La «Historia del cine chileno»: vida y obra de Mario Godoy Quezada
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“Ya está bueno que de una vez por todas y en forma práctica se preste ayuda a esa industria tan vacilante y aporreada, que es el cine nacional (…) Para que el cine chileno siga adelante necesita: que se dicte una ley obligando a los empresarios de los cines a exhibir un número determinado de cintas chilenas mensualmente”.

En defensa del cine chileno, por Mario Godoy Quezada   (La Opinión, 28-IX-1950).

El que escribió esas palabras nació en Conchalí en 1931, vendió dulces en el Teatro Nacional, fue obrero panificador y secretario de actas en sindicatos de su gremio. No obstante, el cine le inquietaba más, particularmente el periodo silente nacional. El título de la columna citada sintetiza toda la trayectoria del recopilador e investigador autodidacta, y que llega a su apogeo con la publicación del pionero libro Historia del cine chileno. Sin embargo, y a pesar de la proeza, hacia 1969 el autor se ve obligado a tomar una decisión drástica.

En 1966 se editó el mencionado volumen, uno de los primeros libros que revisaría el desarrollo de la actividad cinematográfica en Chile desde sus orígenes. El relato comienza de forma cronológica en 1902, con información de primera fuente complementada por numerosas citas de prensa y la identificación pormenorizada de los largometrajes estrenados. La publicación vista hoy puede parecer modesta en lo formal -de momentos parece un anecdotario- y, lo más visible, carente de pretensiones académicas o de afán disciplinario. Sin embargo, en el volumen se logró organizar información hasta entonces deshilvanada –también aterrizar mitos– y, por eso mismo, sirvió como base para que otras investigaciones más especializadas pudieran erigirse. A medio siglo de la aparición de este libro resulta clave revisitarlo, desentrañar su desarrollo, lo que aún ofrece y averiguar algo más sobre su autor, Mario Godoy Quezada.

Reaccionando a un folleto

Es cierto, no fue éste el primer intento de su tipo, aunque sí el más completo hasta ese momento. Y es que hasta mediados de los 60  todo lo relativo al estudio, reflexión y/o posible acercamiento histórico al cine nacional estaba desperdigado en diarios y revistas de breve existencia en forma de artículos discontinuos. No existía una publicación contundente, de largo aliento y documentada que permitiese tener una noción amplia de la actividad cinematográfica en el país. Antecedentes [1] claves y útiles fueron sin duda Yo soy tú (1954), el libro de memorias de Jorge Coke Délano y, luego, Grandezas y miserias del cine chileno (1957), del también cineasta Alberto Santana. De hecho éste último intentó esbozar una cierta historia aunque más bien predominó en el resultado una lógica de tipo memorialista-testimonial. Tan lleno de imprecisiones, fantasías e incluso errores estaba el libro de Santana que Godoy, apegado al dato duro y atento compilador de fuentes durante años, cuestionó con vehemencia lo que calificó como “folleto” en más de una ocasión, partiendo por una incisiva crítica en La Nación (27-X-1957).

Así, la pertinaz pesquisa y el acopio convirtieron a Godoy, con los años, en un perito inquieto pero solitario, con una idea recurrente: clarificar cómo se desarrolló realmente el cine chileno de antaño, usualmente envuelto en un manto de misterios o exageraciones. Llegó a publicar más de 80 columnas en Ecran (solo entre 1965 y 1967)  y luego tres artículos temáticos en En Viaje (1967-68). El libro Historia del cine chileno fue en gran medida la versión unificada y corregida de gran parte de aquellos textos seriados de Ecran, desarrollados bajo un título genérico:

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Ecran nº 1774, 26 de enero de 1965.

Hacer cine escribiendo

Brevemente, resulta significativo consignar que el tenor escrutador de Godoy Quezada tiene que ver en gran medida con sus deseos truncos por una parte y su actividad principal –la fiscalización– por otra. Según consta en la introducción de su libro, su primer anhelo era “estudiar técnica cinematográfica”, pero al percibir que no existía actividad sostenida para los profesionales mucho menos lo habría para los novatos. Tenía razón. Coincide su adultez con la caída de Chile Films, a fines de los 40, cuyo efecto desmoralizante caló hondo, obligando a que muchos cineastas y técnicos migraran y el resto analizara con cuidado sus pasos. Así, Godoy de espectador y cinéfilo pasa a ser redactor en medios escritos y, pacientemente, a indagador cada vez más especializado. A la vez, desde su rol como secretario de actas en sindicatos de panificadores, estará siempre atento a verificar y registrar, a denunciar sin reservas cuando los hechos observados no correspondan con la norma escrita.

