Gabriel Alfaro y Oriana Espinoza. Director: Hernán Takeda. Chile, 1967

Esfuerzo y buenas intenciones no faltan en “Ocaso”, pero sus resultados artísticos no sobrepasan un nivel de cine de aficionados. Filmada íntegramente en los alrededores de Concepción, aprovecha los ambientes naturales de la zona (mina de carbón, mar, campo).

La falta fundamental estuvo en un libreto, que recuerda a un cine chileno de hace veinte o treinta años, con su administrador de fundo, que hace de las suyas con las campesinas. No hay unidad suficiente entre la primera parte (mina y mar) y la segunda (campo). La muerte de la hijita del minero tiene un inconfundible aire del mal cine mexicano y lo mismo sucede con el desenlace de western. La mejor escena, gracias al payador Críspulo Gándara, es una fiesta campestre. Entre los intérpretes, Gabriel Alfaro (Peyuco) tiene posibilidades. La película dura un poco más de una hora, fue filmada en 16 mm. y posteriormente ampliada a 35 mm.  para proceder a su exhibición comercial. Habría sido preferible que, en vez de eso, se hubiese aprovechado la experiencia de “Ocaso” para hacer borrón y abrir cuenta nueva. Pero Hernán Takeda y su equipo quisieron, a toda costa, probar su film ante el público.

Su esfuerzo, como tal, es notable. Filmar en Concepción, sin medios materiales, constituía una tarea dificilísima que disculpa muchas de las limitaciones técnicas del film.

No disculpa, en cambio, una visión del campo chileno, que tiene tanto de anacrónico, ya que no se trató de hacer una obra de época que justificara el enfoque de “Ocaso”. Hoy día el campo está entrando en un importante proceso de transformación y abundan allí temas novedosos y atrayentes para el cine.

Sólo hace falta que los directores y libretistas lo descubran.