“El cine y la literatura son las formas artísticas de reflexión que tiene la política, y yo hago un cine de reflexión. Quiero que mi cine forme parte de una discusión, de un proceso de contradicciones, de intercambios, de debates que existen en la sociedad. Yo hago películas para entrar en ese debate», Pablo Perelman.
Imagen Latente (1988) es el primer largometraje de ficción firmado por Pablo Perelman luego de su exilio, aunque durante los primeros años de dictadura filma junto a Silvio Caiozzi A la sombra del sol (1974), un filme de temática social leída en clave western. Imagen Latente , por su parte, parece ser un ajuste de cuentas con el pasado reciente, basando su historia en una experiencia autobiográfica, el secuestro y desaparición del hermano del director, motivo que le valió la censura, llegando a estrenarse recién en 1990, ya en democracia. Por todos estos motivos, Imagen Latente es considerada la película que abre el proceso de transición política y es, sin duda, una película que marca una clave de lectura respecto al período. Con ello me refiero a la pregunta por la memoria y la persistencia del pasado, ejes que parecieran estar presentes en películas diversas que verán la luz durante los años de la transición (Amnesia, La Frontera, Caluga o menta y La memoria obstinada, por mencionar algunas de las más relevantes). Imagen Latente representa con precisión el clima de duelo y la fractura subjetiva de una generación que cierra un período y abre otro, con los miedos al olvido y el trauma de una dolorosa historia reciente.
Al inicio del filme, el personaje central se encuentra sentado en una sala obscura donde se proyectan imágenes recientes de la dictadura, pertenecientes al archivo del propio director: se trata de imágenes de marchas y protestas políticas sucedidas durante la dictadura, aunque ellas también parecen referencias a la Unidad Popular. El personaje balbucea ideas: “El presente es lucha, el futuro es nuestro”; “El presente es una mierda”; “El futuro es el pasado visto en el espejo del presente”. Este inicio sitúa el ambiente, en el cual se moverá el resto del filme, aunque a estas imágenes no se vuelva, la pregunta por lo acontecido en una historia de corto y largo alcance, la relación del presente con el pasado reciente y el abandono del futuro como proyecto, se asimilan a la figura del “Angelus Novus” pensada por Walter Benjamin en términos de una filosofía de la historia que avanza sobre el peso de los muertos. Un progreso ciego que en este momento inicial pareciera ponerse entre paréntesis para interrogar al espectador.
El hecho autobiográfico, a su vez, es una especie de bisagra donde la película se desdobla. Son, de hecho, las iniciales del personaje central “P.P.” anunciadas luego de esta escena las que ayudan al juego de una duplicación que tiene en el juego Historia/ Ficción, uno de los motores centrales de la propuesta. Es así como en Imagen Latente parecieran haber dos películas, una abiertamente testimonial donde el registro de una época parecer querer certificarse con rigor documental (me refiero a la aparición de fotografías tomadas por la AFI, la precisión con que se busca mostrar la Vicaría de la solidaridad y las agrupaciones de familiares de detenidos desaparecidos); y otra donde el presente parece incompleto, lleno de fisuras y olvidos, donde el protagonista se involucra en una búsqueda laberíntica y fantasmal (o “espectral” como ha sido llamada por Wolfgang Bongers).
Desde aquí, uno de los temas centrales presentes en la película es, sin duda, la desaparición. Es el propio protagonista quien empieza a recordar, buscando rastros de su hermano. Vemos apenas registros vagos: otra filmación, ahora de infancia y rumores de cómo desapareció, ex compañeros de militancia que le dan información. El desaparecido marca una “ausencia presente” que sumerge al personaje en un tránsito mental, un viaje a su propio inconsciente y memoria, en un proceso de “asimilación, recuerdo y expulsión” que es propio del trabajo del duelo (Richard: 1998). Es, también, la constante referencia a la huella la que formula centralmente la pregunta por el cuerpo ausente. Ello está mostrado a partir de los aparatos de registro, las fotografías, documentos y filmaciones, que hacen referencia a la producción cultural de los años ochenta; referencias unas más directas (las fotografías de la AFI; o los registros de video de Teleanálisis); otras más indirectas (la pregunta por la presencia del cuerpo, la estética del documento burocrático, la marca territorial, propios de las prácticas artísticas de la Escena de Avanzada). Aquí, de fondo, está siempre el proceso químico de revelado fotográfico, el que formula la cuestión de una aparición material de una imagen, una huella vinculada al “esto ha sido” propio de la fotografía, que sin duda está vinculada a la metáfora central del título: una imagen latente que espera por aparecer ¿Acaso alguna metáfora más asertiva sobre el estado de deuda y presente incompleto de un país en la promesa de una democracia feliz y plena? Recordemos, es 1987.
A su vez, creo que esta “imagen latente”, vinculada al duelo y la desaparición política, tiene a su vez una cita con el futuro. Vinculándolo a la primera escena (las imágenes de marchas y protestas en la proyección cinematográfica al inicio), se trata también de los “pueblos” hundidos que esperan por su aparición, y la necesidad de desandar el tiempo cíclico de la catástrofe para poder visualizar las capas temporales (latentes, posibles) del presente. Ese tiempo está cifrado por el el duelo y el pasado reciente, pero es también, la imagen que espera en el presente una cita en el futuro (volviendo a Benjamin ). Todo ello hace despegar a Imagen Latente como algo más que un testimonio de época, más bien un mensaje para las futuras generaciones, que somos, en este caso, nosotros, sus espectadores contemporáneos.