Joven y Alocada: ni tan inocente, ni tan alocada
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Desde la sinopsis hasta la llamativa campaña gráfica de la película, pasando por la polémica con el Transantiago por los afiches, todo lo que sabíamos de Joven y Alocada de Marialy Rivas, antes de verla,  gritaba escándalo. Reconozcamos que bastante de eso hay en el filme mismo, lo interesante es que no es lo único que hay.

La película parte con un tono fluor, adolescente y provocador que puede hacer que una parte de la audiencia más entrada en años se sienta absolutamente ajena y que otra parte de la audiencia -que quiere parecer cool y relajada- se ría nerviosamente en su asiento. En Chile no estamos acostumbrados a que se hable de sexo directamente, ni en el cine, ni en ninguna parte, por eso el acercamiento de Rivas es al mismo tiempo eficiente y vendedor. La bitácora sexual on-line de esta muchacha de familia evangélica de clase alta (Alicia Rodríguez)  se presta bien para una entrada visualmente dinámica, mezclando  imágenes religiosas y genitales, con la interacción del blog y sus participantes en pantalla, más la narración de esta protagonista que en voz en off casi neutra va contándonos como se mueve del carrete a la iglesia, bajo la constante sospecha de su rigurosa madre (Aline Kuppenheim).

Casi terminando su cuarto medio a Daniela la expulsan de su colegio religioso por “llevar por el mal camino” a uno de sus compañeros. Castigada la envían a trabajar al canal evangélico, allí conoce a Tomás (Felipe Pinto) y a Antonia (Maria Gracia Omegna). En medio de testimoniales y representaciones bíblicas Daniela va viendo como su deseo despierta por uno, y por otra. Lo que podía quedar en la anécdota de un joven triangulo sexual se va complicando cuando los afectos entran en juego. Porque acá ya no se trata sólo de evitar ser descubierta por su madre y ser enviada al extranjero como misionera, sino de encontrar cierto sentido en las emociones que inundan a la protagonista. Y es aquí donde la película se atreve a moverse desde la superficie colorida y escandalosa, para darle cierta densidad a sus personajes.

La película no parece tener ningún escrúpulo en exponer cierto sector dentro del mundo evangélico, que como pasa en muchas religiones, está más preocupado de los gestos exteriores que de la espiritualidad. Pero estas críticas no son sólo un recurso publicitario o que busca la polémica fácil, sino que sirven para crear un escenario donde el conflicto de la protagonista no sólo es posible, sino comprensible.

La entrada hiper sexuada, descarada y llamativa adquiere sentido cuando sirve para presentar personajes que, luego, adquirirán forma e interés. Es muy interesante ver como la construcción visual de la cinta va cambiando y cómo en la segunda parte va dejando atrás el tono sexual y juguetón para dar espacio al conflicto de la protagonista. Marialy Rivas y su equipo de guionistas –que incluyen a Camila Gutiérrez la protagonista real de esta historia- permiten que la película se adentre en la confusión y el miedo de los personajes, sacándolos del estereotipo y dándole a los espectadores razones para empatizar con ellos. Allí es donde el filme supera  la anécdota y se transforma en una película que se siente, se piensa y se agradece.