Entrevista a Camila José Donoso, directora de «Casa Roshell»: «Busco transmitir mundos únicos e irrepetibles»
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A Roshell Terranova la vemos por primera vez a través de dos espejos, mientras se enfunda en un vestido rojo y escarmena su peluca rubia. Su imagen doble, su reflejo duplicado, da un indicio del universo ambiguo en el que nos introducirá el personaje: Roshell es una mujer trans, seductora y magnética, que imparte «cursos de personalidad» a transexuales y travestis que exploran sus límites de género y buscan instruirse en el arte de la transformación y la femineidad. «Hay que usar faldas con forma de ‘A’. Eso nos va a dar la ilusión óptica de que tenemos cadera y nos va a reducir los hombros», explica a sus alumnas en una de las clases.

«Ilusión óptica» es un buen concepto para describir este universo llamado Club Roshell, una escuela que también funciona como bar, cabaret y lugar de sexo casual. Si las alumnas van para aprender a «parecer mujeres», en palabras de su dueña, los clientes masculinos asisten para dejarse llevar por ese espejismo. «¿Qué carambas haces aquí?», le pregunta un joven a un asistente que se confiesa heterosexual. «Yo aquí lo que veo son mujeres. Fuera no lo son, pero estamos dentro», responde él. Algunos llegan al club para aprender a aparentar. Otros, para dejar de pretender.

Casa Roshell es el segundo trabajo de Camila José Donoso, co-directora de Naomi Campbel, cinta en la que abordó el mundo trans en la periferia santiaguina. En esta nueva película —estrenada en la sección Forum de la Berlinale 2017 y próxima a competir en el festival Cinéma du Réel de París— vuelve a fundir ficción y realidad para mostrar lo que ocurre al interior de esta casona de Ciudad de México, un centro real en el que se imparten talleres, se exhiben películas y exposiciones sobre diversidad sexual, y al que asisten hombres —muchos de ellos en secreto— para conocer e intimar con mujeres trans.

No hay un personaje principal ni una historia en particular, sino una cámara que sigue a los asistentes del lugar, que captura su atmósfera, su música y sus colores; y que retrata las distintas situaciones que ocurren bajo sus luces de neón. Donoso se apropia del formato documental para reconstruir, a partir de una investigación en terreno, una noche en este club donde mujeres trans y hombres ávidos de sexo se liberan de sus dobles vidas y de sus dobles apariencias.

La directora descubrió este espacio en 2014, cuando vivió en Ciudad de México y conoció a activistas trans que la llevaron allí. Investigó durante un tiempo, grabó audios —de los que nacen los diálogos de la película— y forjó amistad con varias de las protagonistas que vemos en pantalla. El resultado de ese proceso es un filme que documenta la vida dentro del club, pero que también habla de una sociedad que confina lo trans dentro de los muros de un recinto cerrado y que relega todo deseo que escapa de los estándares heteronormados a la oscuridad de la noche.

«Para mí lo valioso estaba en ese tiempo único y especial que se creaba en estas paredes rojizas, en esa melancolía amorosa que nos atravesaba. Mientras morían compañeras o corrían peligro allá afuera, nosotras nos refugiábamos en nuestra propia utopía. Todo esto tiene algo muy catártico, pero no de manera individual, sino de manera colectiva», explica Donoso. «Una de las cosas que tenía clara al comienzo fue que no quería, primero, salir del club —tanto en mi vida como en la película— y tampoco, y por nada del mundo, quería seguirles en su vida fuera de éste, ni menos hacer una cosa histórica sobre los 13 años del club».

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Lo trans y lo travesti en Casa Roshell queda confinado a ese espacio como si fuera el único espacio de libertad para sus personajes.

– No hay nada del exterior que no quede reflejado en el interior de estas cuatro paredes. Me parecía mucho más arriesgado y estimulante filmar en este único espacio. Me hizo pensar mucho en la imagen y en cómo iba a filmar, por ello hay mucho planos que se descomponen con espejos y con otros reflejos, porque a pesar de estar siempre en un único espacio, no es lo que realmente se describe o lo único que se muestra en la película.