En La Opinión parte publicando reportajes, entrevistas y notas variadas, siempre en torno al cine nacional, añorando, desde el comienzo y con cierta nostalgia, la producción del periodo silente. Aquella contrastaba con el desolador panorama de comienzos de los 50 [2]. De esta manera aborda su anhelo –el cine– desde las letras, registrando con voluntarista entusiasmo la actividad local: visita a Jorge Coke Délano –de quien obtiene un autógrafo– [ver nota] para indagar recuerdos; a José Bohr, que estaba presto a estrenar Uno que ha sido marino y que durante este periodo filmó una docena de cortometrajes para Emelco. Dejó impresiones modestas de los documentales La Isla Robinson Crusoe (1950), de Hernán Correa  y Jardín Zoológico Nacional (1951) de Jorge Infante Biggs [ver nota].

A fines de 1951 Godoy se ausenta de la capital: viaja a Calama donde edita el periódico El Pueblo [3], esto en plena campaña presidencial de Carlos Ibáñez del Campo. Regresa a Santiago en septiembre de 1952 para retomar su actividad dual: como cronista de cine y como encargado de la documentación en sindicatos. Hacia 1959 figura como parte de un equipo de dirigentes que entra de madrugada a una empresa acusada de vulnerar los derechos laborales de los panaderos: encuentran obreros hacinados, menores de edad siendo explotados, horarios vulnerados, pésimas condiciones higiénicas, etc. [4]. Mario debe registrar todo caiga quien caiga.

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El libro, muchas muertes y un dato histórico

Es natural sentir un poco de rubor para escribir, no una historia si se quiere, sino un ensayo, destinado a comentar lo que fue nuestro cine, cuya modesta estructura no dará material lamentablemente a los estudiosos para hacer un análisis demasiado en profundidad”, aclaró Godoy en la introducción de su libro.

En todo caso, y a pesar del título escogido, Godoy Quezada no pretendió plasmar en su libro una “Historia” mediante una metodología académica, ni mucho menos. Asumiendo la escuálida bibliografía disponible sin rezongar –reconoció haber leído Historia del cine argentino (1960) de Domingo di Núbila– y no siendo ni pretendiendo ser un teórico ni un esteta, su objetivo era adoquinar un camino de tierra entregando un libro de consulta más completo que los que le antecedieron.

De esta manera dividió el libro en dos partes: una dedicada al cine mudo (104 págs.) y otra al sonoro (54 págs.). Ambas en base a breves textos de entre media y tres planas, reuniendo datos objetivos como estreno y equipo técnico completo, citando con minucia críticas publicadas en medios, todo lo cual hecho en base a una revisión silenciosa y paciente, hoja por hoja, en periódicos, tomando nota con lápiz mina. Con posterioridad pasaría lo recabado a una máquina de escribir facilitada por el Sindicato de panificadores Nº4. Además complementó cada texto sobre las películas o episodios abordados con información inédita recogida de realizadores o actores que conoció en persona: Carlos Pellegrín [ver nota, Ecran 14-IX-65], realizador de Los Funerales de Emilio Recabarren (1924), la viuda de Francisco Von Teuber [ver nota, Ecran 9-III-65], camarógrafo de Alma chilena (1917), Todo por la patria (1918) y de documentales de fines de la década del 10; al actor y cineasta Jorge Infante Biggs [ver nota Ecran, 19-X-65], a Juan Pérez Berrocal [ver nota Ecran 11-X-66]; a Ernestina Estay [ver nota, Ecran 12-IV-66], protagonista de Golondrina (1924); y Llampo de sangre (1954), entre muchos otros.

Si bien citó profusamente para intentar dejar una noción de las producciones inubicables, estaba consciente del valor relativo de las fuentes: “las [revistas] que aparecían eran editadas por las empresas distribuidoras y sólo hacían comentarios en contra del un film, cuando este pertenecía a un sello rival (…) Tampoco se podría decir que había una critica especializada, ya que por lo general ella estuvo en manos de cronistas de teatro y escritores, cuya cultura, como es natural, solo les permitía comentar un buen argumento o una actuación destacada y no un análisis profundo de una cinta en todas sus fases, tanto artísticas como técnicas” (págs 89-90).

