La cadena infinita
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Por lo general, el cine adopta novelas. En este caso, el asunto fue a la inversa, y Demetrio Aguilera Malta, el vigorozo autor de “Canal Zone”, entregó al cine un tema que sólo ahora tendrá tinta de imprenta. El tema es tenso, con personajes azotados y un clima amargo. Todo transcurre a bordo de un barco de refugiados que la resaca de la guerra envía a América. Rossellini se habría enamorado del tema, como si se tratara de Ingrid Bergman.

Ningún personaje es vacío. Ricardo Moller encarna a un hombre de ciencia, que la guerra dejó inválido sexual, casado con una mujer sedienta de caricias.  Artuto Gonzalvez a un profesor universitario que considera loca a otra pasajera y se apiada de dos pequeñas, ignorando que éstas son su esposa y sus hijas.  En todos los tipos, un drama lacerante.  Para cada director de cine debe haber un género; en Argentina , el gran Sawslavsky fracasó cuando quiso hacer reír en un argumento cómico con Libertad Lamarque.  Bohr, que hasta ahora había dirigido comedias campesinas y temas reideros, hace un supremo esfuerzo para tomar las riendas de este argumento tan recio que sobresale. Es, sin duda, su mejor trabajo como director , y se le observan cualidades no exhibidas en otras cintas; sin embargo, en varios momentos los personajes no mantienen la conducta requerida y pierden naturalidad al ser grandilocuentes, y la secuencia se deshilvana perdiendo vigor. En intérpretes, Arturo Gonzálvez  realiza la mejor labor. Le siguen Sara Guasch y Eduardo Naveda. María Elena Gertner y Lowey  en roles de escasa figuración, discretos. Pilar Lecaros y Carlos de la Sotta, exagerados en sus tipos. Ricardo Moller, bien en algunos momentos y acartonado en otros. La cinta, por su tema, hallará acogida sólo en un sector del público, que no es precisamente el que habitualmente ve películas mexicanas en la sala de estreno.