile Films llegaría a un descalabrado fin, con una quiebra financiera inevitable que se acentúo con la desproporcionada producción del filme chileno-argentino Esperanza, en donde incluso se construyó un barco a escala real. Con este fin, Jorge di Lauro continuó su carrera trabajando para los recordados noticiarios de Emelco, para las películas más destacadas de la década de los 50 como El Gran Circo Chamorro o Tres miradas a la calle, pero también comienza a desarrollar su veta como director de documentales institucionales para empresas y organizaciones.
Andacollo y el nacimiento de una dupla innovadora
Es así como en 1958, a petición del Ballet del Instituto de Extensión Musical de la Universidad de Chile, realiza el documental Así nace un ballet el cual de inmediato causa interés por su calidad formal y el cuidado con el que di Lauro captura los ensayos y la representación de Carmina Burana del mencionado ballet. Resultado que no sólo le vale el premio de la crítica especializada como la mejor película del año, sino que además es seleccionado en Alemania para participar nada menos que del Festival de Cine de Berlín.
Junto a su esposa y ya consolidados como una pareja reconocida en el ámbito cultural, además del humano, como lo muestra una curiosa nota de la revista Ecrán del año 60 en donde se destaca su “filantropía” al adoptar perros callejeros en su casa de Pedro de Valdivia con Eliodoro Yánez, los di Lauro–Yankovic ven juntos en el cine documental una manera de desarrollar sus potencialidades artísticas. Di Lauro ya lo venía haciendo con algunos cortos documentales y Yankovic había dejado el cine comercial debido a su desazón por la falta de directores talentosos (“ignorantes”, “espantosos”, dice ella) y se comenzaba a interesar en la realización. Con di Lauro, ambos cercanos testigos de la debacle industrial de Chile Films, pensaban que el real desarrollo del cine chileno estaba por el lado del documental y que no le correspondía el largometraje de ficción, un “cine mantenido eminentemente por la parte comercial”, diría di Lauro.
Así, 1958 invierten en su primera obra conjunta, debutando con el documental Andacollo. Un filme que servirá no sólo de marco dentro de su trayectoria, sino también del cine documental chileno en un año en que Rafael Sánchez estrena Las Callampas y en una época en que Sergio Bravo también sentaba precedentes con sus cortos documentales en el Centro de Cine Experimental de la Universidad de Chile.
Centrado en la festividad de la celebración de la Virgen de Andacollo, la pareja, aunque nunca fue personalmente a la locación, pasó bastante tiempo estudiando la festividad y los antecedentes históricos que la enmarcaban, una rigurosidad que caracterizaría a todo su posterior trabajo. El interés devino no sólo de registrar una festividad tradicional y rica en colores y tradición, sino también que vino a concretizar en ambos el convencimiento respecto al cristianismo como creencia. Un proceso que se plasma claramente en los resultados de una película que arrastra en cada minuto y toma la fe y devoción hacia la virgen sin ningún cariz intervencionista o racional de parte de los directores. Los bailes, mandas y llantos de los participantes están mostrados con un convencimiento y fervor que hace incuestionable la fe que ambos estaban fraguando. A ello hay que sumar la calidad compositiva de imágenes registradas por los mejores directores de fotografía de la época, encabezados por el maestro Andrés Martorell y un montaje cuidadoso de parte de di Lauro que instala una continuidad dramática inédita para el cine documental chileno. Así, el resultado fue más que aceptable, obteniendo muy buenos comentarios los que le valieron el premio la mejor película chilena en 16 mm del círculo de críticos de arte, presentaciones en el Festival de Cine Latinoamericano de Génova y fue además comprado por la televisión holandesa.
Andacollo se configura así como un clásico del cine documental chileno dada la modernidad de su lenguaje y técnica cinematográfica, superando el reportaje y con tintes poéticos que la mantienen vigente hasta hoy. En él se aprecian además los elementos que marcarán el estilo de di Lauro y Yankovic: su compromiso total con una realidad que no intervienen discursivamente y una búsqueda ascética de una esencia casi religiosa de lo registrado.