También incluyó una lista de empresas productoras –más de 25– de cada ciudad entre 1915 a 1931 (pág 82,83). Le dedicó espacio a lo que a veces se suele considerar un fenómeno reciente o aislado: la circulación internacional de producciones locales, cuyas copias llegaron a Ecuador, Colombia, Italia, Estados Unidos y Alemania (págs. 86,87). Y además desarrolló textos especiales homenajeando a Nicanor de la Sotta, Luis Meneses y Gustavo Bussenius, cineastas que murieron trágica y prematuramente (págs. 84-86).

Coincidió el desarrollo de las columnas en Ecran y el libro con el fallecimiento de otros emblemas del cine mudo nacional, como Carlos Borcosque (5-IX-1965), co-fundador de esa revista; el actor Rafael Frontaura (15-VIII-1966) y Alberto Santana (13-I-1966). A éste Godoy lo visitó dos días antes de su deceso. Acabó mencionando al finado en un texto del libro a propósito de Por la razón o la fuerza (1923) (pág 42), aunque, eso sí, había escrito bastante del iquiqueño antes, en artículos [ver nota Ecran 6-VII-65], abordando su obra y figura con escepticismo, por no decir severidad:

Se ha tejido una verdadera leyenda negra en torno a la personalidad de Alberto Santana (…) Se ha dicho, entre otras cosas, que de todas las películas que hizo solo estrenó algunas. (…) Como hecho anecdótico diremos que era un poco descuidado, ya que en repetidas oportunidades se le abría la cámara en plena luz del día, con el consiguiente perjuicio económico para el productor que tenia que reemplazar el celuloide velado. Pero trabajaba tenazmente y siempre anheló ponerse a la altura de los mejores cineastas. ¿Estamos enjuiciando la obra de Alberto Santana? No. De ninguna manera. Estamos aportando antecedentes para la historia del cine chileno solamente, sin pronunciarnos sobre la calidad artística de las obras, pero la realizada se considera, en general, al lado de la de Pedro Sienna, Jorge Délano y otros esforzados realizadores”. (Ecran nº 1794, 15-VI-1965)

Pero no se quedaba en la pura crítica. Godoy aportó un dato no menor y que se mantendría vigente por casi 40 años. De Alberto Santana había recogido que las primeras filmaciones nacionales databan de 1907. Sin embargo, en una columna (ver nota Ecran 3-V-1966), actualiza esa aseveración estableciendo una nueva fecha: 1902, esto gracias a la colaboración de Rosa Rabinovich, redactora en La Unión de Valparaíso. Como ya se sabe hoy, Eliana Jara descubrió que las primeras filmaciones locales las hizo en 1897 el fotógrafo Luis Oddó Osorio, una primicia que publicó en 2002 [5]… el mismo año que falleció Mario Godoy.

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Ecran nº 1825 (25-I-1966)

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La radio, la cineteca y una refriega

El libro, tanto su contenido y estilo, además del cómo se elaboró, son aspectos inseparables. Y como estamos conmemorando una efeméride relevante y no solo reseñando un libro más, tiene sentido intentar dilucidar el antes y el después: el proceso (enmarañado por lo demás).

Si bien el autor llevaba años atento al quehacer cinematográfico nacional, dos experiencias encadenadas propiciarían la concreción del libro. La primera: a mediados de 1964 Godoy participó en el popular programa “Cumpla su deseo con CRAV”, de Radio Minería, el cual era conducido por Mario Céspedes. Ahí respondió durante siete semanas 21 preguntas sobre cine mudo chileno. El tema estaba viviendo un cierto revival, en parte gracias al exitoso documental Recordando (1961) de Edmundo Urrutia, una película hecha en base a fragmentos de filmaciones desde 1910. También por aquellos años se exhibió la primera restauración de El Húsar de la muerte (1925), hecha por Daniel Urria y Sergio Bravo en 1962. Existía entonces una atmósfera orientada a la revisión de lo nacional. La cosa es que Mario acertó bien a todas las preguntas del concurso: ganó 1 millón y medio de escudos y el genuino reconocimiento de leyendas vivientes. Y hasta se casó a fines del mismo mes.

“Hay que aplaudir a este joven que ha tenido una actuación brillantísima”, dijo Pedro Sienna. Jorge Coke Délano añadió: “Mario Godoy es un prodigio archivo del cine nacional. Sabe más que todos los cinematografistas en cuanto a historia del cine mudo” (Ver nota Ecran 4-IX-1964). Toda esto llamó la atención de la revista Ecran, que le ofreció espacio para publicar una columna semanal: “En la huella del cine chileno”. Ahí desplegó todo lo que había indagado por años. La inauguraría a comienzos de 1965, dándole particular énfasis a los largometrajes argumentales (ficción).