Vuelves a un tema que trataste en Naomi Campbel: la transexualidad y su lugar marginal en la sociedad. ¿Por qué te interesa abordar cinematográficamente este universo?

– Pertenezco a ese lugar, no como una visitante o un extraña que va en búsqueda de algo para tratar un tema o hacer una película. Me interesa abordar nuestro mundo desde nuestra propia subjetividad y explorarlo desde el lenguaje del cine. Más que querer continuar una exploración hacia la transexualidad, continua mi búsqueda en lo propiamente cinematográfico. Lo trans es contextual a mi vida y a mi activismo como feminista.

Optas por retratar a la «familia» de Roshell, a todas sus seguidoras, como si la comunidad del club fuera un gran personaje. ¿Por qué decides no centrarte en una protagonista en particular?

– Más allá de contar historias o tratar temas, que es lo que menos me interesa del cine, busco transmitir mundos únicos e irrepetibles, así como momentos y diálogos que cruzan la vida y emanan poesía gracias a la riqueza de quienes los interpretan. Con esta película me tomé todas las libertades del mundo, tenía la confianza absoluta de mis productores, Garbiñe Ortega y Juan Pablo Bastarrachea de Cine Tonalá y Sandra Gómez y Maximiliano Cruz de Interior 13. Gracias a ellos no tuve que postular a nada para realizar esta película, por lo que no debía responder ante ningún convencionalismo.

¿Qué fue lo más difícil de filmar en un lugar considerado por muchos hombres como un «rincón secreto», ya sea para travestirse o para intimar con mujeres trans? ¿Recurriste a actores o fueron todos verdaderos clientes del club?

– Había muchas personas que no podían aparecer en pantalla, y otras que desde un comienzo dijeron que sí. Otros, lo pensaron durante el proceso y concluyeron que si los descubrían, ya poco importaba. Nunca presioné a nadie para aparecer, todo se fue desarrollando de manera espontánea. Roshell también es actriz, por lo que para ella fue un desafío este ejercicio “transficticio” de interpretarse a sí misma. Además, hay dos actores, uno chileno y otro mexicano, Cristian Aravena y Diego Alberico, respectivamente, que interpretan a  hombres-clientes del club que no pudieron actuar.

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Retratas la ambigüedad en relación a la identidad, pero también creas una ambigüedad en términos de qué es ficción y qué es realidad. Como en Naomi Campbel, vuelves a explorar un formato que se acerca a lo documental. ¿Qué te atrae de esta forma de filmar?   

– Me interesan más las preguntas en torno a la identidad que las aclaraciones, así mismo con el cine. Me parece algo que debería estar libre de las categorías, y pensar en hacer una película va mucho más allá y es mucho más experimental que sólo delinear si estás haciendo un documental o una ficción. No me interesa hacer películas con los mismos actores que veo en los comerciales, sino un cine que se conecte con el pueblo, y que seamos nosotras las protagonistas, que nos pensemos críticamente a través de este arte y que deje de ser lo elitista que es.

Tus dos películas crean un espacio de libertad para personajes que en la vida real están relegados a espacios íntimos; mujeres «prohibidas», como canta Roshell, que aún no tienen pleno derecho en el espacio público. ¿Por qué te interesa este tipo de personajes?

– Es difícil de decir, porque para mí todo ha tenido cierto azar, que he dejado que suceda, para conocer a las personas que están dentro de las películas. Me gusta pensar que son esas conexiones y amistades las que crean un espacio para hacer cine. No busco como directora el exotismo de los otros, sino el vínculo que nos permite crear en conjunto y vernos como nadie nos ha visto, no sólo en términos de historia o narración, sino también en términos políticos acerca de la imagen o el imaginario que se ha creado, por ejemplo, de lo trans, así como también de las mujeres.

¿Qué te parece que Chile haya llegado a la Berlinale con dos películas que abordan lo trans, que problematizan el tema de la identidad de género al interior de sociedades represivas? ¿Crees que el cine chileno comienza a salir de sus zonas de comodidad?

– Creo que el cine tiene el poder de sensibilizar y representar desde modos muy subjetivos y más emotivos vidas y biografías, en este caso trans. Generar identificaciones fuera de los clichés y los lugares comunes es una misión del cine.