Tal como lo anuncia su título, La Esmeralda 1879 se remite justamente y casi solamente al accionar que tuvo la escuincle corbeta el 21 de mayo en el desigual combate naval de Iquique frente al monitor peruano Huáscar, dentro del contexto de la Guerra del Pacífico. Sólo hay dos instantes que quiebran tal intención. Primero, el inicio y el final con el ex grumete Wenceslao Vargas, ya viejo y formando parte de la alta oficialidad de la marina, contando en Valparaíso su experiencia como el último sobreviviente de la Esmeralda a un grupo de estudiantes. Segundo, una brevísimo flashbackque nace de los pensamientos de Arturo Prat en relación a Carmela Carvajal, su esposa.
Dentro de tales límites, el director Elías Llanos demuestra una total dedicación y un cuidado máximo hacia la puesta en escena (hablamos aquí de decorados, vestuarios, efectos especiales) todo en pos de resultar fidedigno a los hechos y todo dentro de lo que la historiografía ha podido rescatar del suceso. Un cuidado que se acentúa hacia el final del filme, cuando precisamente la batalla comienza tras el grito de “¡humos al norte!”, más o menos cuando ya van transcurridos 40 minutos de película.
Con una producción desbordante para los estándares nacionales (alrededor de 12 millones de dólares), el filme juega todas sus cartas en tales escenas del combate mismo, una estrategia bastante clara si se compara con los minutos iniciales en donde el guión poco desarrolla los perfiles de Prat, sus oficiales, y lo que es más extraño, ni siquiera se trabaja mucho en el del joven grumete Vargas. Así, todas las relaciones arriba del barco están basadas en el trabajo como marino, en conversaciones sobre el buen funcionamiento del barco y la tripulación, sin ahondar emotivamente en nada dramáticamente trascendente. De ello se desprende el uso excesivo (y a veces abusivo) del plano contra plano en el montaje de tales escenas o de constante planos panorámicos del barco navegando.
Con una tripulación enfocada en la espera de un inminente combate, es fácil desprender que el filme es, además de su afán didáctico sobre el combate, un homenaje al «ser marino», o más bien, el ser un militar aferrado al ideal nacionalista y al honor que emerge en el combate, algo que toma ribetes gloriosos si se muere en él. De todas maneras, es extraño que tales propósitos éticos tengan mayor grosor en la figura del almirante peruano Miguel Grau que en la de Arturo Prat. Esto lo digo no por desmerecer o desmentir las innegables aptitudes del gran almirante peruano, sino porque si la Esmeralda es acá el protagonista final, es bastante contradictorio ver a su capitán con tan poco grosor dramático.
Así, mientras en Grau vemos un personaje íntegro, convencido y recio en su honor, el cual sobrepasa el contexto bélico al evitar que sus subordinados destrocen el cuerpo de Prat ordenando que lo lleven a su camarote, de las aptitudes del comandante chileno, su pensamiento, su accionar y su ética que lo elevarían a la estatura de héroe, poco se roza. Por ello, su salto al abordaje del Huáscar resulta finalmente una escena que necesita urgentemente de algún conocimiento previo de sus aptitudes para entender porqué su salto y muerte sobre el monitor peruano es tanto más glorioso que quienes siguieron su ejemplo. Se esboza de él su melancolía y culpa por dejar a su esposa a la deriva de una vida solitaria a través del ya mencionado flashback y con una visión bastante poco sutil de ella caminando sobre la corbeta como un fantasma, pero de sus reticencias hacia la misión que estaba desempeñando y sobre el barco que comandaba no hay luces, ni tampoco sobre el alabado trato que se dice tenía sobre sus subordinados. Su final trágico, entonces, terminan por debajo de alguna intención emotiva, si sólo nos remitimos al filme. En este caso, mejor lo hizo Gustavo Graef-Marino en el telefilme “Prat, la gloria tiene su precio” de la serie “Héroes”.
Respecto al personaje de Wenceslao Vargas a cargo de un correcto Fernando Godoy (quien hasta ahora no ha desteñido en el cine) su estatura de protagonista no se eleva mucho más allá de aparecer en la mayoría de los planos del filme. Su relación con un grupo de grumetes se basa en estar limpiando un cañón y ser reprendido por sus salidas de orden, ya en combate la rectitud se apodera de él. Ya viejo, la melancolía y rectitud se apoderan del personaje, situándolo finalmente sólo como la excusa para revivir el combate. Es un cronista desligado de la pasión por revivir el pasado, emoción dominada por la rectitud militar, con todas sus contenciones y trabas, y como tal, el filme también se echa a andar.
Así se llega al combate y donde el filme finalmente asume algo de riesgos y logra sus momentos. Con vistas aéreas y un diseño bastante aceptable, esta parte de la película comienza con la escena con mayor vuelo emotivo, en donde vemos a Prat lanzar su famosa arenga, mientras Llanos filma a todos los tripulantes sobre cubierta con planos cerrados que acentúan nerviosismo y miedo hacia una misión imposible. El estallido entonces de “¡Viva Chile!” con gritos desgarrados, que vienen más de una desesperación que de un convencimiento, le dan a esta escena un grosor emotivo que justifican de ahí en adelante que la acción se apodere de los últimos minutos.
La Esmeralda 1879 se coloca aquí, y como ya se adelantó, muy claramente como un proyecto que fue pensado desde este instante, de ahí su prólogo débil y casi hecho por compromiso, de ahí su la inspiración belicista que también trasunta. Se advierte una mano más firme en cuanto a sus tomas y diseños de escenas, como también un cierto vuelo dramático, sobretodo tras la debacle que significa la muerte de Prat.
Pero siempre queda cojeando las ansias épicas que un filme así posee en esencia, algo que ni los buenos efectos digitales, ni los planos contrapicados con el pelo al viento de los héroes, ni la omnipresente y exagerada música de acordes repletos de vientos y cuerdas (compuestas por el mismo director) puedan otorgarle. Se puede apelar a la falta de experiencia de Llanos, o su poca pericia ante un proyecto que le queda grande (la verdad son pocos en Chile los que podrían estar a la altura), o al revés, culpar al excesivo entusiasmo por representar visualmente la batalla en sí, para que ésta sea digna de un catálogo militar o cómo una representación visual de un hecho que sólo se ve mediante engalanadas pinturas.
La Esmeralda 1879 es como una ilustración de un libro de historia, complementa, entretiene, pero tampoco su falta es grave. El grosor del acontecimiento histórico que retrata y el peso de los protagonistas están dados en otros lugares y para que algo nos remueva hay que verla con esa información cargada en la mente. De otra forma, el filme sólo es un vuelo rasante por la historia, Prat y los suyos.
Nuevamente, la épica y los grandes retratos desbordan a nuestros realizadores, la gran excepción todavía es El Húsar de la Muerte. Pero quizás, y esperamos, que otros cineastas, otros hombres, sabrán cumplir con tal deber en algún momento.