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Mario Godoy, Pedro Sienna y Mario Céspedes (Ecran Nº1.754, 4-IX-1964)

La otra experiencia relevante se liga a un trabajo colectivo. En la introducción del libro Godoy plantea que “al mismo tiempo” de comenzar a publicar las columnas en Ecran es “contratado” por la Cineteca de la Universidad de Chile para “darle forma” al archivo de cine nacional que aquella institución poseía, y que, en parte, en ese trabajo se basó -también- para hacer su libro. Luego, en el Nº6 de Cine Foro (abril de 1966), en el artículo Cine chileno de José Román, se señala en la nota final: “Esta filmografía ha sido establecida por Cineteca Universitaria de la Universidad de Chile, dentro de un plan especial de investigación del cine nacional que ha estado a cargo de Mario Godoy Quezada con la colaboración de Kerry Oñate”.

Surge la duda: aquella contratación surge, en algún momento de 1965, pero, ¿por la visibilidad lograda al ganar el concurso radial, a raíz de lo plasmado en las columnas de Ecran, o mucho antes? No está claro [6]. Lo concreto es que Godoy termina dicha investigación por una parte y, luego, por su cuenta acaba el libro. Edita 300 ejemplares –50 le compra Chile Films– en la imprenta Fantasía del periodista jubilado Humberto Lagno Aguilar [7],.

Más enigmático se vuelve el contacto con esa institución si se añade una polémica. En agosto de 1965 Godoy hace una pausa en la cronología que llevaba en Ecran para exponer un asunto contingente: responder a lo que consideró un ataque de Kerry Oñate, director de la Cineteca de la Universidad de Chile (1963-1976), que se encontraba dictando charlas en Concepción.

“Oñate (…) las emprendió con singular violencia en contra de los cineastas chilenos. A nadie le reconoce méritos y a todos los atacó por parejo, sin distinción de ninguna especie. Habla del cine nacional como personas que se han dedicaron a “mostrar, sin el menor sentido de autocrítica, sus andrajos intelectuales, su falta de imaginación, su enorme desfachatez y su gran capacidad para improvisar sin resultados. Yo me pregunto cuando se dice que nuestro cine fue el más importante de Sudamérica por allá los años veinte, si existió alguien que pensara en el cine como arte y tratara de expresar mediante su lenguaje una posición frente al mundo: que intentara una búsqueda formal como lo han hecho otros en esa misma época, que tratara de conferirles belleza a sus obras”. Después de hacerse esta pregunta y de afirmar que fuimos realizadores de un cine “ingenuo, intrascendente, infantil y sin inquietudes, que destilaba romanticismo decadente y pasado de moda”, se lamenta de que en nuestro medio no se produjeran obras como “El Acorazado Potemkim” o “La Quimera de Oro”. (Ver nota, Ecran 17-VIII-1965).

En fin, Godoy continúa su extensa contestación por los dichos proferidos. Pero no solo porque se denostaba implícitamente lo que él estaba haciendo en Ecran, sino porque venía de alguien que poseía una visión amplia, informada y ponderada, y no meramente especulativa. Pues, ¿no estaban ellos, a la vez, redescubriendo y analizando el cine local pretérito, la mayoría perdido o inubicable, por pocos visto y apenas conocido por referencias escritas imprecisas y testimonios orales fragmentados? Hasta la esposa de Godoy reaccionó enviando una misiva a la revista.

Le escribo indignada después de leer las declaraciones que hizo a “La Patria”, de Concepción, un señor que dice ser cineasta universitario, en contra de la revista que usted dirige y en contra del cine chileno. Considero a ECRAN una revista amena y ágil, bien dirigida, y esto lo confirmar miles de lectores en el país. Con respecto al cine chileno, considero una gratuita injuria para quienes le dieron vida lo que se ha dicho en su contra. Quisiéramos ver las películas de este cineasta. En cuanto estrene alguna la iré a ver y le escribiré dándole mi piadosa, imparcial y modesta opinión al respecto. Ojalá que algún día él recree nuestro espíritu con su talento, que debe ser extraordinario. Siga adelante y no haga caso de los criticones” (Amalia Bassi en Ecran Nº1802, 10-VIII-1965).

Oñate jamás realizó película alguna; sí hizo un inventario de 30 páginas llamado Filmografía del cine argumental y documental en Chile (1973), cuya nota de cierre dice: “Esta filmografía ha sido establecida por Kerry Oñate, dentro de un plan de investigación del cine nacional del Departamento de cine de la Universidad de Chile, con la asistencia de Eliana Jara para todo lo relacionado con la época muda”.

