La batalla de Patricio Guzmán

Sin duda, a los nombres de Raúl Ruiz y Miguel Littin se une el de Patricio Guzmán como los más renombrados cineastas chilenos del exilio. Su película La batalla de Chile ha dado la vuelta al mundo, ha recibido importantes reconocimientos en festivales internacionales y se ha transformado en una viva propuesta en el debate sobre la realidad política latinoamericana. Nacido en Santiago en 1941, Guzmán tuvo su formación como cineasta en el Instituto Fílmico de la Universidad Católica, hoy suprimido, y en la Escuela Oficial de Cinematografía de Madrid. A diferencia de Ruiz y Littin, que realizan cine de ficción, Guzmán eligió el difícil camino del documental testimonial, sentando las bases de un género, con El primer año y el tríptico La batalla de Chile, que ha permitido recuperar un importante período de nuestra historia social y política. Recientemente Patricio Guzmán estuvo en nuestro país filmando una película sobre la Iglesia chilena, oportunidad que aprovechó APSI para entrevistarlo.

Pensando en la gente joven que no te conoce y en los que no hemos podido seguir tu obra en estos años de exilio, ¿cómo ha sido tu trayectoria?

En 1964 empecé a hacer películas en el Instituto Fílmico de la Universidad Católica, dirigido por Rafael Sánchez, quien fue mi primer profesor y productor de varios cortometrajes en 16 mm. que realicé allí. Luego viajé a Madrid donde estudié, durante tres años, en la Escuela Oficial de Cinematografía. En 1970 volví a Chile donde filmé El primer año y La batalla de Chile, con sus tres partes, los que en total formaban cuatro documentales de largometraje sobre el proceso que se vivía. Fui detenido después del golpe del 73 y estuve dos semanas en el Estadio Nacional. Después, mis compañeros de la Escuela de Cine hicieron una colecta y me pagaron el pasaje a Madrid. Allí busqué productores para terminar La batalla de Chile. El montaje de la película duró desde 1975 hasta 1979, hasta completar las tres partes. Durante la filmación trabajé con un equipo mínimo: un asistente, un sonidista, un productor y un camarógrafo. Uno de los camarógrafos fue Jorge Müller que, como se sabe, desapareció en 1975.

¿En qué consisten estas tres partes de La batalla de Chile?

La primera parte se titula La insurrección de la burguesía, la segunda El golpe de estado y la tercera El poder popular. Cada una dura dos horas.

Mientras elaborabas tu material, ¿iba cambiando al calor de los acontecimientos?

Tal como tú señalas, la realidad modifica en parte lo que tienes planificado. Pero en síntesis no hubo mayores variaciones. Un capítulo era, por ejemplo, “La batalla institucional”, o sea el conflicto de poderes entre el Parlamento, el Ejecutivo y la Corte Suprema. Ese era un campo fundamental; por ahí pasaba la ruptura o el mantenimiento del aparato del Estado. Lo que cambiaba era que a veces se trasladaba el conflicto al Ejecutivo o bien a la Corte Suprema o al Parlamento solamente, lo que nos hacía descuidar las otras áreas. Pero como hicimos una escaleta, sabíamos ya donde filmar. Tomamos el “cordón Cerrillos” y el “cordón Vicuña Mackenna”, dos áreas industriales, de tal manera que el problema sindical, el problema de la ocupación de empresas, el problema de la estatización de industrias, el problema de la huelgas, estaba en esa zona. Determinados conflictos, muy puntuales, de pronto ocupaban todo el espacio, como fue la huelga del cobre, que avasalló a los otros temas.

¿El rodaje terminó el día del golpe?

Rodamos más tiempo desde la televisión. En ese momento no se podía hacer otra cosa. Sin embargo, somos los únicos que filmamos, por ejemplo, la primera declaración de la Junta de Gobierno.

Durante el largo proceso de montaje, seguían pasando cosas en Chile. ¿Tú seguías recibiendo información, codificándola?

