Entrevista Ana María Hurtado, directora de El Príncipe Inca
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El gancho primario del segundo documental de Ana María Hurtado es dilucidar si efectivamente es cierto que el artista Felipe Cusicanqui desciende de un emperador Inca. Pero eso es algo que se responde muy rápido, en sus primeros minutos. De ahí viene lo verdaderamente atractivo e interesante: la búsqueda concreta de esa verdad. Es cuando Cusicanqui se va a Bolivia y hace un recorrido por lugares que su abuelo (quien le contaba sobre ese linaje familiar) añoraba en su autoexilio chileno. Con un relato muy bien estructurado y con la distancia justa para no perder espontaneidad, el personaje va abriéndose al registro, y también a los lugares, objetos y rastros de su pasado familiar que delicadamente van acumulándose, hasta entregarse frágilmente a una pregunta trascendental: ¿cuál es el pasado que sustenta mi vida actual? Y ante una pregunta de este calibre (si se hace con sobriedad) el espectador no tiene otra que entrar en el juego emotivo que se le plantea. Es ahí cuando El Príncipe Inca emerge como un relato que supera la anécdota, se hace cercano y se vuelve importante.

Esta entrevista fue realizada en el programa Radiópolis de Radio Universidad de Chile.

¿Cómo llegó a ti esta historia, cómo conociste a Felipe Cusicanqui?

– Lo conocí porque yo soy periodista y escribo para revistas de arte, y una vez me fue encomendada la misión de ir a entrevistar a este pintor tan bueno, pero que además era un príncipe Inca. Rarísimo. Entonces me mandaron con ese encargo y eso fue el 2008. Yo fui a su estudio, me encontré con este supuesto príncipe Inca, que en realidad no quería hablar de eso, quería hablar de su pintura. Y bueno, vi que lo que hacía era muy interesante y le saqué lo que le pude sacar de ese tema del cual no le interesaba en ese momento hablar. Porque era algo para él estaba en segundo plano, era algo que se guardaba para él, que era importante como historia familiar, pero no era lo que él hubiera querido como titular de la entrevista, que al final obviamente lo fue.

Después de eso yo en 2011 estrené mi documental Palestina al sur, y cuando me puse a pensar qué hacer en ese momento, escarbé un poco en las dos o tres historias que tenía en barbecho –para qué voy a decir que eran más–, y llamé a Felipe. No lo había visto en tres años, y le dije: mira, me gustaría ir a verte a tu taller para ver en qué estás. Y me citó al día  siguiente. Y ahí lo que él estaba haciendo como obra era una cuestión bien impactante, es una obra que aparece en la película. Son unas flores en arpillera gigante, medio amenazantes, hechas básicamente con las rasgaduras de los sacos y con pelos de caballo, con pigmento naranja. Una cuestión bien impactante. Hablamos y en algún minuto yo le dije: bueno, qué pasa con esta historia del príncipe Inca. Y me responde: bueno, he estado pensando más, porque me llegaron estos papeles que me heredó mi abuelo, ahora los tiene mi papá. Me muestra unos papeles ilegibles, literalmente del siglo XVII, que nadie podía leer. No porque estuvieran en mal estado sino por la caligrafía y la manera de escribir de ese tiempo. Y yo ahí le dije: mira, Felipe, me gustaría que habláramos sobre hacer este viaje que tú tienes pendiente, que no sé porque no has hecho, yo me consigo el financiamiento, pero tu me tienes que dejar grabar todo.

Los papeles eran documentación que daba cuenta de este linaje incaico.

– No sabíamos muy bien si daban cuenta o no daban cuenta porque eran ilegibles, pero parte del trabajo de investigación y de grabación fue ir a corroborar con un experta paleógrafa, que es la gente que lee documentos antiguos, si era verdad o no era verdad.

Y con eso se inicia el documental.