El periodista e investigador Jaime Córdova, director del Festival de Cine Recobrado y de la Cinemateca del Pacífico, tiene una explicación para esta curiosa tensión: “Por lo que recuerdo Kerry no apreciaba mucho el trabajo de Godoy, tal vez por esa suerte de celo profesional entre la gente dedicada enteramente al cine (sobre todo a nivel intelectual) y un diletante como don Mario. También criticaba mucho a Ecran por la sencilla razón de que Kerry se consideraba un cahierista, y despreciaba el tipo de prensa cinematográfica que había en esos momentos por acá. Y a decir verdad, si revisamos las críticas de Los Pájaros y Vértigo aparecidas en Ecran, y las comparamos con aquellas publicadas en Cahiers du Cinema -lo cual hicimos una vez con Pepe Román-, la diferencia es insalvable”.

Además esta especie de disputa cultural se puede comprender por el ánimo refundacional que ya vibraba en el ambiente desde comienzos de los 60, y cuyo acicate fue muchas veces ningunear experiencias previas de manera tajante, cortar con cierto pasado que se consideraba nefasto. Excepto, claro, El Húsar de la muerte (1925), oportunamente conservado [8] y restaurado en 1962 pues su protagonista -un guerrillero- parecía entonces mucho más atingente teniendo la vigorosa revolución cubana fresca. En todo caso, dentro de esa tradición vapuleada, amplia y diversa, cayó no solo casi todo el cine mudo en bloque y todo lo producido por Chile Films durante los 40 sino también el trabajo de contemporáneos o veteranos activos como Naum Kramarenco, Boris Hardy, José Bohr, Alejo Álvarez e incluso muchas veces Patricio Kaulen. Ese tono crispado llega al paroxismo con Historia del cine chileno (1971, Carlos Ossa Coo, Editorial Quimantú) que se edita con un tiraje privilegiado de 50.000 ejemplares, el cual resulta ser un pasquín pretendidamente analítico nutrido de descalificaciones afiebradas que no dejó títere con cabeza.

 

Del patrimonio y más arrebatos

Más allá del contexto y de ese roce en particular, Godoy nutrió sus textos –y el libro– sabiendo que, ante la falta del material fílmico que pudiese recibir un juicio crítico más vasto y elaborado, resultaba significativo por ahora la organización de datos y el testimonio, es decir, debía aplicar narración. Por ello, acudió a los actores o testigos directos de cada película para resolver dudas e incluso identificar el paradero de las obras. Si bien ya había hecho una lista con las pocas cintas que se habían conservado hasta 1966 (Ver nota, Ecran 29-III-1966), aportó otro inquietante dato sobre la última película producida por Salvador Giambastiani antes de morir y que además fue la primera que dirigió Pedro Sienna. Esto no aparece en el libro -Marío ya lo estaba vendiendo personalmente en octubre de 1966- sino en una columna de diciembre del mismo año.

Godoy llega a la casa de una ya septuagenaria Isidora Reyé, actriz contemporánea de Sienna, para entrevistarla y reunir información antes de que sea demasiado tarde. La pareja de actores había compartido escena en El hombre de acero (1917), La avenida de las acacias (1918) y Manuel Rodríguez (1920), pero además no solo eso, sino que al parecer habían tenido un romance que no terminó bien. Lo concreto, y lo más perturbador, es que una tarde triste la otrora diva fue al patio de su caserón y le prendió fuego a la única copia de Los payasos se van (1921), que por alguna inexplicable razón ella guardaba.“Así como Nerón asistió al incendio de Roma, yo asisto ahora a la destrucción de algo de lo que constituyó mi única ilusión”, le dijo al cronista la ex-amiga especial de Sienna.

No sabemos si este relato fue el resultado de un lapsus histriónico o efectivamente sucedió así, aunque sí se puede hoy extraer un aprendizaje aplicable a cualquier época. Es en definitiva el equipo realizador el primer responsable en la conservación de su obra, independiente del juicio de valor que alguien o ellos mismos puedan tener para con el resultado final. Luego la sociedad en su conjunto, con el paso del tiempo, irá auscultando la pieza según sus propias sensibilidades y necesidades discursivas. Pero si ellos, los realizadores o sus respectivas familias no guardan al menos esa herencia -entendiendo que ésta posee un valor primordial más importante que sus exabruptos emocionales-, entonces difícilmente la institucionalidad de turno (gestores, investigadores, cineastas) va a poder continuar con una conservación profesional y mucho menos algún proceso de restauración que desemboqué en una accesibilidad masiva.

