«Ideal y Carne» (crítica)
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El disparato cinematográfico que estrenó ayer la «Crovett-Film» se puede reducir a una operación armónica. Sea dos mil metros de un film divididos de esta suerte.

500 metros de títulos con faltas gramaticales y cortos para ser leídos.

1,000 metros en que no pasa nada.

300 metros en que pasan cosas sin relación con el tema.

200 metros que expresan la curiosa idea del autor.

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Síntesis del argumento: Un escultor tien una hermana de quien se preocupa más que un padre, más que un hermano, más que un marido. Quiere hacer de ella una artista (lo dice, pero no lo hace). Una modelo que tenía el escultor quiere vengarse de un pasado desaire.

La modela idea, para vengarse, hacer que su amante – una especie de kalmuco de pómulos salientes y gestos de jaguar – le haga el amor y la pierda… en el camino plano de Viña a Valparaíso. El kalmuco la pierde… y desparece porque no tiene nada más que haer. Luego la modelo irritada descubre la deshonra al hermano y le ofrece las cartas por diez mil pesos… Diez mil del ala… Para que se vea que cuando el escultor ofrece diez mil por las cartas se trata de algo serio, aparece el cheque de tamaño natural.

El escultor entrega las cartas a su hermana, la cual tiene la curiosidad de ir a visitar a la modelo.

La modelo, que se apresta a gozar de su venganza, ve a la malferida con velo en el rostro, se apiada de los gestos que hace para expresar dolor, y… le pide perdón, perdón que ella le otorga para ser generosa.

De vuelta a su casa, la hermana sube a su pieza calladita, se viste de baile -oh, alma romátinca! – y haciendo primero un gesto de desagrado (para que no se le olvide que aquello tiene mal gusto), se bebe un frasco de sublimado que tenía en el velador.

(Curioso: el sublimado se usa generalmente en pastillas y se maneja en el tocador o en la sala de baño; pero esta niña debe de estar trastornada con aquel hermano que Dios le dió).

Se bebe el sublimado como un vermouth y se echa en cama. El hermano-¿quién se lo contaría?-entra tratando de mostrarse asustado, para preguntar por qué ha hecho eso. Ella serena con los efectos del sublimado, le contesta sólo: «Dame un beso en la frente». Y aquello es como un balazo: ¡muere!

Que diréis que hace el escultor? Gritar? Llamar un médico? Tratar de salvar a la hermana?

¡Narices!

El escultor toma a la hermana, digo su cadáver, en brazos; lo lleva al taller, lo coloca en el tablado de poses y con una tranquilidad que habría envidiado Landrú, comienza a sacarle una mascarilla… porque le viene la idea de que puede sacarla a los despojos mortales de la hermana un provecho definitivo para su estatua.

Después, como hay que terminar con proyecciones románticas, se encuentra con la modelo en el cementerio, frente a la tumba de la hermana y… habiéndola perdonado la muerta se siente inclinado también a perdonar la ofensa, el crimen y el cheque de los diez mil.

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La interpretación corre parejas con el argumento.

Hay que ver a la señorita Isaura y a la señorita Serrador, despresando sentimientos. La primera abre y cierra los ojos, esforzándose por aparecer vampiresa, cuando se ve que es buena, a lo sumo malita. La segunda no puede sacar todo el partido que sería de desear a sus gestitos de gatita regalona… y la ponen allí en situación de aborrecer el baile, de abominar de los toilettes, y de sentir repugnancia por las fiestas!

Los actores…

Moya, calmado, parsimonioso, solemne, teniendo que hacer un nervioso escultor! Cuando toma la espátula para meterla en la greda de la estatua parece que estuviera alisando una torta de chocolate. Sólo le iguala Teresa Serrador manejando el arco del violín.

El seductor ¡mi madre! con sus gestos de kalmuco, da el opio.

Y – eso se llama tener habilidad – la manicura de la señora es quien ordena las vacas…

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La técnica de filmación, es preciso verla…

El camaraman y el director aparecen proyectados filmando las escenas. Cuando hay diálogos de encuadres, uno habla para un lado y el otro para el otro. Cuando se filma con algún foco, la luz pinta redondelas en los personajes. La iluminación parpadea por causa del mal funcionamiento de los carbones. Una misma escena se hace en sombras, con luz y a media luz. Cuando los bastidores no alcanzan a cubrir el fondo, se corta el cuadro con una cenefa de sombras. No se ha tenido el menor cuidado para clasificar los trozos de película a fin de copiarlos con la luz que el negativo ha menester. Y así sucede que mientras un personaje contempla el mar a pleno sol, ve el mar de noche.

Parece que se hubiera querido dar idea de lo sombrío del argumento, con la inmensa negrura que domina en el film.

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Ahora, para aludir a la filosofía del autor, solicito el análisis lógico, psicológico y sentimental de este aforismo que suelta el escultor:

«El pecado no existe para las mujeres bonitas porque se funde en la belleza de sus labios.»

W. FOX.

N. del A. – De esta cinta el señor Nathanael Yáñez, dijo: «que era un paso de positivo adelanto en la cinematografía nacional.»

El señor Yáñez – que como el exantemático, es epidémico – ¿piensa hacerse endémico para el arte de la pantalla?

¡Era lo único que se le había escapado hasta ahora!