– Claro, ese es el gatillo del viaje. Estamos en la Biblioteca Nacional con la experta que le dice en cámara: mira, Felipe, según estos documentos, aquí consta que tú efectivamente desciendes de la nobleza inca, desciendes de este emperador llama Túpac Yupanqui, y además que hay un pueblo y unas tierras que eran de tu familia en esa época. Entonces ahí a él se le ilumina la cara y le entran las ganas compulsivas de ir. Pero él me tuvo que esperar como tres años que yo me consiguiera la plata. Me odiaba, me odiaba, pero, bueno, uno nunca sabe que las cosas al final son para bien porque si yo me hubiera ido al tiro con él no habría tenido el conocimiento del personaje que me dieron esos dos años. Porque íbamos a grabarlo cada dos meses a su taller, con todas las peladas de cable que se ven en la película: buscando piedras, buscando arañas, buscando cosas. Y eso nos dio mucho material como para darle un punto de vista mucho más visual a la narración de este documental que meramente la historia si soy o soy un príncipe inca. Para el que la vea se va a dar cuenta que, finalmente, sufre un giro y deja de importar tanto.

Nos comentabas que al principio tenía este tema en un segundo plano, y a lo largo del desarrollo del documental ¿cómo fue ese vínculo con el tema?, porque me imagino que luego de estos papeles, hay un interés, pasa esto de hay que esperar tres años, luego vas allá…

– Bueno, el se fue poniendo cada vez más ansioso con el tema, y tratando de investigar y de llamar familiares, y de ver en Google dónde estaba el pueblo. O sea, todo eso ocurrió. Además que yo fui dos veces antes que él, le dije: tú no vas hasta que yo vaya con mi cámara. Todo esto en un tono medio jocoso, pero como él es un artista se entregó al proceso de investigación que yo como artista estaba teniendo también. Entonces entendió que era importante para la película, para la obra, para mi obra, que él se entregara un poco. Y, claro, ya al final estaba muy ansioso por ir y eso también nos jugó también, obviamente. Bueno, igual no nos fuimos directamente a Calacoto, que es el pueblo en cuestión que está cerca de La Paz, sino que el guión del viaje implicaba algo que es la aventura favorita de Felipe que es andar en los cerros buscando piedras, encontrándose con animales y no sé qué. Así que todo eso también se puede ver.

Y ese viaje, el rodaje de eso, ¿qué tan espontáneo o planificado era en sí, cómo se iba dando?, ¿tú le ibas dando ciertas pautas dónde ir?

– Sí, nosotros hicimos un viaje para locacionar, casi por los mismos lugares, un año antes, el 2013, junto con el director de fotografía (Mauricio García). Ahí definimos bastante el recorrido que queríamos. El recorrido tenía que ver con el paisaje, no con encontrarse con X personaje o Y personaje, porque son lugares donde pasa bien poco. Así que francamente no es mucho lo que se puede planificar, pero como él es un artista y yo conozco bien su obra, yo sabía que ese peregrinaje largo, que fueron como 20 días antes de que efectivamente pasara algo como acción, lo iba a poner en un estado de ánimo súper creativo. Y también yo sabía que aparte de la línea narrativa de “soy o no soy príncipe Inca”, una línea narrativa muy importante era su proceso creativo. Entonces, me importaba que él estuviera en ese estado para que después, a la vuelta, se pusiera pletórico de creatividad. Pero hay algunos hitos que sí son planificados. Por ejemplo, el hito de la Biblioteca cuando le dicen que sí. Él no tenía idea de lo que le iban a decir, pero claramente yo induje esa situación. Y lo mismo con el clímax de la película, que es un encuentro con su familia en este pueblo antiguo, donde él sabía que íbamos al pueblo pero no sabía que iba a estar toda la familia.

Y es un gran momento, está lleno de Cusicanquis.

– Sí, es como Cusicanquilandia. (Risas).

¿Cuál fue el desafío mayor? Da la idea que lo complejo ante un tema así es cómo hacer que el personaje tenga una conexión con el público, que no parezca algo tan curioso y fugaz a la vez. ¿Eso fue un problema en algún momento?, proyectarlo desde ese punto de vista.