 

Venta terminal y desaparición encadenada

Aunque el libro acaba la revisión en 1966, Godoy alcanza a vislumbrar la fuerza de búsquedas novedosas como Aborto de Chaskel y Morir un poco de Covacevich, y hasta avizora realizadores entonces emergentes como Patricio Guzmán o Miguel Littin. Y claro, cuando Godoy publica su libro se vive en pleno el auge del denominado “Nuevo cine chileno”, que comienza a acaparar la atención de forma exclusiva y excluyente. Aún así seguirá publicando algunas pocas columnas más en Ecran hasta abril de 1967, cuando abruptamente, de una semana a otra, En la huella del cine chileno desaparece. Comienza una nueva serie de columnas en el mismo espacio que antes ocupaba Godoy: “¿Renace el cine chileno?”, de Omar Ramírez u Osvaldo Muñoz-Romero (Osmur, como también firmaba a veces).

Luego tres artículos más de Godoy, sobre la literatura, la temática social y el mar en el cine chileno, se publican en revista En Viaje. Y no más al parecer. En un país ya convulsionado, con el clima social y cultural cada vez más atrincherado no parece existir ánimo para seguir explorando algo tan poco rentable –políticamente– como el cine mudo. Luego del golpe de Estado de 1973 ya mucho menos, ni por el viejo ni el nuevo. Hacia la televisión se direccionarán las energías, aunque esa es ya otra historia.

No hay constancia de que Mario haya incursionado en otras publicaciones vinculadas al cine. Esto a pesar de anunciarse en la contratapa del libro que se pretendía lanzar una secuela dada la cantidad de material que seguía recopilando y que se llamaría “Historia Gráfica del Cine Chileno”. Parte de este material estuvo presente en al menos dos exposiciones: como actividad paralela en el marco del IV Festival de Cine de Viña del Mar (también conocido como Primer Festival de Cine Chileno, en mayo 1966: ver nota de Joaquin Olalla) y en el Parque Forestal (noviembre de 1966: ver nota, Ecran 6-XII-1966).

Hacia mayo de 1968 Godoy reaparece fugazmente [9], aunque ahora su deseo es concretar “Memorias de un panadero”, un libro que desarrollaría los últimos veinte años de su rubro con pasajes novelados, a través de un panadero insobornable que es relegado en una isla y que tiene su hijo gravemente enfermo. No hay constancia de que lo haya editado. En julio del año siguiente el panorama se vislumbra más complejo. Aparece un aviso poco feliz. El autor pone en venta su archivo personal; el mismo material que había exhibido con orgullo en 1966 y también para una serie de charlas sobre cine hechas fuera de Santiago.

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El Mercurio, Santiago, 2-VII-1969

El reportaje del periodista Oscar Vega, publicado pocos días después en La Tarde [ver nota], reaccionó a la liquidación y dio cuenta que Mario estaba en una situación económica grave, al borde de la indigencia. Y si nos retrotraemos a uno de los últimos artículos de Godoy -y lo leemos entre líneas-, parecía estar aludiendo a su propia magra situación desde antes:

“El “ciudadano de la calle” que protagoniza “Morir un poco” avanza siempre, pero nunca llega, mira, pero no ve… El progreso lo rodea, pero él no lo disfruta. Gana lo suficiente para su subsistencia, pero demasiado poco para su vida. Y avanza, día tras día, siempre a la misma hora, siempre por las mismas calles, viendo siempre los mismos rostros, a cumplir la misma rutina, mientras a su lado, sin verlo y sin que él pueda verlos, otros cientos, otros miles, otros muchos interminables parecidos miles de hombres comunes comparten su destino sin destino”. [ver nota, En viaje Nº 412, Feb. 1967)

No está claro qué pasó con todo su material, si lo pudo vender o no. Al parecer no tuvo hijos ni albaceas. Dos sobrinos contactados no recuerdan nada de su tío. Una de las últimas personas que lo conoció, el crítico Antonio Martínez y que le hizo un reportaje detallado en 1989, tampoco recuerda nada que no sepamos al respecto. La respuesta-agradecimiento casi inmediata al texto de Martínez por parte de un Godoy ya anciano aclara, en parte, aunque muy sutilmente, la duda inicial:

“Ofrezco mis servicios como investigador bibliográfico a periodistas, artistas y a empresas periodísticas, cuyos archivos puedo enriquecer con datos y recursos gráficos” (Cartas: Un ex cronista obrero. La Época, 11-IX-1989).

