La Mudanza, de Tatiana Lorca
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Una gran casa, repleta de adornos por todos lados, de un gran patio con un parrón. Ubicada en plena Gran Avenida, en la comuna de San Miguel, esta casa en donde la señora Florida se instaló y crió a sus hijas y por donde ahora rondan sus nietos, debe ser abandonada. Este hecho da paso para toda una revisión de ella, pero también, obviamente, de todo lo que significa la casa, más bien, el hogar.

El pasado es el que va apareciendo a medida que las distintas partes de la casa se recorren. El esposo fallecido, las fiestas navideñas y de año nuevo, las razones para tener cada rincón de la casa con algún adornillo o “cachureo” como la misma dueña dice. Esa actitud tan chilena de no dejar ningún especio inutilizado, como si a la casa habría que plantarla de cada rastro personal para ser propia.

La mudanza, dirigido por Tatiana Lorca, es un documental que explora un tema ya visto por otras películas como Aquí se construye de Ignacio Agüero y, otra más reciente (aunque ya no como documental): Lucía de Niles Atallah. Aquello del espacio propio que debe ceder ante “el progreso”, casi de manera inexplicable e incontrarrestable, convirtiendo el pasado en algo peligrosamente desechable. Es el país del desarrollo, enceguecido por una modernidad que crece sin consecuencias.

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Pero La mudanza no entra mucho en este discurso más social. La cinta, a través de una factura sencilla, casi de película casera que sirve para fusionarse con las viejas grabaciones familiares, busca conectarse con las emociones más simples de quienes deben abandonar ese pasado tangible y conformarse con el mental. Hay resistencia como la de los niños que entierran escritos de sus recuerdos en un cofre en el patio, también de la dueña y de sus hijas que sienten el traslado casi como una traición a la memoria del esposo y padre. Él quien levantó la casa, que la habitó y cuya presencia sigue rondando por sus pasillos. Ahora, esa presencia deberá operar de otra manera.

“Una nostalgia, desgarro y confusión”, es lo que dice sentir la dueña mientras empaca las cosas. Los espacios quedan vacíos y probablemente todo quedará en escombros. La mudanza se convierte en un documental fuertemente emotivo y un válido reflejo de cómo la impersonalidad y sin respeto del llamado progreso ya parece no tener contrapeso humano.