Estreno «Entre gallos y medianoche»
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“ENTRE GALLOS Y MEDIANOCHE”

 Si de una película se pudiera hacer un balance con actores y pasivo, las partidas del activo de “Entre gallos y medianoche” pasarían con ventaja sobre las del pasivo.

Lo que no quiere decir que sea una película perfecta ni que señale el día de madurez del cine nacional, que, sin duda,  deberemos esperar algún tiempo.

No es indispensable contar lo que ocurre en el film, porque el público chileno conoce ya de sobra la pieza teatral de Carlos Cariola, en que se basa el argumento. Vale, sí la pena recordar que no es el guión de esta película el que mejor podría retener la atención del espectador-auditor, porque carece de dinamismo esencialmente cinematográfico, que hace la excelencia de las buenas películas.

La pieza que cosechó tantos aplausos en las tablas, durante largos años, desmerece al reflejarse en la pantalla.

Surge, sobre todo, el reparo con la actuación del coronel (Leonardo Arrieta), que a cada instante profiere la sentencia: “Te lo iba a decir”, que si resultaba muy graciosa en el escenario, parece muy repetida en la versión de cine.

Las últimas escenas en la casa de campo, cuando los incidentes y quid pro quos se aglomeran para producir el desenlace, tal vez pudieron ser mejor aprovechadas si la dirección de la película se hubiera embebido más a fondo en el espíritu de la pieza. De otro modo no se explica, repetimos, que la misma obra que tanto celebramos en el teatro no nos despierte en el cine interés y la hilaridad que supo causarnos cuando la vimos representada por personajes vivos.

Podría desprenderse un cargo al director de la película, el distinguido cineasta y realizador Eugenio de Liguoro. Nos apresuramos a dejar testimonio de que no es ese nuestro espíritu. Por lo contrario: el señor de Liguoro es quien mejor ha trabajado en esta cinta, que si no señala la culminación  del cine chileno, representa un vigoroso paso hacia adelante. A él se deben una buena iluminación, cortes adecuados y oportunos y el buen gusto general que domina en la obra. En ese capítulo, ayudado por los decoradores don Alfredo Torti y don Mario Matte Echaurren, el señor de Liguoro ha reaccionado vivamente contra el pésimo gusto que hasta hoy se refiere a mobiliario, decoración, etc.

Los aspectos meramente visuales de la película están bien dados; lo mismo cabe decir del sonido, en general muy justo, adecuado a las necesidades del film y bien concertado. No se puede afirmar lo mismo del trabajo humano de los intérpretes, en que debía descansar una parte considerable del éxito de la obra.

Todos son inferiores a lo que la cinta exigía de ellos, y algunos carecen de la pericia suficiente para ajustar bien sus movimientos a lo que la visualidad cinematográfica exige. El papel principal corresponde a don Enrique Barrenechea, que debe hacer un huaso tosco, cuyos ex abruptos están llamados a la risa.

Nota: El texto ha sido transcrito respetando la ortografía que presenta el artículo original.