La marca de Chris
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Marker 72 (2012)
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La presencia de figuras famosas extranjeras en Chile, contingentes o luego míticas, tiende a ser un área de especial interés y hasta obnubilación en los coterráneos (a falta de referentes locales dignos de ser rememorados, podría suponerse). Y es que la tradicional insularidad de esta tierra se suspendió durante algunos años, desde fines de los ’60, cuando la actividad política, cultural, y el flujo de ideas e inquietudes se apoderaron de Chile: el país se volvió un hervidero de planes y luchas, visitas y proyecciones ideológicas, principalmente foráneas. En este contexto, “colado” en el equipo de producción de Costa-Gavras visita este país Chris Marker, sindicado como uno de los cineastas más influyentes del siglo XX. Ese viaje es el que rastrea el documental Marker 72, de Miguel Ángel Vidaurre.

Esta figura inquieta e itinerante, que iba de revolución en revolución, discretamente atento a las vicisitudes sociales, filmando y problematizando las imágenes y los sonidos, se transforma uno de los responsables que posibilitan la realización de La Batalla de Chile. Marker, apenas algo conocido por la élite del cine local, “por los que saben” –tal como lo reconoce Carlos Flores en el documental, a partir del cortometraje La Jetée– pasa prácticamente inadvertido entre éstos, si no es porque Vidaurre los exhorta a rememorar (o imaginar). Excepto, claro, para Patricio Guzmán y la aventura que éste narra, asunto que, queramos o no, resulta el más fascinante, el más enigmático y, a la vez, lo (¿único?) realmente sustancial que mantiene el documental.

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Se podría asumir con bastante dignidad que Marker ‘72 es un documental de nicho o incluso más acotado. No obstante, siendo un poco de aquello, se encuentra en un punto medio, en un equilibrio precario acertado: no pretende elaborar con demasiada fanfarronería una pieza de “ensayo” (remezclando o disociando lo poco que se sabe de Marker), ni tampoco cae en la tributación meramente informativa (exponiendo lánguidamente el curriculum de una leyenda). El largometraje se basa en vacíos y frases, citas y trozos, desmemorias y presencias fugaces, pero útiles y asibles, para sembrar la inquietud y aprender algo de lo que se supone que forma parte del cuerpo ético/estético de esta figura abstracta, que podría ser cualquiera, o hasta la proyección de una necesidad desconocida.

Lo mejor de Marker 72 es que justamente se constituye –como decía Raúl Ruiz respecto sus propias películas– desde el punto de vista de un espectador “mediadamente bien ubicado”, uno que ha llegado algo tarde a un asunto de interés. Accedemos, en retrospectiva, a los fragmentados testimonios de cineastas chilenos que se toparon con este calvo y delgado, vestido de overol; que tal vez cruzaron un par de palabras con él y que hoy intentan rearmar con vehemencia lo que en su momento fue más bien cotidiano o, por lo menos, desprovisto de toda épica personalista. Porque más que la presencia de Marker, fue la UP, y “el proyecto país”, el que por entonces captaba el interés y la energía de estos realizadores. Lo que sí tiende a ser épico o infrecuente (para aquella época o cualquiera) es esta generosidad misteriosamente desprovista de truco o tosquedad condicional; este compromiso para con el que demuestra estar ubicado en un lugar tal que merece –por el bien de la causa, por el bien del “archivo”– sumergirse en un asunto fundamental: nos referimos al apoyo concreto a la película de Patricio Guzmán.

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El contundente y milagroso material virgen que gestiona Marker (no se sabe cómo) para Guzmán, la tensa espera y la misma realización errática le dan al metraje el vértigo necesario para poder completar los vacíos que son acentuados y hasta dictados por el apadrinado; quien no duda en aliñar el perfil de Marker con más enigmas, una que otra exageración simpática pero también con las consecuencias que perviven hasta la actualidad, en su especto profesional al menos.

Chris Marker es (sí, su ideario está presente, aun estando él muerto) un sujeto de calle, un viajero ansioso, pero focalizado en sus actividades y proyectos testificantes. Lo poco que logramos vislumbrar de Marker tiene mucho más que ver con su capacidad de ver y sentir cuando algo está cerca, en adelantarse. Eso mismo que todos presentían en Chile, pero a lo cual nadie estaba realmente preparado: la revolución como anhelo vigoroso y energía estimulante… hasta que se (des)materializa.

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Una persona recorrida, un patiperro y un nómada como él, duda poco. Desconfía menos, cree más y concreta aun mejor… pero sobretodo contagia. Tal vez en esta batería de valores, que de alguna u otra manera los cineastas nacionales pudieron palpar, se desprende ahora una determinada postura humana que nada tenía que ver, en efecto, con la rabiosidad prepotente y la mezquindad ideológica segregadora que entendían como vitalidad generadora de cambios justos, por la razón o la fuerza. ¿El cineasta más influyente del siglo XX influyó aquí también? ¿tal vez otros? ¿de qué manera? Desde ahora, recién, se puede indagar, comprobar y cuestionar eso, con Marker 72.