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Mario Godoy con Pedro Aguirre Cerda en La Época, 23-VIII-1989

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Antonio Mario Godoy Quezada, ya viudo de Amalia Bassi Piccinini (1911-1985), falleció el 11 de mayo de 2002, a los 71 años, producto de un accidente vascular encefálico, en la comuna de San Joaquín, Santiago.

Aunque ha sido mencionado de forma marginal, e incluso displicente, siempre como minúscula nota al pie página, su libro ha sido clave. Historia del cine chileno es fundamental por la acuciosa recopilación y organización de datos, anécdotas y testimonios, hasta entonces disgregados y como faro para todas las publicaciones posteriores. Tanto Re-visión del cine chileno (Alicia Vega 1979), Cine mudo chileno (Eliana Jara 1993), Películas chilenas (Julio López Navarro 1997), Filmografía del cine chileno 1910-1997 (Darío Burotto y Ernesto Muñoz 1998), entre otros, y por supuesto, este mismo sitio, son tributarios –sabiéndolo o no, reconociéndolo o no– de esta primigenia y quitada de bulla Historia.

Se ha logrado elaborar una historia del cine chileno, que contiene los elementos indispensables para conocer, en general, el verdadero rostro de una industria cinematográfica que tuvo en el pasado una enorme trascendencia nacional, y que en el tiempo se fue muriendo lentamente hasta casi desaparecer. La investigación, que ha estado a cargo de Mario Godoy, está llegando a su término y, por primera vez en nuestro país, se ha llegado a obtener una visión completa y objetiva de las características esenciales que han determinado la vida del cine nacional, completamente ajena a la interpretación apasionada y romántica  de aquellos que antes solían deleitarse en remembranzas íntimas y personales, entregando, de este modo, informaciones equivocas que falseaban los acontecimientos y producían la discordia y el desconcierto, aún entre los mismos pioneros que un día trabajaron por levantar una industria cinematográfica sólida y estable” (El Cine Chileno, apuntes para una historia, de Kerry Oñate, Cine Foro Nº6, abril de 1966)

“En forma amena, sencilla, sin rebuscamientos literarios, Godoy Quezada ha hecho el historial del cine mudo y del cine sonoro hasta nuestros días. Con paciencia, obstinación y con un fervor digno solamente de quienes se sienten posesionados de una mística, el cronista nos entrega esta bien documentada fuente de consultas, que abarca un periodo de cincuenta años” (Ecran, Nº 1.864, 25-X-1966)

“No se puede desconocer que [Historia del cine chileno] es otro eslabón importante, cuyas valiosas informaciones han aportado bastante a la investigación del cine chileno” (Nuestro cine amateur, de Eduardo Briceño, en Revista Plan Nº71, abril de 1972).

 

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Agradecimientos:

Cristóbal García-Huidobro (historiador)

Jaime Córdova Ortega (periodista e investigador)

Fernando Purcell (historiador)

Oscar Vega Muñoz (periodista)

 

Bibliografía

 

Revistas

Cine Foro: Cine Club Viña del Mar, 1964-1966.

Ecran, Santiago, Chile: Zig-Zag, 1930-1969.

En Viaje, Santiago, Chile: Empresa de los Ferrocarriles del Estado, 1933-1973.

Plan, Santiago, Chile: El Imparcial, 1966-1973

 

Diarios

Clarín, Santiago, Chile: [s.n.], 1954-1973.

El Mercurio, Santiago: Talleres El Mercurio, 1900-

El Siglo, Santiago: El Siglo, 1940-

La Época, Santiago, Chile: Impresiones y Comunicaciones, 1987-1998

La Nación, Santiago, Chile :Talleres. Graf. La Nación, 1917-2010

La Opinión, Santiago, Chile: [s.n.], 1932-1951.

La Tarde, Santiago, Chile: Sociedad Periodística Andes Ltda., 1965-1971.

Las Noticias Gráficas, Santiago, Chile, Empresa Periodística, 1944-1963

 

Libros

Burotto, Darío; Muñoz, Ernesto: Filmografía del cine chileno, Santiago, Chile: Museo de Arte Contemporáneo, 1998.

Délano, Jorge. Yo Soy Tú, Santiago, Chile: Zig-Zag, 1954.