No. Se produjo una ruptura total. Al mismo tiempo tenía que enfrentar una situación difícil para encontrar recursos, porque cuesta encontrar recursos para el cine documental. Además había que dedicarle mucho tiempo al análisis de lo ocurrido. La primera mirada fue una mirada hacia la memoria. Recuerdo haber mirado el material en la moviola, vez tras vez. Eso duró por lo menos de tres a cuatro años intensos.

Tu película va más allá del reportaje testimonial, es un “film-ensayo”. ¿Lo sientes así?

Sí. Siempre fue concebido así. Una obra que naturalmente tomara algunos elementos del plan dramático que la misma realidad tiene, pero que no fuese una exposición, sino que los hechos, yuxtapuestos, provocaran un proceso de reflexión en el espectador. Al principio nadie entendía muy bien esa intención. Sólo cuando empezaron a aparecer unas críticas superlativas, sobre todo en la crítica latinoamericana, empezaron a tomar conciencia de la importancia del documental bien hecho y del análisis dentro del cine-ensayo. Al principio yo también pensaba que no iba a tener ninguna repercusión. Fui el primer sorprendido cuando comenzó una distribución masiva.

¿La película era fácilmente comprendida por el público de otras latitudes?

Sí, al dedillo. Yo he visto a franceses, italianos, españoles, discutir fragmentos de la película, haciendo comparaciones con su país. Se transformaba en un pretexto para hablar del propio país. En general, es una de las películas mejor criticadas del continente, en su género.

Siempre desde la perspectiva de La batalla de Chile y después de todos estos años en que has estado ausente, ¿piensas que hay cosas que han cambiado?

Hay algunos cambios. Existe una enorme cantidad de gente que tiene un pensamiento homogéneo con respecto a lo que pasa en el país, sin tantos matices de partidos. Eso parece insólito porque a nosotros nos tocó vivir una época, ¿te acuerdas?, en que se radicalizó todo y cada matiz era un enclave. Ahora hay una gran masa que está muy aglutinada. Luego, veo que el tejido social está sano. Pareciera que hay una cultura política cuya inercia es poderosísima y la gente vuelve a organizarse una y otra vez de un modo disciplinado, de tal manera que la miseria está muy camuflada porque es organizada. Parece un país europeo bombardeada por una catástrofe.

¿Y qué nos puedes contar del proyecto en que estás ahora?

Es una película centrada en la Iglesia. Hice un estudio de cuatro meses en Madrid sobre la historia de la Iglesia chilena en su situación en el contexto latinoamericano y el rol que desempeña hoy. Es otro mundo. Interesantísimo. El cuerpo de obispos está compuesto por hombres de estado. Podrían hacer un parlamento mañana. Están actuando con un criterio eminentemente patriótico. Diría que como cuerpo, esta es la Iglesia más importante del continente.

¿Cómo has enfrentado tú visualmente este tema, un poco árido, bastante conceptual?

Te confieso que cuando empecé el trabajo estaba bastante escéptico del resultado. Pero luego me di cuenta que ya no era un programa de televisión sino una película, una película larga, porque la realidad propuso elementos de mucha acción y con gran sentido del espectáculo. Por ejemplo, la liturgia de algunos barrios populares es absolutamente bella, poética. Hay varios sacerdotes de poblaciones que además de su ejercicio están realizando una labor personal, de autor, una proyección poética en sus feligreses. Y la gente responde con una entrega y una inventiva notables. Por ejemplo, hay misas que son acontecimientos dramáticos, porque la gente dice testimonios y la prédica está relacionada con lo que ocurre. A través de sus organismos, la Iglesia se ha convertido en una especie de Ministerio de Justicia, Ministerio de Educación, Ministerio de todo. La Iglesia siempre está en el centro de las situaciones.

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*Transcrito por Pablo Molina Guerrero.
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