Ampliando el panorama
Tras los grandes resultados obtenidos por Andacollo los di Lauro–Yankovic alcanzan un prestigio como realizadores que les abre la posibilidad de ser requeridos para realizar documentales por encargo de instituciones que les dan la libertad además, para seguir ampliando sus ansias creativas. Es así como gracias al Departamento de Extensión Cultural y Faculta de Bellas Artes de la Universidad de Chile, junto a la productora Cineam de Enrique Campos Menéndez, estrenan dos años después, en 1960, Artistas plásticos de Chile, una especie de panorámica sobre los artistas más destacados del país.
Así, es posible ver registros del trabajo y pensamiento de artistas como Lily Garafulic, Rodolfo Opazo, Camilo Mori, Nemesio Antúnez, y un joven matrimonio de pintores que son José Balmes y Gracia Barrios, los escultores Samuel Román y Sergio Castillo. Se aprecian también el Museo de Arte Contemporáneo de la Quinta Normal donde se puede apreciar un cuadro de Roberto Matta y la Feria de Artes Plásticas en el Parque Forestal. Una experiencia que posibilita que los di Lauro–Yankovic estrechen lazos con la intelectualidad artística de la época, además de marcar un hito pues Artistas plásticos de Chile es la primera película documental realizada con el sistema Cinemascope en Chile.
Luego, en 1961, se abocarían a un proyecto independiente que seguiría la senda de Andacollo. El proyecto es Isla de Pascua, un documental para el cual trabajan incansablemente buscando información y estudios para captar aquella magia ancestral que la isla contiene. Un estudio más que necesario cuando por problemas de transporte que existían por entonces, el rodaje no podía durar más de once días. Con Sergio Bravo como uno de los directores de fotografía (debutando en el formato 35 mm) se registran 7 mil metros de película (16 y 35 mm). Cruzando por problemas financieros para la post producción la película recién logra finalizarse en 1965 y logra buenos comentarios de la crítica.
Posteriormente, a petición de la Dirección Nacional de Turismo realizarían Verano en invierno y San Pedro de Atacama.El primero sobre el norte chileno y el segundo sobre el poblado del desierto de Atacama. Ambos siguen el tono antropológico y contemplativo de sus anteriores trabajos. Ambos en una época, los años sesenta, donde el documental estaba sufriendo las consecuencias de un país que se debatía entre las diferentes perspectivas políticas que buscaban dirigir el país. Los di Lauro–Yankovic se colocan en una situación incómoda artísticamente, al buscar visiones alejadas de cualquier sesgo, el que provoca críticas y hasta una incómoda situación.
La censura y el brusco fin de su obra
Jorge di Lauro continúa trabajando como técnico sonoro (nunca dejó de ser la mejor alternativa en tal rubro), lo que posibilita que forme parte de los equipos de las mejores películas de la época. El Chacal de Nahueltoro, Valparaíso mi amor, Tres tristes tigres, la tríada insuperable del cine de esa década, forman parte de su currículo. Pero entre tal auge creativo del cine nacional, su labor como documentalista junto a su esposa choca con las reticencias políticas de la época.
Finalizado el rodaje en 1967, Cuando el pueblo avanza fue un proyecto hecho a pedido de la embajada de Estados Unidos. El fin era mostrar los supuestos avances que en Chile habría provocado el programa de la Alianza para el progreso, el plan con el cual Estados Unidos trataba de apaciguar los aires revolucionarios que causaba el gran avance que las fuerzas progresistas latinoamericanas estaban alcanzando en la región.