– Yo creo que, claro, el desafío es hacer de esta historia algo un poco más universal y de ahí viene la bajada de la película: “¿Y tú de dónde vienes?”, porque todos tenemos una historia que nos cuentan en la familia. Que te cuenten que eres príncipe Inca es algo que claramente fuera de la norma y medio exagerado -a nadie le pasa-, pero a todos sí nos han contado del abuelo tan trabajador, que llegó desde el campo y no tenía zapatos y después tuvo una ferretería. En fin. Esas historias que a uno lo van marcando. A medida que transcurre la película tú te das cuenta de que el abuelo se haya creído príncipe Inca al final no era lo más relevante, lo más relevante tenía que ver con una situación personal súper humana y universal que, claro, le quiso transmitir a su nieto la parte fantástica, la parte como cuento de hadas, pero la otra parte -su exilio, por temas emocionales, por pérdidas-, nunca se la contó. Y eso fue lo que al final Felipe se encontró en el viaje y lo que le hizo más sentido para conectarse. Más que conectarse con un linaje, se contacta con el dolor humano que tuvo su abuelo, con el hombre que tiene hijos, que es joven, que tiene que dejar todo, cambiarse de país, etc.

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¿Qué tal ha sido la experiencia de estrenar en Miradoc?

– Es una oportunidad que antes no se daba. Porque antes lo que uno hacía con una película de este tipo era peregrinar por los festivales, lo cual no es malo, pero esto ofrece más oportunidades para uno organizarse y para tener más difusión de prensa, tener más contacto con el público. Es distinto diluir la difusión en 12 meses que darle uno o dos meses con intensidad a la película de Arica a Coyhaique. Eso es una cuestión bien impagable. Y por otro lado, esta película, además de esas salas, se estrena en salas comerciales, lo cual claramente es un riego. Es un riesgo. No estamos en muy buena –cómo decirlo– situación competitiva en relación a las películas extranjeras o a las chilenas más comerciales, que buenamente cada vez hay más. Por lo tanto ahí hay que hacer un trabajo fuerte, para que la gente cuando esté comprando sus cabritas tenga noción de que hay un documental chileno que es interesante de ver.

Vinculando tu anterior documental Palestina al sur y éste, se siente una cierta búsqueda de personajes que rastrean su origen, o que son sacados desde su origen.

– Sí, un tema ahí con el exilio.

¿Y eso fue consciente o te das cuenta ahora?

– Me doy cuenta ahora… No ahora hoy día. Me di cuenta hace como dos años. Sí. Me doy cuenta sobre todo porque una vez Felipe me dijo una frase que me marcó mucho. Cuando estábamos en este transe de que todavía no había plata para ir a Bolivia y él estaba verde por ir, me dijo: finalmente me he dado cuenta de que yo soy un exiliado que no conoce su tierra. Y bueno, eso son los palestinos: son exiliados que no conocen su tierra. Y ese es un drama que no me toca en lo personal, yo no tengo historias de exilio, pero el exilio como tanta emoción humana es una metáfora también de las cosas que uno siente; de pertenecer a algo grande, sea una nación, sea una religión… Yo creo que a mí me toca esa tecla. No es una historia mía personal tan patente sino que es un sentimiento.

Una curiosidad: uno de entrada le choca algo. Uno ve el afiche, por ejemplo, y ve a Felipe Cusicanqui y no tiene una pinta que tenga que ver con la idea que uno tiene de un príncipe Inca. ¿Cómo enfrentaste eso?

– Mira, ahí hay dos cosas. Primero, acá hay una clara intención publicitaria. En este afiche y en este nombre. Y lo que está por debajo de esa intención publicitaria, y es la razón por la cual me dejé convencer por el publicista, es que esto dice mucho de las cosas que parecen una cosa y son otra. Y es exactamente lo que hace Felipe en su obra. Él hace una flor que tu la miras desde muy cerca y parece otra cosa. Te vas lejos y es una flor preciosa. Te acercas y es pelo de caballo enrollado. Entonces ese juego de las apariencias que es un juego muy pictórico, y muy del arte contemporáneo, acá está traducido a estética publicitaria. A mí mucha gente ve este afiche y me dice: ¡Saaale, el príncipe Inca! (Risas). Si el tipo parece noruego, pero sí, es parte de la intención, es parte de llamar la atención, es parte de una manera de tratar de ser llamativo y acceder a más público.

En la misma película es curioso cuando él se junta con todos estos Cusicanqui  y todos lo miran e insinúan algo así como: pero cómo él va a ser Cusicanqui. Es un ambiente diferente.

– Claro, porque está más mezclado. Yo conozco parte de su familia en Chile y la verdad es que no todos son como él. La mayoría se parecen más bien al chileno medio. Él salió así.