Gloria, de Sebastián Lelio
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Fue realmente increíble la repercusión que provocó Gloria en su estreno mundial en el Festival de Berlín. No sólo porque la actriz Paulina García obtuvo el premio a mejor actriz del certamen, un inédito Oso de Plata, sino por el interés que causó en la crítica mundial que rebotó en que la película se vendiera para su exhibición en una decena de países. Los juicios la calificaron de “emotiva” y “humana”, resaltando notablemente el trabajo de García. Por detrás, su director Sebastián Lelio se encumbra como uno de los directores claves de cine chileno reciente.

Gloria está separada hace más o menos 10 años, con dos hijos ya grandes con los que tiene un contacto no muy fluído. Cercana a la tercera edad, es una persona de clase media-alta que trabaja en una convencional oficina y su vida comienza a tener unos vacíos profundos, sobre todo afectivos, los cuales rellena con salidas a fiestas de gente de su edad. Ahí busca un contacto, un impulso que le dé sentido a su existencia. Porque la carencia de Gloria es efectivamente esa chispa que le dé sentido a esta fase en la que está casi entrando: la tercera edad. Y esa chispa parece ser Rodolfo, un separado que se bypasseó el estómago y que ahora dice querer “operarse por dentro”. La diferencia de ambos es la manera en que encaran esta complicada fase.

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Poseedor de películas previas (como Navidad y El año del tigre), cargadas de alegorías a veces demasiado duras y poco masticables, con un estilo visual que recorría esas vías también, con Gloria Lelio se abre a un cine más ameno, más clásico y accesible, centrando en la configuración de un personaje que aspira ser más honesto y cercano. Pero eso no significa que aplaque sus ganas de también leer el contexto actual, ni de crear una película fácil, la diferencia es que acá es sutil y no forzado. Hay una preocupación de construir un personaje que no se aminora ante esos simbolismos.

Así, cuando Gloria se cruza con manifestaciones estudiantiles o se ve envuelta en un caceroleo, esas apariciones no empañan la historia ni al personaje, nos son caprichos o un mero saludo a la bandera de las demandas sociales. Es reflejo coherente con un país también confundido, solitario y abandonado a la deriva de un sistema que no lo protege. Es una sociedad buscando respuestas, pero igualmente sediento de vida, de cambios. Porque si bien el personaje de Gloria es construído en relación a sus quiebres internos, en esas solitarias tardes en casa o en aquellas escenas en donde no puede entablar ninguna conexión con sus hijos, también hay instantes en donde parece plena, sexualmente feliz, lúcida frente a los conflictos y libre, como el título de esa vieja y gran canción de Paloma San Basilio que Gloria canta en su auto. Porque otra vía energética es la música, la más sencilla, pero la más emotiva y nostálgica. La banda sonora, en ese sentido, es toda una declaración de principios de la película con las canciones de Massiel, Frecuencia Mod y Umberto Tozzi envolviendo a Gloria.

Son esos momentos, estas fiestas y sus resacas, las que le inyectan emoción a su vida y es desde ahí donde, gracias al humor y la espontaneidad del personaje, el filme busca la complicidad del espectador. Lo interesante, es que la película nunca se coloca en ningún grado evidente de moralidad. No enjuicia al personaje, sino que lo acompaña y busca que el espectador lo entienda. Y en unos tiempos en donde la pulsión vital es cada vez más complicado de encontrar en una rutina diaria sofocante, identificarse con Gloria no resulta difícil.

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Para algunos será un avance en el cine de Lelio (que ya firma por tercera vez un guión junto a Gonzalo Maza), para otros más exigentes y enemigos de la emotividad no, pero lo claro es que el director busca en este filme domar sus ambiciones sociológicas, buscando ahora crear una experiencia que más que instruir o imponer al espectador lo haga reflexionar más libremente, como el mismo personaje, apelando a la emoción a través de ella, de su andar, de sus rabias, risas y penas. Porque aunque ese final parezca alegre, no sabemos qué tan duradera será esa alegría y esperanza, ya que Gloria es claramente un personaje frágil, dolida por la soledad, pero esa chispa de vida del final resulta sin duda estimulante. La lectura amarga que se podría extraer de la película es que tal vez en estos tiempos, y estando además en una etapa cercana a la vejez, sólo habría que conformarse con esos chispazos.

De todas maneras, Gloria es un filme perfectamente compensado en sus claroscuros, con una actriz en estado de gracia y con su emotividad en cuotas precisas. Con todo esto, y para este reseñador, Gloria es sin duda la mejor película de Sebastián Lelio.