Gazmuri Riveros, Cristián. La historiografía chilena (1842-1970). Tomo II. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana. Taurus, Santiago, 2009. [Biografía sobre Mario Godoy Quezada por Cristóbal García-Huidobro].

Godoy Quezada, Mario. Historia del cine chileno. Santiago: Imprenta Fantasia, 1966.

Jara Donoso, Eliana: Cine mudo chileno. Santiago, Chile: Impr. Los Héroes, 1994.

López Navarro, Julio: Películas Chilenas, Santiago, Chile: Pantalla Grande, 1997.

Ossa Coo, Carlos. Historia del cine Chileno. Santiago: Editorial Quimantú, 1971.

Salinas, Claudio; Salinas, Sergio; Stange, Hans: Historia del Cine Experimental en la Universidad de Chile 1957-1973. Santiago, Chile: Uqbar, 2008.

Santana, Alberto. Grandezas y miserias del cine chileno, Santiago de Chile: Editorial Misión, 1957.

Vega, Alicia (editora): Re-Visión del Cine Chileno. Santiago, Chile: Editorial Aconcagua, 1979.

VVAA. Diccionario del Cine Iberoamericano. España: Sociedad General de Autores y Editores, SGAE, 2011. [Biografía sobre Mario Godoy Quezada por Eliana Jara].

 

Sitios Web

Bncatalogo.cl

Memoriachilena.cl

Registrocivil.cl

 

Notas bibliográficas

[1] Si bien Chile ya contaba hacia mediados del siglo XX con cineastas veteranos y una producción cuantiosa, no habían publicaciones de gran envergadura disponibles. Otros fueron los enfoques prioritarios: el problema de la cuestionable influencia del cine en los niños y adolescentes, a través de Cine y moral (Alberto Hurtado, 1943); o, la importancia del análisis moral, estético y técnico en relación a la necesaria asimilación de los contenidos mediante una orientación de tipo confesional, con Guía cinematográfica Doclam (Rafael Sánchez, 1956), libro publicado eso sí en Colombia y cuyo autor complementa con la edición en Chile de Cine-forum: análisis fílmico, crítica, censura (1957). Hay algunos capítulos dedicados al cine nacional en: Luz de candilejas. El Teatro y sus miserias (1950), de Daniel de la Vega y Trasnochadas. Anecdotario del teatro y la noche santiaguina (1957), de Rafael Frontaura.

[2] Según la revisión que hicimos cuando abordamos la década de 1950 en este sitio, llegamos a identificar un nuevo total: 75 películas -de ficción o no, de largo, medio y cortometraje- se hicieron y estrenaron en Santiago (ni siquiera todo el país), es decir, promediando, al menos 7 obras por año. Se ha tendido a usar como único parámetro válido la producción y circulación de largometrajes de ficción, pero en honor a la verdad, con ese criterio estaríamos dejando afuera muchas producciones y procesos tanto o más importantes para la generación de técnicos y para la construcción de un retrato nacional diverso. Sin ir más lejos, se supone que las bases del Nuevo cine chileno tienen uno de sus pilares en la realización de cortometrajes documentales experimentales desde la segunda mitad de los 50.

[3] Mario Godoy (Juan Lente) volvió del norte: viene a trabajar por el 7º arte. Las Noticias Graficas, 30-X-1952.

[4] Ver El Siglo, 24-VIII-1959 y Clarín, 18-I-1962.

[5] Revista Patrimonio Cultural Nº25, Otoño-Invierno 2002 (pág. 26).

[6] Consultados por e-mail José Román y Pedro Chaskel: ninguno recuerda con claridad cuando comienza a trabajar Mario Godoy en este proyecto de la cineteca. Al parecer estuvo solo unos pocos meses. Sí recibió algún tipo de apoyo de la cineteca para terminar el libro, pero finalmente concretó el libro por su cuenta por fuera.

[7] Un historiador del cine chileno está solo, de Antonio Martínez. La Época, 23-VIII-1989.

[8] Mario Godoy hizo un repaso de qué otras copias de películas -y en manos de quién- habían para ese entonces: Un grito en el mar (1924; Enrique Campos Menéndez), Madre sin saberlo (1927; Museo Arqueológico de la Universidad del Norte, Antofagasta), Juro no volver a amar (1925; Cineteca de la Universidad de Chile); Mater Dolorosa (1925), Las aventuras de Juan Penco Boxeador (1925) y Canta y no llores, Corazón (1925; todas en poder de Bartolomé Giraudo, su productor).

[9] Panificador escribe la historia de su gremio. El Siglo, 4-V-1968.

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