La edición 28° del Festival Internacional de Cine de Valdivia ha estado marcada por las consecuencias de la pandemia, desarrollando un evento muy particular en donde se conjugan paralelamente los visionados y actividades virtuales con las exhibiciones en sala. A diferencia de las ediciones previas al 2020 – la que fue absolutamente virtual- que se caracterizaban por las largas filas para acceder a las funciones, las salas llenas y el encuentro de lxs diversxs agentes vinculados al cine en las calles de la ciudad, este año son sólo tres las salas que están exhibiendo películas y lo están haciendo con aforos muy limitados, por lo que somos menos lxs afortunadxs que tenemos la posibilidad de estar en la ciudad y participar del estreno mundial de muchas de estas películas. Contra todo, el equipo del festival ha hecho un esfuerzo enorme por mantener el espíritu de encuentro que define este evento, al mismo tiempo que cumplen –con muchísimo rigor- las normas de salubridad. De todas maneras, y como ya es tradición, la atractiva programación del festival moviliza los intereses cinéfilos y para quienes hemos podido llegar hasta acá, la emoción de estar en las salas –compartiendo este rito del cine en pantalla grande- se mantiene y aprecia, especialmente en este contexto.
El Festival de Valdivia se caracteriza, entre otras cosas, por ser el escenario escogido por muchxs cineastas nacionales para hacer el estreno mundial de sus películas y –a pesar de que la producción audiovisual ha estado evidentemente afectada en los últimos dos años- en esta edición son cinco las películas chilenas que están participando en la competencia. Acá una impresión inicial de tres de ellas que pudimos ver en sala y que tuvieron en FICValdivia su primer encuentro con la audiencia.
Travesía travesti
El tercer largometraje de Nicolás Videla –antes co autor junto a Camila José Donoso de Naomi Campbel (2013) y luego, en solitario, de El diablo es magnífico (2016) – continúa ahondando su interés en retratar historias vinculadas al mundo de la diversidad sexual y que ponen en cuestión tanto el relato de género heteronormativo como la lógica narrativa clásica. En este caso el director es, al mismo tiempo, uno de los protagonistas de esta historia que sigue el devenir de lxs protagonistas de Travesía travesti un espectáculo que denuncia la violencia de género y la transfobia de nuestra sociedad y que tuvo su última función el 18 de octubre del 2019.
La tensión entre las relaciones de lxs protagonistas es lo que marca el relato, los procesos en que fueron definiéndose tanto en términos identitarios como artísticos aparecen como ejes que les acercan y les separan. Se trata de personajes que se mueven desde lo dramático y lo estético y de ahí que sea fascinante observarles. El relato se construye con material de archivo y entrevistas que interpelan al observante, y que van intercaladas con bellas imágenes intervenidas que metaforizan los conflictos. Se trata de una obra muy atractiva y que tiene muchos elementos de atención, aunque se echa de menos un desarrollo más profundo de las conexiones entre lo que se narra y la revuelta social en que acontece.
Cada uno con su cada uno
La anécdota que detona el relato de esta película, de poco más de una hora, es el reencuentro forzado de un padre abandonador, su hija y su nieto adolescente debido a la fragilidad de salud del primero. Inicialmente resulta atractivo el encontrarse con paisajes distintos a los que hemos visto recurrentemente en el cine chileno de los últimos años, acá la introducción de la película sucede en el campo de la zona central y el resto de la narración en un barrio de Rancagua hiper gentrificado en donde las construcciones vecinas son el panorama y la banda sonora cotidiana de los personajes.
Esta película se sostiene, sobre todo, desde el corazón de su equipo y protagonistas. Hay una historia con la que no cuesta identificarse en un país lleno de “papitos corazón” y en donde más de un tercio de las familias son lideradas por mujeres solas. La naturalidad de las actuaciones centrales logra que nos importen los personajes y el guión se va desarrollando de manera armónica y sin muchas sorpresas. Probablemente, todo el equipo de esta obra tiene un buen futuro en el audiovisual nacional, acá sin duda hay talento y ganas, aunque –lamentablemente- en esta película se nota demasiado el operaprimismo y la ausencia de recursos para generar una factura visual que acompañe de manera más eficiente su relato.
Al amparo del cielo
De todo lo visto hasta ahora esta película es la en que resulta más evidente la relevancia del visionado en sala. En esta obra de Diego Acosta la materialidad es lo que sostiene un relato que gracias a la forma adquiere una relevancia seductora. El director, guionista y montajista acompañó en varios viajes a un grupo de arrieros en sus subidas –junto a cientos de ovejas- al corazón de la cordillera. Las imágenes fueron captadas en film de 16 mm y luego intervenidas para generar un discurso en que nos movemos desde la impresión ante ese mundo tan ajeno y desafiante, para luego entregarnos a una experiencia casi hipnótica, muy influenciada por el interesante diseño sonoro desarrollado por Diego Aguilar, junto a Nicolás Saldivia.
Las secuencias de las ovejas atravesando riscos y ríos son conmovedoras y nos recuerdan lo lejos que estamos, muchxs de nosotrxs, de ese mundo que lleva siglos sobreviviendo. La exposición a la naturaleza, a su generosidad y, en momentos, a su hostilidad es a lo que se enfrentan estos hombres y mujeres en el cotidiano, permitiéndonos acercarnos y pensarnos desde ahí. “Al amparo del cielo” se mueve desde el cine experimental al documental observacional y, por lo mismo, requiere de una audiencia que esté dispuesta a hacer el viaje, un viaje que resulta profundamente cinematográfico y humano.