La mentirita blanca, de Tomás Alzamora
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El debut del realizador Tomás Alzamora opera con elementos riesgosos, que incitan a pensar mal. De partida, se anima con una comedia, un género muy maltratado últimamente en Chile, víctima de guiones simplistas que con premisas efectistas buscan capturar la atención del público, pero que terminan siendo películas simplonas, con muy poca ambición en sus guiones, con seguidillas de sketches que finalmente no arrojan ni personajes ni historias recordables. Luego, se anima con un rostro televisivo como protagonista (en este caso, Rodrigo “Guatón” Salinas), también una estrategia fácil para llamar la atención. Ambas han sido fatales para demasiadas películas chilenas recientes, de hecho, algunas protagonizadas por el mismo Salinas.

Pero el riesgo vale la pena y lo primero que sorprende de La mentirita blanca es que el resultado está muy por sobre estas comedias recientes (que mejor ni invocar), hechas más para recuperar rápidamente la plata invertida que para imprimirse dignamente en nuestra historia fílmica. Y básicamente lo está porque se preocupa de contar una historia atractiva lo mejor posible, con personajes bien delineados y, lo mejor, es que todo ello con un pulso que nunca busca desbocarse o irse por el camino fácil.

Porque La mentirita blanca es de esas comedias que se no preocupa por la formulita de las carcajadas cada cinco minutos, sino que trata de crear un pequeño mundo que poco a poco va instalándose y creando lazos que generen cercanía con el espectador, sin forzarlo a nada, sino que simplemente quiere darle coherencia y calidez. De partida, esas citas que hace al mundo del periodismo, aquí graficado en dos reporteros que tratan de vender sin éxito un diario en un pueblo en decadencia, con un protagonista (Salinas, muy funcional al guión y al fin sin caricaturizarse) que es un reflejo de esa pobreza, pero que intenta como sea mantener cierta dignidad junto a su particular hermana (una Catalina Saavedra que nuevamente da en el clavo). Luego, el certero retrato pueblerino, con personajes totalmente marginados y descolgados de cualquier discurso en torno al progreso y al desarrollo económico. Un Chile que sólo sale a la luz frente a eventos excepcionales, que Alzamora sabe retratar con sus precariedades y encantos muy certeramente.

Desde ahí van asomando los absurdos y la comedia, porque mentir, hacer noticias falsas, es la única fórmula para dar vuelta la situación y al fin vender diarios; es decir, hay que inventar el evento excepcional. Es cuando la película alcanza sus mayores alturas, con una cúspide que es esa secuencia de un bacanal de longanizas con vino que está notablemente montada.

Luego, cuando busca decir algo más contundente, cuando trata de delinear ciertas críticas al poder, el guión pierde eficacia por un excesivo afán discursivo (muy bien intencionado por lo demás), pero que le quita peso a la comedia y al gracioso enfoque ya conseguido. De todas formas, tal como todos esos personajes que uno termina entendiendo de lo más bien, la película sobrevive y termina dignamente de pie.

Una pequeña, pero grata sorpresa.