Estar en desacuerdo puede ser el punto de partida de una construcción creativa importante. Criticar es construir. Si critico la naturaleza, construyo un puente. Que sea considerado bello o feo ayudará a que la comunidad vea más allá de su uso. Darse de “cerebrazos” es la consigna, decía Rossellini.
Elegir por votación la mejor película no garantiza un resultado muy perdurable en el tiempo, ya que lo que se impone es la popularidad de un momento y el gran criterio del arte termina imponiéndose sólo a largo plazo. Pero no importa. Ahora queremos pensar que esto es así y eso nos basta, además que puede decir algo sobre la impresión de un momento. Los Oscar son elegidos así, por votación, lo que explica la cantidad apreciable de errores en su asignación. Pero en el momento de su entrega medio mundo está igualmente pendiente de ellos. Que los valores estéticos sean tales en la medida de su perdurabilidad, eso ahora no lo podemos garantizar. Mientras tanto votamos.
En los festivales y ciertas designaciones la cosa es distinta, una comisión de personas especializadas, pero de disciplinas distintas relacionadas con el cine, se reúne a discutir y argumentar proposiciones que finalmente deben converger en un acuerdo definitivo. Tal mecanismo pareciera garantizar mayor perdurabilidad de las opiniones emitidas para elegir lo mejor de una muestra posible, pero tampoco garantiza infalibilidad.
Si estamos desde hace algunos meses discutiendo sobre la película chilena que había que presentar al Oscar, significa que había más de una posibilidad válida, lo que ya es riqueza. Pero lo que ha ocurrido es que la discusión se ha mezclado con la elección presidencial y optar por La Nana suena a derecha y Dawson, Isla 10 es evidentemente una película de izquierda, por si no lo saben los jóvenes que no conocen la obra de Littin.
Todo quedaría perfectamente ordenado si así fuera. Sabríamos de antemano que no había acuerdo posible y que el gobierno Bachelet hizo lo que más le convenía desde su perspectiva política. No era de extrañar entonces que La Nana haya gustado tanto en EE.UU., después de todo sería una película reaccionaria. Y así ha intentado zanjar el asunto la televisión, con un desborde de simplificaciones que al parecer el medio no es capaz de evitar.
Poco se ha discutido sobre los valores estéticos puestos en juego y que, quizás, debieran ser los primeros a ser considerados en tal polémica. Justamente es lo que menos se ha utilizado como argumento esgrimible. Habría que hacer la salvedad de Héctor Soto, como siempre agudo en sus juicios, pero que dejó las cosas claras: no le gustó la película de Littin y mucho la otra. Que se haya desbordado en adjetivaciones en alguno de los casos, puede ser un signo positivo de su compromiso visceral con el cine chileno. Eso también es riqueza.
También lo sería si las dos películas en litigio llegaran a candidaturas diversas. Después de todo la actuación de Catalina Saavedra es descollante aquí y en la quebrada aquella. Y Dawson, Isla 10 es del tipo de cine que en Hollywood reciben bien cuando se trata de darse el siempre necesario vestido humanista para una industria demasiado tecnológica como para ser cierta. Además hay que reconocer que Littin es un nombre que no hay que presentar ante la Academia, después de todo ha sido candidato en dos ocasiones anteriores y eso por allá cuenta mucho. Por lo que antes de descalificar la una por la otra, como han hecho casi todos los que han participado públicamente en la polémica, debiéramos hacerle la manda a Fray Andresito por las dos.
¡Basta de más o menos y de “sí, pero no”! Humildemente pidámoslo todo.
Puede que ambas películas contengan ingredientes algo indigestos para nuestras certidumbres consuetudinarias y sea eso lo que subterráneamente ha estimulado los dimes y diretes. Por un lado se ha evitado recoger el guante provocador contenido en Dawson, en el que se sugiere que Allende fue asesinado, desestimando la honorable y plausible tesis del suicidio. Remover eso después de lo que se ha sabido sobre la muerte de Frei Montalva es quizás demasiado para una sociedad que mira optimista hacia el futuro y que, naturalmente, se resiste a creer que nuestra ejemplar historia política ha sido manchada con dos magnicidios cometidos por el mismo gobierno militar.
Por el otro lado La Nana pareciera evitar toda contaminación crítica respecto al sistema social que permite la existencia del servicio doméstico. Más de alguien ha observado que los patrones de la película son casi idealizaciones de una clase privilegiada y mientras más bondadosos aparecen, se vuelven más sospechosos de un blanqueo ideológico inadmisible sobre una entelequia cultural.
¿Hay una mejor que otra? Lo sabremos con certeza a la vuelta de algunos años. Mientras tanto sería muy deseable ir encendiendo velitas por aquí y por allá para que en el epicentro mundial de la industria audiovisual se den cuenta de nuestra existencia. Con eso sería ya un gran paso, por el momento.
Entre tanto ¿Por qué no vamos a ver las dos al cine, que es como manda Dios? Aprovechemos los festivales veraniegos y el tiempo que queda para febrero, que es cuando se anuncian las candidaturas. Después de eso ya estaremos afilando los colmillos para la próxima temporada de estrenos nacionales.
¿Existirá un santo patrono especializado en cineastas?
San Ginés, patrono de los actores, encárgate tú por mientras.