La mujer de barro: Retrato en sepia
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En un país en donde las condiciones laborales son generalizadamente precarias, la situación de las mujeres suele ser aún más frágil. Ganan, en promedio, un tercio por ciento menos que los hombres en casi cualquier trabajo y están expuestas a violencias que la otra mitad de la población no considera. De entre todas las faenas hechas específicamente por mujeres, la de las temporeras es quizá una de las más exigentes e inseguras. Es allí donde pone el foco este trabajo del realizador Sergio Castro San Martín, que llega a salas alternativas de Santiago y Regiones después de un buen recorrido por importantes festivales del mundo.

En La Mujer de Barro seguimos a María Cartagena, una mujer adulta que después de más de una década decide dejar a su hija pre adolescente al cuidado de una amiga y partir hacia donde está el trabajo. Hace más de una década que María no ejercía de temporera y a lo largo de la película vamos a entender qué fue lo que generó esa distancia.

El film tiene casi todo su metraje con la cámara puesta sobre su protagonista, interpretada por Catalina Saavedra. Decir, a estas alturas, que Saavedra es una de las mejores actrices de su generación es casi una redundancia. Sus merecidos y numerosos galardones por su protagónico en La Nana y los múltiples personajes que la hemos visto interpretar en los últimos años, dan cuenta de ello. Acá logra una mezcla difícil. El personaje es pura contención y determinación, pero está cruzado por una fragilidad constante. Su victimización no es una situación particular, sino el destino común de tantas mujeres que viven y trabajan desde el anonimato y para quienes la justicia social es sólo un discurso ajeno.

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La construcción de la película es delicada y paciente. El realizador se rodea de talentos reconocidos para crear una atmosfera que a la vez es sublime y agobiante. El reconocido fotógrafo Sergio Armstrong –responsable de la imagen en filmes como El club, Joven y Alocada y Mi último round, entre muchos otros- logra crear una atmosfera que da cuenta del calor y la naturaleza del valle del Limarí, pero que está filmado de tal manera que incluso en las escenas que pudiesen aparecer como recreativas para el personaje, se hace sentir una tensión que no afloja. Las imágenes enfocadas, o desenfocadas, en los cuerpos de estas mujeres nos invitan a re pensar esos cuerpos desde otro lugar y reflexionar sobre el peso que ellas llevan y el costo de este tipo de trabajo.

Por otro lado, el montaje, a cargo del mismo director y la experimentada y talentosa montajista Andrea ChignoliEl bosque de Karadima, Violeta se fue a los cielos, Lucía– se toma el tiempo necesario en el rostro y gestos de la protagonista para que nos preguntemos qué es lo que ella no está diciendo, al tiempo que nos permite constantemente ver los rostros de las compañeras de faena de María –con temporeras reales que participaron de la filmación-, como si esta historia pudiese ser también la de cualquiera de ellas.

Aunque a mi parecer la película se debilita hacia la resolución, La Mujer de Barro tiene el mérito de permitiros mirar de frente una realidad que es al mismo tiempo muy ajena y muy común. Y recordarnos que un sistema económico brutal como el nuestro se sostiene en el cuerpo y la dignidad de aquellos que normalmente no ocupan la pantalla.