Sumado a una reconocida militancia democratacristiana, los di Lauro–Yankovic son mal mirados por ciertos sectores de la izquierda por prestarse a realizar tal proyecto. Proyecto que finalmente nunca sería exhibido pues en medio de una gran polémica, el Consejo de Censura Cinematográfico lo rechaza en agosto de 1967. En voz del escritor y premio nacional Roque Esteban Scarpa, miembro del consejo que vio y deliberó largamente respecto al filme, dijo por entonces a la revista Ercilla que “se cuidó solamente las buenas relaciones entre Chile y Estados Unidos”. Así, Cuando el pueblo avanza, nunca verá la luz y será uno de los primeros filmes nacionales en ser censuradas.
Un traspié que se superaría una vez llegada la Unidad Popular al gobierno. Contratados por Chile Films, donde se revalorizan el trabajo y trayectoria de la pareja, realizarían ahí Operación Sitio y Obreros y campesinos el primero realizado para el Ministerio de Vivienda. Una alianza que quedaría trunca el 11 de septiembre de 1973. Luego, con la dictadura afianzándose a punta del terror de Estado, los di Lauro–Yankovic llegarían a 1974 a filmar su último trabajo, el que finalizaría de manera brusca y casi traumática.
A pedido del Comité Ejecutivo Año Santo Chileno de la Iglesia Católica, son encargados de realizar el registro de una festividad que con el casi irónico lema “Chile, país de hermanos” buscaba reunir una multitud el 24 de noviembre del año 74 en el templo Votivo de Maipú. Registrado el material, sólo cuatro días después el camarógrafo y director de fotografía del documental Año santo chileno, Jorge Müller, es secuestrado junto a su pareja Carmen Bueno por agentes del régimen. Vistos, supuestamente, en Villa Grimaldi, ambos pasan a formar parte de la lista de detenidos desaparecidos y hasta el día de hoy se desconoce el paradero de ambos.
Con tal hecho, el Comité Ejecutivo Año Santo Chileno decide suspender la producción del filme y este nunca sería exhibido.
Proyectos truncos y su sitial en el cine chileno
Siempre pensando en realizar nuevos proyectos los di Lauro–Yankovic trabajan arduamente realizando investigaciones para filmes centrados en las figuras de Violeta Parra y Gabriela Mistral. Los cuales, por falta de financiamiento y por las difíciles condiciones que enfrenta el país, nunca ven la luz. Así, ambos se dedican a la labor académica en los años posteriores y a uno que otros trabajos como la actuación de Nieves Yankovic como actriz en la inconclusa película La Isla de los hermanos Patricio y Juan Carlos Bustamante o la labor en el sonido que hace Jorge di Lauro en Los Deseos Concebidos de Cristián Sánchez.
Esos últimos años ambos sentirán que su experiencia como realizadores se está difuminando en un país en que el quehacer cinematográfico se hace a pulso y con grandes cautelas debido a la represión. En medio de tal contexto, la vida de Nieves Yankovic llega a su fin en 1985. Jorge di Lauro desde entonces intensifica su labor académica, la cual realiza hasta su muerte en 1990.
Llegaría a su fin así esta dupla que no sólo fue valorada por sus pares por su destacada y renovadora propuesta cinematográfica, sino también por su gran calidad humana que siempre es recordada por quienes los conocieron. Un legado homenajeado por el Festival de Cine de Valparaíso en donde se instituyó el Premio Nieves Yankovic para la mejor investigación documental y el Premio Jorge di Lauro para el mejor sonido en un documental.
Es una muestra para que sus nombres sigan presentes en las nuevas generaciones, el cual sigue brillando cada vez que muestras especiales o la Cineteca Nacional exhibe sus documentales. Ahí se ve como sus obras siguen intactas en estos tiempos debido a esa sobriedad y afán por rescatar vivencias, experiencias, lugares que ellos se imponían por sobre todo.
“Amamos la realidad por sobretodo”, diría di Lauro. “Yo creo que es el cine que tenemos que hacer los del Tercer Mundo. El cine de nuestra realidad, de nuestra cultura, de nuestras raíces, de nuestro ser, de nuestra verdad”, diría Nieves Yankovic. Tales palabras chorrean por sus obras.